Es poco habitual que un obispo acompañe en los hechos el movimiento de mujeres contra la violencia de género, más allá de una declaración formal ante un caso puntual de femicidio, pero en la Patagonia hay al menos dos referentes episcopales que escuchan ese grito y respaldan las acciones de los grupos que alzan la voz frente a estos crímenes de odio.
Fernando Croxatto, de Neuquén, es uno de ellos y ha sido una de las pocas voces de la Iglesia que se ha hecho escuchar tras los femicidios de Guadalupe Curual en Villa La Angostura, Karina y Valentina Apablaza en Las Ovejas, María Marta Toledo en Centenario y Cielo López en Plottier. Todos, perpetrados por exparejas o varones con vínculos cercano a las víctimas.
El obispo acompaña la conformación de espacios de contención, sobre todo religiosos, para quienes huyen de sus hogares por la violencia, en una provincia donde las mujeres cuestionan abiertamente al gobernador Omar Gutiérrez (Movimiento Popular Neuquino - MPN) por no declarar la emergencia contra la violencia machista ni destinar más presupuesto para refugios u otros dispositivos para afrontar este delito.
En este contexto, Croxatto movilizó a la diócesis a unirse al reclamo de justicia por el femicidio de Guadalupe, la joven de 21 años, madre de una beba de un año, asesinada en Villa La Angostura el 23 de febrero por su expareja, denunciada seis veces por amenazas de muerte. También visibilizó, parafraseando un documento del papa Francisco, el hecho de que son las mujeres pobres las que más frecuentemente sufren situaciones de exclusión, maltrato, violencia y muerte, por encontrarse “con menores posibilidades de defender sus derechos”.
Un día antes, el 22 de febrero, el prelado se había traslado hasta la localidad de Las Ovejas para encabezar un acto en la Plaza de la Memoria, donde reflexionó sobre el doble femicidio de Karina y Valentina que, evaluó, hirió “para siempre” a la comunidad y rezó por las víctimas a tres años del crimen de madre e hija. Allí también leyó un extracto del mensaje “Territorios abiertos a la violencia”, redactado por mujeres católicas de Neuquén.
Ahora, en vísperas del 8M, Croxatto le pidió al intendente de Neuquén, Mariano Gaido (MPN), con quien tiene diálogo fluido, que permita a un grupo de católicas hacer un encuentro en el “Cristo de la barda” o “Cristo de la Hermandad”; a lo que el jefe comunal accedió, con cumplimiento de los protocolos preventivos por la pandemia. Ese día, en ese lugar emblemático de la ciudad se hará una intervención con fotos de víctimas de femicidios e imágenes de mujeres que, según las organizadoras, “habitan en la vida de cada una”, y el obispo presidirá misa a los pies del monumento emplazado en el Balcón del Valle. Todo un gesto.
Esta movilización está prevista para la mañana del 8M, por incluir expresiones religiosas y porque muchas mujeres católicas se sumarán a la tradicional marcha #NiUnaMenos que se hará por la tarde en el capital neuquina y otras ciudades de la provincia.
El movimiento de mujeres católicas patagónicas se fue gestándose en plena crisis sociosanitaria, en la que los casos de violencia no cesaron y hasta aumentaron por las situaciones de encierro, y como reacción ante los femicidios perpetrados en territorios diocesanos australes y la ausencia del Estado para prevenirlos. Lo empezaron las monjas Siervas del Espíritu Santo con su Proyecto Ser Mujer y el grupo Betania, para contener y albergar a mujeres en situación de violencia de género. Luego se sumaron otras equipos interdisciplinarios que trabajan desde la Iglesia el tema de la violencia doméstica. Aunque no coinciden en todas las demandas de los grupos feministas, levantan la bandera contra la violencia machista y los femicidios. Sin una conexión institucional, reconocen vínculos personales entre ellas. También esperan -dijo a Letra P una de sus referentes- que la atención de esta realidad sea una prioridad pastoral de cara a los 60 años de la diócesis de Neuquén.
El otro obispo que se muestra comprometido con esta causa es Roberto “Chobi” Álvarez, uno de los dos auxiliares de Comodoro Rivadavia (Chubut), quien, desde su llegada a la diócesis, ha predicado por la inclusión de la mujer en las estructuras de la Iglesia. Ahora, también supervisa la redacción de un manual para prevenir abusos y situaciones de violencia tanto en espacios eclesiásticos como seculares, una guía de pronta publicación que preparan una jueza y dos abogadas.
“Es mucho lo que hay que reparar. Es enorme la tarea para acercarnos a sus universos, porque ha sido inmensa nuestra complicidad e indiferencia, hasta hacer parecer que fueran mundos diversos. Y en eso tenemos que asumir como Iglesia que, al menos, hemos permitido que se nos asocie con prácticas claramente antievangélicas: ni una mujer tiene que soportar un solo menosprecio por ‘preservar’ un matrimonio, su familia o lo que sea. Nunca una mujer puede quedar desprotegida o tener siquiera esa sensación porque un eclesiástico diserte sobre el modo en que se viste, se mueve o sonríe; jamás una niña debería estar inducida por la catequesis, nuestros sermones, etc., a roles que la predispongan a perder autonomía y ser dependiente de un varón”, escribía, con tono autocrítico, para el 8M del año pasado.