OPINIÓN

El espacio vacante de la centroizquierda en Argentina

¿Qué es el progresismo hoy en la Argentina? El término aparece con nostalgia o con connotaciones despectivas. Ningún espacio político pareciera representarlo.

Constantemente, en el debate político surge alguna referencia al “progresismo”. Aunque lo más común es que el término surja con carácter peyorativo en boca de los candidatos de la derecha, en otros casos aparece nostálgicamente. Más allá de esos usos particulares, una pregunta interesante para el momento actual de Argentina es: ¿qué es hoy ser progresista? ¿Qué es ser progresista hoy en Argentina? ¿Qué es ser progresista en la Ciudad de Buenos Aires?

No hace tanto tiempo, “apenas” dos décadas y media atrás, la Ciudad era el bastión del progresismo. Carlos “Chacho” Álvarez se convertía en la principal figura progresista a nivel nacional, los sectores afines del radicalismo impulsaban una coalición con los peronistas que se habían ido del PJ menemista por izquierda y a ellos se sumaba el socialismo. Contradicciones mediante, esa alianza terminó sirviendo para llevar a la presidencia al sector más conservador de la UCR y derivó en una crisis brutal. Luego, el Frepaso desapareció como agrupamiento central y autorreivindicados progresistas aparecieron en diferentes lugares no muy compatibles entre sí.

Partiendo de esta premisa, antes de pensar en quién lo representa, vale entonces preguntarse qué es hoy ese espacio.

Por empezar, es un espacio de límites difusos donde conviven -no necesariamente en armonía- personas con trayectorias políticas bien diversas. Una primera definición del progresismo podría indicar que está enmarcado en una izquierda democrática, que promueve fuertemente la defensa de las libertades individuales y cree en el poder del Estado como árbitro en las relaciones económicas y sociales con el objetivo de políticas redistributivas sin perder la estabilidad macroeconómica. En nuestro país, en los años post-dictadura, la etiqueta “progresista” también incluyó una centroizquierda vinculada a la defensa de los derechos humanos. Con un fuerte contenido ideológico, el espacio suele ser difícil de encolumnar bajo llamados pragmáticos a alianzas electorales que se vislumbran como agresivas a ese pensamiento. En algún sentido, es el espacio de las personas “librepensadoras”, lo que refuerza la disgregación.

Ahora, ¿por qué no hay una representación hoy para este espacio en la Argentina?

A priori, surge la tentación de verlo como consecuencia de un escenario de polarización, con una fuerza de centroderecha que en muchos casos está más cerca de la derecha que del centro. Por su parte, los espacios no peronistas se han alejado de las ideas progresistas necesarias para el siglo XXI. Entre los radicales, sus sectores más conservadores llevaron al partido a aliarse con el PRO y muchos de los que se oponían al delarruismo, como antes al balbinismo, se encontraron entre la comodidad de volver a contar con algunas cuotas de poder, pero defendiendo a un liderazgo en el que no creían. ¿A quién votan los y las radicales alfonsinistas que no se fueron oportunamente del partido? Pertenecen orgánicamente a Juntos por el Cambio, pero, ¿votan a esta coalición cuando los candidatos representan a la derecha a la que enfrentaban cuando los lideraba Raúl Alfonsín?

El Partido Socialista (PS), por su parte, luego de la reunificación ha tenido este debate como ordenador interno. Su pata santafesina, con los éxitos electorales provinciales, impulsó estrategias independientes, que al complicarse se han retraído. Su pata porteña ha decidido hace tiempo ser furgón de cola del PRO para sostener su estructura a costa de su identidad.

El peronismo, en su versión kirchnerista, tampoco la representó completamente por varios motivos. Por el lado político, más allá de alguna declamación momentánea, su política de alianzas políticas no estuvo apuntada a la generación de espacios como la Concertación chilena o el Frente Amplio uruguayo, por citar algunos de los ejemplos de la región. El otro motivo es por un diagnóstico económico que lo impulsó a llevar adelante determinadas políticas económicas con resultados favorables en el corto plazo en términos de crecimiento y distribución del ingreso, pero no sostenibles en el tiempo. La sostenibilidad macroeconómica es indispensable en cualquier proyecto progresista y eso es justamente un importante debe del kirchnerismo. Esto se ve plasmado en el estancamiento económico de la última década, la aceleración de la inflación y la centralidad del dólar. Otros sectores del peronismo que son afines al progresismo no han tenido relevancia en el entramado político actual como para torcer el rumbo.

Ante la orfandad de propuestas propias, algunos sectores se sintieron atraídos por la candidatura de Alberto Fernández. Otros plantearon la necesidad de construir una vía alternativa a las dos coaliciones existentes. Una idea de “tercer espacio” sin contenido. En todos estos casos, se privilegió el acercamiento a los partidos tradicionales ya existentes a la conformación de polos novedosos, con mayores niveles de autonomía.

Se trató de una búsqueda del progresismo por sumarse a lo existente antes que un reconocimiento de su importancia y agenda de propuestas. Un “no lugar” que permitió sortear definiciones, pero a la vez imposibilitó la construcción de organizaciones y políticas con horizonte de igualdad y libertad, sin tener que ceder ninguna de ellas.

A caballo del fracaso de estas alternativas, el concepto de “progresismo” pasó a resultar peyorativo. Lo que no es privativo de Argentina, ya que en otras latitudes se utiliza el woke left para darle el mismo tinte despectivo. Si es culpable o no, es materia de otro debate.

Aun en este contexto, siendo el foco de ataque de la derecha y sin estructura propia, hay vastos sectores de la población y de ambas coaliciones que se reivindican parte. Hay un espacio vacante para el progresismo en la representación política argentina, en general, y porteña, en particular. Será el desafío para quienes se embanderan en aquellos principios poder volver a ocuparlo, dado que es un aporte necesario a la discusión pública en momentos donde las propuestas que se escuchan ponen en riesgo la posibilidad de una vida en común.

Esa reconstrucción, dado el carácter del espacio, no puede apuntar en primera instancia a ser una alternativa de gobierno vaciándose de contenido. Debe apuntar a ser un partido ideológico que marque el debate público con posiciones y soluciones en pos del bienestar, la igualdad y la libertad. Allí, la propuesta de futuro, más que una sumatoria de pequeñas agendas, debe encontrar su raíz común en resolver la realidad cotidiana de la población, como siempre lo han tenido los proyectos transformativos de la izquierda: ¿cómo asegurar que los ingresos permitan una vida digna?, ¿cómo garantizar el acceso a la vivienda?, ¿cómo brindar educación y salud de calidad como derecho humano?

En este camino de reconstrucción debemos mirar a las experiencias más exitosas donde se priorizó una estructura estable con un núcleo de ideas compartidas para empezar a caminar. Se necesita una metodología de debate y construcción para convocar a todas las personas que habitan este espacio. Si esa gran “carpa” se construye puede volver a convocar a personas “librepensadoras” cansadas de no tener qué militar ni votar, así como a quienes necesitan estructura y poder para jugar el partido. Esa es la tarea.

*El autor integra el Grupo Paternal.

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