La protesta que comenzó sorpresivamente el último fin de semana en San Antonio de los Baños, una ciudad de 35 mil habitantes próxima a La Habana por el sudoeste, se derramó de inmediato a otras localidades del interior de Cuba y a la propia capital, mientras que el régimen movilizó en esta última su estructura de modo de evitar que "la contra" le copara la calle. Si la crisis resultó un fogonazo no del todo inesperado, pero sí repentino, lo que no llama la atención es la constelación de posicionamientos internacionales que la rodearon de inmediato.
Para la Argentina, el caso constituye una papa caliente, similar a la de Venezuela, por las emociones y diversidad de opiniones que genera en un Frente de Todos en el que conviven, de izquierda a derecha, Cristina Kirchner, Alberto Fernández y Sergio Massa.
"Estados Unidos apoya la libertad de expresión y de reunión en Cuba y condenaría fuertemente cualquier uso de violencia contra manifestantes pacíficos que están ejerciendo sus derechos universales", dijo en Twitter el asesor de Seguridad Nacional de ese país, Jake Sullivan.
En las antípodas, Rusia le pasó un mensaje a Estados Unidos. En palabras de la vocera de la Cancillería, Maria Zajárova, "consideramos inaceptable cualquier injerencia externa en los asuntos internos de un Estado soberano y toda acción destructiva que favorezca la desestabilización".
México, tradicional campeón hemisférico del principio de no injerencia, pidió a través del propio presidente, Andrés Manuel López Obrador, que "no intervengan gobiernos ni grupos de intereses creados en la situación interna de Cuba" y que "se respete la autodeterminación del pueblo cubano; que sean ellos los que enfrenten sus asuntos de manera pacífica".
"Si se quisiera ayudar a Cuba, lo primero que se debería hacer es suspender el bloqueo", añadió en referencia al embargo comercial estadounidense, relajado por Barack Obama, endurecido por Donald Trump y que espera alguna definición de Joe Biden, quien fuera vicepresidente del primero y uno de los abanderados del efímero deshielo de 2016.
Como en otros asuntos de política regional, se supone que la Argentina transitará senderos similares a los de México, aunque las primeras definiciones no permiten asegurarlo. "Lo vemos con atención. No tenemos una posición tomada todavía. Nuestra posición ante todo es conocer los hechos de cerca, y en segundo lugar mirar el tema de derechos humanos, para el que no tenemos una vara diferente según las simpatías o no con un país u otro", dijo el domingo, con evidente cautela, el canciller Felipe Solá. Se verá, de acuerdo con cómo se sucedan los hechos en la isla, hasta qué punto primará en la postura nacional la defensa de los derechos humanos y hasta dónde la misma se supeditará al principio de no injerencia, principal argumento mexicano. Esa dualidad tensa permanentemente la política exterior de nuestro país y no siempre se dirime con prolijidad.
La crisis del régimen comunista tiene un doble trasfondo, a la vez político y económico.
En el primero de esos planos, el presidente, Miguel Díaz-Canel, queda en la primera línea ya sin el paragolpes que significaba el apellido Castro, tres años después de haber recibido el mando de Raúl Castro.
Está claro ya, como lo estuvo desde el principio, que el nuevo hombre fuerte no llegó para propiciar –al menos no de modo voluntario– ninguna flexibilización del régimen de partido único que gobierna la isla desde la revolución de 1959 y que toda la modernización esperable pasa por la continuidad de un modelo económico que, más por necesidad que por vocación, avanza hacia una suerte de economía mixta en la que, a la par que se racionaliza la operatoria de empresas estatales en crisis, se le suelta paulatinamente la cuerda al cuentapropismo.
Lo anterior, para desazón de los nostálgicos de los años fundacionales de la revolución, ha generado una sociedad dual, en la que el nivel de vida de quienes acceden a divisas duras –ya sea por el turismo, ya sea por el envío de remesas de familiares desde el exterior– supera ampliamente al de quienes no tienen esa posibilidad.
La pandemia del nuevo coronavirus pega fuerte en la isla, algo que no debe sorprender toda vez que la misma depende en gran medida de una de las actividades más golpeadas por el Gran Confinamiento en todo el mundo: el turismo.
Así las cosas, en Cuba se habla de la mayor crisis económica en tres décadas, hecha de escasez de comida, remedios e incluso energía eléctrica, con cortes de suministro de hasta seis horas. Así lo admitió el propio Díaz-Canel, quien el domingo dijo que "parece que la situación energética fue la que levantó algunos ánimos".
Remontarse a 30 para describir la actual crisis implica llevar la memoria al llamado "período especial", de extrema penuria, provocado por la retirada del respirador soviético a una economía que no estaba lista para respirar por sí misma.
"Hemos sido honestos (…). Hay desabastecimiento de alimentos, de medicamentos, de materias primas y de insumos para poder desarrollar nuestro proceso económico y productivo", enumeró.
Las explicaciones oficiales, sin embargo, no le alcanzan a una parte de la población agobiada por esas penurias, por una falta de libertad que ya resulta injustificable y asfixiante y por la propia emergencia sanitaria, que expone una vez más los contrastes cubanos: faltan medicamentos, pero el país es pionero en la región no con una sino con dos vacunas de eficacia aparentemente muy elevada contra el covid-19. Cabe recordar que el país atraviesa un momento delicado en términos de contagios y muertes: 6.923 casos documentados y 47 muertes el sábado, números récord. Cuba, un país de 12 millones de habitantes, se acerca a los 1.600 fallecimientos, una cifra muy baja en relación con otros países, pero con una progresión que preocupa.

Tapa del diario Granma, órgano oficial del comité central del Partido Comunista de Cuba.
Las manifestaciones que expresan el rechazo al régimen de partido único son protagonizadas mayormente por jóvenes. Miguel Díaz-Canel repitió la acusación de que "la mafia cubano-americana" está detrás de la inquietud, así como las consecuencias de un embargo injustificado que sigue inalterable desde 1962, pero admitió que el descontento es real. "Hay personas que vinieron a manifestar la insatisfacción, incluso revolucionarios confundidos", dijo. Pese a eso, elevó el tono al asegurar que "hay muchos, y me pongo como el primero, que estamos dispuestos a dar la vida por esta revolución".
"La orden de combate está dada: a la calle los revolucionarios", tronó.