La lucha por los derechos políticos de las mujeres, como todo movimiento emancipatorio, requiere de historia, memoria y genealogía. La memoria nos enseña la rica experiencia de nuestro movimiento. La historia hace visibles las luchas que nos precedieron y la genealogía permite reconocernos en nuestras antepasadas. Eso nos fortalece y también da cuenta de la dureza de las transformaciones que exigen la construcción de una sociedad igualitaria.
El año pasado se cumplieron 30 años de la Ley de cupos y la conmemoración recuperó la memoria sobre este avance: nuestro país fue el primero en el mundo en lograr una legislación de este tipo. En esos tiempos de la transición democrática, la enorme participación de las mujeres en todos los partidos políticos y la escasa o casi nula representación (4,5 a nivel nacional), la memoria histórica -el antecedente del peronismo originario con la cuota del 33 %- y el grado de organización de la militancia femenina, fueron el motor de esta conquista que significó la gran epopeya de las mujeres políticas en esta etapa de la democracia.
En la campaña electoral de 1983, las peronistas nos propusimos recuperar la cuota histórica del 33% con una gran movilización previa a la elección que fue desoída por la dirigencia masculina. Luego vino el intento de la reforma de la carta orgánica en la Capital Federal, también fallido.
Las dirigentes históricas del radicalismo, conscientes de que dentro de su partido no lo iban a lograr, propusieron leyes en ambas cámaras del Congreso confiando en que el peronismo iba a actuar con memoria histórica. Así fue que, luego de la derrota en la elección de 1989, se presentaron proyectos en el Senado y en la Cámara de Diputados. La radical Margarita Malharro de Torres presentó un proyecto de reforma del Código Electoral, que avanzaría primero en la Cámara alta. Ante la media sanción del Senado, un gesto que tenía la convicción de quienes la votaron como un mero acto testimonial, las chances de lograr el voto positivo en Diputados parecía imposible.
Con la creación del Consejo Nacional de la Mujer, al año siguiente, nos enfocamos en la tarea de instalar el tema en la agenda política. Se creó la Comisión Asesora de Partidos Políticos, comisiones multipartidarias en todas las provincias, campañas de difusión y lobby para lograr el apoyo en el máximo nivel del Estado.
Se realizaron actos partidarios y multipartidarios de mujeres en todo el país. Desde el peronismo se cerró la campaña de la Provincia de Buenos Aires con 10.000 mujeres en Avellaneda y 5.000 en Rosario. Un día antes del tratamiento en Diputados, el Consejo Nacional de la Mujer convocó a una reunión nacional de legisladoras nacionales, provinciales y municipales de todos los partidos (con excepción de la UCD). A pesar del estado público que habíamos logrado, el bloque oficialista había adelantado su negativa.
La movilización llegó adentro del Congreso y los medios reflejaron este hecho histórico -donde logramos abrir las puertas a casi cinco mil mujeres- que nos permitió vencer a quienes se oponían, liderados por el entonces ministro del Interior José Luis Manzano, responsable de la suerte de la ley. Fue necesario que el presidente Carlos Menem le diera instrucciones para que el bloque oficialista la apoyara y en la madrugada del 7 de noviembre salimos triunfantes y hermanadas con el enorme gozo de haber sido protagonistas de un hito en relación a nuestros derechos políticos: ¡Logramos arrancarles la ley!
La ley de cupos fue el punto más alto de la unidad entre las mujeres en esos tiempos. A la alianza de las mujeres peronistas, radicales y de partidos del centro izquierda, sumamos a las compañeras del movimiento social de mujeres y feministas. El 30% tuvo un impacto simbólico y abrió el debate sobre la condición social de las mujeres y fortaleció las políticas públicas.
Quiero rescatar el ideario de esa lucha. Primero, por hacer cumplir el derecho a representar y generar una masa crítica que colaboraría para modificar las relaciones de desigualdad de género, feminizando la representación política y la agenda legislativa. El cupo inauguró una nueva forma de hacer política: la “transversalidad”, o como lo llaman las periodistas feministas hoy “las primeras sororas”, colaborando a la calidad democrática. El cupo legitimó la presencia de las mujeres en la política y abrió las puertas a la construcción de diversas formas de liderazgo.
En 2017 se sancionó la ley Nacional de Paridad (27.412) en un contexto diferente. Si bien fue impulsada por una transversal de mujeres de todas las fuerzas políticas, como el cupo, contó con el apoyo de los varones, algo demostrativo de las transformaciones. Pero lo decisivo fue una etapa de los feminismos signada por las grandes movilizaciones, el Ni Una Menos y los paros de mujeres que empujaban desde las calles. Fue simbólico que se votara en las Cámaras de Diputados y en el Senado el día del Primer paro de Mujeres y Diversidades. Ahí se agitaba “Paridad en todas partes”, siguiendo la consigna de “feministas en todas partes”. Y eso se cristalizó en el debate que se abrió en distintos ámbitos: el sindicalismo, la justicia, el deporte, periodistas, artistas, directoras de cine, universidades, en el sistema científico y tecnológico, en las organizaciones corporativas.
Hoy los desafíos son varios. Por mencionar algunos: promover los debates sobre la regulación de los gabinetes ministeriales y de la alta gerencia pública, lograr más representantes mujeres en las gobernaciones y municipios y más liderazgos en el sector privado.
A mi juicio, el “hueso duro de roer” es el nivel local, con apenas 16 % de mujeres intendentas. Hace apenas dos días se reunió la Red de Concejalas de Argentina, organización constituida por más de mil concejalas de todos los rincones de nuestro país que tiene como objetivos la construcción de redes de cooperación, paridad en todos los ámbitos de las legislaturas, reformas con perspectiva de género en las cartas orgánicas de los municipios, presupuestos con perspectiva de género y licencias paritarias, entre otros. Con la participación de 30 intendentas, se propusieron impulsar candidatas en todos los municipios del país para las próximas elecciones. Como nos enseña la historia, solo la solidaridad y la organización nos han permitido avanzar. Cierro con las palabras de la intendenta de Moreno, Mariel Fernández: “Cuando me presenté a las elecciones donde hubo siete listas me presionaban todos para que baje mi candidatura diciendo que no iba a sacar ni un voto. Resistí, convoqué a las mujeres y gané la elección. Luego del triunfo me llamaban los intendentes para felicitarme y me preguntaban con quién tenían que hablar o si directamente se dirigían a mi marido, que no hace política partidaria”. La política y el poder siguen siendo muy duros para las mujeres.