El problema de la inflación se ha vuelto endémico en nuestro país y traspasa la grieta monetarismo vs. estructuralismo. El economista argentino Adolfo Canitrot lo explicitó muy claramente: "Para bajar la inflación soy monetarista, estructuralista y todo lo que sea necesario; y si hay que recurrir a la macumba, también”.
Ya no quedan dudas de que el régimen de alta inflación que vive la Argentina ha convertido nuestro sistema económico en una verdadera fábrica de pobres. Reducir la tasa de inflación sería la política más progresista que se puede implementar, ya que el aumento general y sostenido de precios no es otra cosa que un impuesto, el más regresivo y distorsivo que una economía pueda tener. Golpea directamente a los sectores más vulnerables y eleva, mes a mes, el umbral de ingresos necesarios para que una familia no caiga en la pobreza.
Ya no solo estamos hablando de personas desocupadas que son pobres, sino que hemos “logrado” que la pobreza crezca entre la población trabajadora con ingresos mensuales.
La inflación estructural distorsiona el sistema de precios relativos, lo que impide que se generen las condiciones propicias para un proceso sostenido de inversión productiva. Y sin inversión no hay crecimiento real del producto y del salario en el mediano plazo.
La lucha contra la inflación requiere políticas y consensos que permitan recrear una moneda. Argentina tiene hoy una economía bimonetaria, en la que el peso se utiliza para transacciones cotidianas y el dólar funciona como referencia de valor.
Entonces, ¿cómo diseñar e implementar un programa de estabilización que nos permita reducir la inflación?
La primera condición sería generar confianza en que el plan sea sostenible y cuente con el respaldo político suficiente para su implementación. Cualquier plan de estabilización exitoso debería restablecer el proceso de inversión y crecimiento, condición indispensable para el aumento del salario real.
Tendría que contener además un claro sendero de convergencia hacia el equilibrio fiscal y monetario. Este punto es central. Los agentes económicos deben ver que se transita hacia ese escenario.
El equilibrio fiscal no solo es necesario para bajar la emisión monetaria, sino que resulta indispensable para no generar deuda que, tarde o temprano, debe ser pagada con un esfuerzo fiscal extra.
Además del déficit fiscal, resultaría necesario terminar con el déficit “cuasi fiscal” del Banco Central. Las Leliq, como instrumentos de absorción de pesos, no son sostenibles en el marco de un plan de estabilización. El mecanismo para regular la cantidad de dinero debería ser la compra-venta de títulos del Tesoro, como ocurre en la mayoría de los países del mundo.
La estabilidad cambiaria es otro elemento central. No se trata de atrasar el tipo de cambio como ancla al aumento de precios, sino de sostener un tipo de cambio administrado capaz de generar equilibrio en el sector externo.
Evitar la formación de bolsones de inflación reprimida es esencial para la sostenibilidad de cualquier plan de estabilización. Precios regulados que se alejen del equilibrio solo generan la formación de expectativas de reajustes explosivos y disminuyen los niveles de confianza en la sostenibilidad de mediano plazo.
Reducir la tasa de inflación es un proceso complejo que debe ser sostenido por los actores sociales durante el tiempo. Eso no es fácil, pero es indispensable para recrear nuestra moneda y las condiciones de inversión necesarias para un crecimiento del producto y del salario real sostenibles, requisitos para dejar atrás la pobreza y exclusión social que hoy padecemos.