El mandato de los cardenales que participaron del cónclave para que Francisco encarase una reforma eclesial integral, sumado a roces doctrinales sutiles importados de Buenos Aires, hicieron que el pontífice jesuita “pusiera al Opus Dei en su lugar en la Iglesia”. Así fundamentan en claustros vaticanos la decisión de Jorge Bergoglio de reposicionar internamente a la organización religiosa fundada en 1928 por el sacerdote español Josemaría Escrivá de Balaguer, proclamado santo en 2002.
En pasillos de la curia romana incluyen otro elemento que –aseguran- pocas veces se toma en cuenta en las argumentaciones tanto a favor como en contra del decreto papal de reorganización del Opus. “Es la omisión de tres ejes pastorales que para Bergoglio son prioridad y ha traído al Vaticano: abusos, migrantes y trata de personas”, hizo notar a Letra P un sacerdote argentino residente en Roma. Precisamente, la sustancia de la denuncia por explotación, reducción a la servidumbre y abuso de poder contra la congregación religiosa que 43 mujeres hicieron llegar al dicasterio vaticano para la Doctrina de la Fe.
El motu proprio "Ad charisma tuendum" no pone el foco en el escándalo de “las mucamas”, sino que le hinca el diente a la estructura del Opus Dei, declarando la naturaleza “carismática” y no jerárquica de esta obra religiosa, que influyó sustancialmente durante el pontificado de Juan Pablo II. El decreto de Francisco le quita privilegios a la institución, ejerce mayor control sobre la gestión y degrada la figura de su líder, que ya no podrá ser nombrado obispo. También reclama una reforma de sus estatutos, que deberán ser revisados y aprobados por el Vaticano. En esta tarea ya está inmerso su máxima autoridad, el prelado Fernando Ocáriz, quien convocó para el primer semestre de 2023 a un Congreso General Extraordinario, para adecuarlos a la nueva norma pontificia.
Mientras en Roma, España y otros puntos del planeta los medios hablan de una amplificación del escándalo en el Opus Dei que nació en la tierra natal de Bergoglio y aplauden la movida del pontífice para desactivar esa sensación de que el Opus es “una iglesia dentro de la Iglesia”; en Buenos Aires, las fuentes locales de la organización religiosa evitan cualquier comentario, sostienen públicamente que han obedecido “filialmente” la ordenanza papal y niegan que esta situación tenga que ver con una confrontación personal de sus miembros con el jesuita que llegó al papado.
En una sola oportunidad, a raíz de una publicación periodística, la Oficina de Comunicación del Opus Dei salió al cruce de denuncias de personas que en el pasado pertenecieron a la congregación, lamentando que se haya hecho una presentación “descontextualizada” de testimonios negativos, omitiendo los positivos; aunque reconociendo que “pudo haber casos concretos”.
En las estructuras eclesiásticas vernáculas reina el silencio como en los claustros y nadie o casi nadie opina sobre las directivas papales para reorganizar la Obra ni sobre la denuncia que las “mucamas” hicieron llegar al Vaticano. La única voz audible fue la del arzobispo Eduardo Martín, quien desde Rosario, primera ciudad donde el Opus dijo presente en el país, expresó: "En caso de que hubiere habido faltas o pecados (entendiendo que no toda falta moral o pecado constituye delito) entre miembros de una institución, se debe buscar la reconciliación y reparar el daño que se hubiese causado".
Perfiles, más allá del dato
Pese a que el Opus Dei haya dicho que se “fuerzan conexiones” para subrayar una suerte de animosidad de Bergoglio contra la organización religiosa, ahora caída en desgracia, algunos datos históricos parecerían subrayar que al menos hay una diferencia en el perfil pastoral de quienes llegaron a estar al frente de diócesis argentinas y los que, por sugerencia de Bergoglio y decisiones de Francisco, los sucedieron en el cargo.
Entre 1986 y 2008, el Opus Dei llegó a tener simultáneamente tres obispos en diócesis argentinas: Alfonso Delgado Evers, Francisco Polti Santillán y Hugo Barbaro. Delgado, de profesión agrimensor, llegó al orden episcopal en 1986 de la mano de Juan Pablo II y su primer destino fue la jurisdicción eclesial de Santo Tomé (Corrientes). En 1994 fue trasladado a Posadas (Misiones) y en 2000, promovido como arzobispo de San Juan; nombramiento arzobispal que, en su momento, se interpretó como un reconocimiento a la obra del Opus Dei en la Argentina, donde empezó su actuación en 1950. Barbaro, doctor en Medicina, fue designado obispo de San Roque (Chaco) en 2008 por Benedicto XVI y es el único de los tres que permanece en el cargo. En 1994, Polti Santillán sucedió en Santo Tomé a Delgado y en 2006 fue trasladado como diocesano de Santiago del Estero. Renunció por edad en diciembre de 2013. Delgado hizo lo propio en 2017, ambos con Francisco como papa.
Hasta aquí, datos de la realidad pastoral. Lo llamativo es que los dos nombres por los que Bergoglio optó para reemplazarlos tienen un perfil más social y de “pastor con olor a oveja”, como le gusta definirlos al pontífice: Vicente Bokalic, vicentino, en Santiago del Estero y Jorge Lozano, colaborador del papa en Buenos Aires, en la arquidiócesis de San Juan.