Entrevista | Carlos Quenan

“Hay que abandonar la búsqueda de la burguesía nacional perdida”

El economista argentino docente en La Sorbona reclama un "Estado estratega" que dirija y arbitre. Fernández, CFK, la maldita grieta y el caso Techint.

El economista argentino Carlos Quenan sostiene que la grieta argentina se explica, en parte, por la histórica confrontación entre dos bloques socioeconómicos. Aunque vive en París desde hace 30 años, siguió de cerca la reestructuración de la deuda y estuvo con Alberto Fernández durante su gira por Europa, en febrero pasado. Hoy profesor de economía en la Universidad de La Sorbona, cuestiona la vieja idea de la burguesía nacional, pero reivindica la necesidad de un “Estado estratega” que impulse un contrato social adaptado al marco global y desarrolle segmentos de grupos económicos como Techint en el país. “No es fácil, en la emergencia, empezar a ver cómo es el edificio que quiero construir. Pero hace falta dominar el foco de la pandemia para después levantar la vista y superar la ausencia de compromisos estables”, dice. 

 

BIO. Profesor en el Institut des Hautes Etudes de l'Amérique latine (IHEAL) de la Universidad de París Sorbonne Nouvelle. Vicepresidente del Instituto de las Américas. Autor de más de 60 libros. Consultor de gobiernos de América Latina, Europa y África. Desde 2018, senior advisor en el Ministerio de Educación y de la Juventud de Francia.

 

-¿Cómo ve la idea de un contrato social en este contexto para la Argentina?

 

-La ausencia de compromisos socio-institucionales en los grandes lineamientos de una estrategia de desarrollo nacional es determinante. Desde hace ya décadas confrontan dos orientaciones que tienen detrás los ingredientes de lo que podríamos llamar un bloque socioeconómico, la concepción liberal-aperturista y la nacional-desarrollista. La ausencia de una perspectiva común se traduce en la debilidad que tienen las políticas de Estado. Es un problema central de Argentina y una parte de lo que se denomina grieta se explica en el fondo por esto.

 

-Bloques de poder que se igualan en el poder de veto pero no pueden imponer un modelo propio... 

 

-Claro, el análisis siempre vigente del “empate hegemónico” de (Juan Carlos) Portantiero. Ante la crisis de la pandemia, el mundo reaccionó en una especie de sálvese quien pueda, con respuestas nacionales frente a un problema global. Es el mundo de bajo crecimiento el que genera tensiones y las vemos aparecer en países que no las tenían. Hoy, Argentina no es una excepción. Estados Unidos, Brasil, Chile... aquí, en Francia, se habla mucho de las “fracturas”. El contrato social es una necesidad contrariada por un contexto negativo que acentúa las tensiones distributivas y políticas. 

 

 

 

-Cristina Fernández compartió en julio una nota de Alfredo Zaiat que cuestionaba el contrato social con grupos como Techint y Clarín. ¿Cuál es su opinión sobre el tema?

 

-Son discusiones y contradicciones en la coalición de gobierno que debería ser posible procesar. Zaiat identifica dos características de grupos económicos que son bastante conservadores, juegan un rol más abiertamente que en otros países y están transnacionalizados, con una dependencia cada vez menor del mercado interno. La distinción política complica el análisis, aunque podría ser que se sienten en la mesa los que están enfrentados; ha ocurrido en casos muchos más graves... en la guerra de Vietnam, por ejemplo. Como economista, me parece discutible que resulten absolutamente ajenos al desarrollo nacional: sugiere que sólo puede participar del contrato social lo que se llamaba la burguesía nacional. Es una visión un tanto estrecha y sesgada del proceso de gran internacionalización de grupos económicos, que hace que muchos como Techint en Europa, en Estados Unidos e incluso en China se autonomicen de sus bases nacionales. 

 

“Es el mundo de bajo crecimiento el que genera tensiones y las vemos aparecer en países que no las tenían. El contrato social es una necesidad contrariada por un contexto que acentúan las tensiones distributivas y políticas.” 

-¿A qué se refiere?

 

-El laboratorio Sanofi generó una gran discusión en Francia cuando, en pleno confinamiento, anunció un acuerdo con Estados Unidos para una venta anticipada de la vacuna contra el Covid-19. Es un grupo de base francesa cada vez más internacionalizado y la vacuna no es para un país: tiene que ser rápidamente declarada un bien público mundial. Tenemos la economía mundial en ruinas, una recesión como no hubo desde los años ‘30 y lo que ha fallado es la respuesta global y concertada. Hoy, la Unión Europea negocia con Sanofi, con Moderna, con Johnson and Johnson y con Curevac para firmar acuerdos de venta anticipada. No me parece que haya que tachar a esos grupos de la perspectiva del desarrollo nacional. Es un Estado estratega el que debe definir qué segmentos de la cadena global de Techint quiere incentivar en Argentina y tener en cuenta los sectores más ligados al mercado interno, a partir de los cuales producen las pymes. 

 

-Economistas cercanos al Gobierno piensan que grupos como Techint y Arcor necesitan salarios cada vez más bajos para que su negocio cierre.  

 

-Depende del sector, pero el Estado debe procurar que tengan una competitividad no costo. Menciono un caso que conozco directamente: el Estado mexicano desarrolla una política pública industrial que busca darle mayor valor agregado a la participación nacional de proveedores en la construcción de interiores más sofisticados para Boeing y Airbus, lo que requiere un trabajo de ingeniería y de diseño especial. La competitividad por bajos salarios tiene patas cortas. Por un lado, siempre aparecen competidores que ganan en ese plano y, por el otro, en el mundo que viene van a predominar las tensiones proteccionistas, producto de una economía que lleva una década de bajo crecimiento a nivel mundial y que ahora padece la pandemia. La recesión acentúa el reflejo proteccionista, se busca exportar la desocupación propia al exterior con barreras y hacen falta mayor innovación y valor agregado. El Estado estratega debe facilitar que las áreas menos dependientes del costo laboral puedan ser desarrolladas en el país. Esto supone superar tensiones políticas y parece utópico pero es lo más realista: no hay país que se haya desarrollado sin grandes líneas directrices basadas en un consenso nacional. Miremos a Corea o a los países del Norte de Europa. Hay que lograr que las fuerzas que propugnan esto en Argentina terminen siendo mayoritarias. 

 

 

 

-Techint fue el primer grupo que anunció despidos y ahora plantea reducir sueldos a la mitad. ¿Cómo se llega a un acuerdo sin que el poder político quede desautorizado?

 

-Es una coyuntura muy difícil, porque la baja de salarios se plantea en todas partes a cambio de preservar el empleo. En algunos países de Europa, los Estados compensan con políticas contracíclicas: tienen plata para poner sobre la mesa, algo que el Estado argentino no. 

 

“La competitividad por bajos salarios es algo que tiene patas cortas. Por un lado, siempre aparecen competidores que ganan terreno en ese plano y, por el otro, en el mundo que viene van a predominar las tensiones proteccionistas.”

-¿Todavía se puede pensar en una burguesía nacional para un contrato social?

 

-Cada vez menos. Hay que distinguir desde el poder político. En distintos países del mundo, hoy se apunta al desarrollo territorial armónico con la mirada en el empleo. Más que buscar con lupa por todos lados dónde está la burguesía nacional, es importante para el Estado tener claro qué procesos productivos son importantes para el interés nacional. Hoy, la pandemia convierte a la salud en una preocupación mundial y Argentina muestra capacidades que no todos los países tienen. Eso hace posible la especialización de Argentina a mediano y largo plazo a partir de su capital humano. 

 

-Cristina parece reivindicar la experiencia de los grupos económicos identificados con el Gobierno. ¿Hay alguna perspectiva de intentar algo similar?

 

-Hay que mirar en cada etapa, pero lo veo muy poco factible hoy en Argentina. La formación de grupos económicos dominantes a partir del poder político se puede dar en condiciones particulares. Los conglomerados coreanos tuvieron algo de eso, pero rápidamente se autonomizan y juegan su propio rol. Hay un sector de grandes capitalistas privados chinos que son cada vez más difíciles de identificar al ciento por ciento con el interés nacional chino. Tienen su propio juego y sus mercados específicos, no todos se parecen a Huawei. Hay que abandonar la búsqueda de la burguesía nacional perdida. Lo que hoy se revaloriza es un Estado estratega que juegue con los diversos actores y trate de ir más allá de la disputa. Hay que tomar ingredientes de esos dos proyectos en pugna e integrar elementos del otro, aunque sea en una lógica secundaria. Hay un imperativo de competitividad, pero la experiencia mostró que ese imperativo no se puede lograr de manera naif, entre comillas, porque hay intereses en juego importantes siempre. Abrirse desde el punto de vista financiero para la lluvia de inversiones desembocó en crisis financiera. La globalización, si uno se abre sin resguardos, es peligrosísima.

 

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