El arduo camino de la moderación

En el peronismo no hay derecho de admisión, todos son parroquianos y comparten el amplio espacio subjetivo de la pila bautismal.

Hace unos días le hicieron un reportaje al dirigente Guillermo Moreno, exsecretario de Comercio ampliamente conocido, que me llevó a reflexionar sobre sus dichos. Siempre consideré a Moreno, asociado al primer peronismo; su fervoroso discurso es más ortodoxo y esta posición es compartida por otros dirigentes peronistas. Consciente del entorno que lo rodea, el exsecretario tiende a ser enfático y marcar territorio ideológico, diferenciándose, sobre todo hacia el interior del vasto y heterogéneo peronismo, preservando una suerte de identidad original. Sin duda, él se atribuye a sí mismo un alineamiento al dogma que tiene sus doctas fuentes en la comunidad organizada y en la Constitución del 49. 

 

En la coyuntura,  toma posiciones críticas respecto al gobierno de Alberto Fernández desde un peronismo más primigenio, referenciándolo como “socialdemócrata” y asociándolo con la continuidad de la Alianza. Podemos agregar una cita del propio Moreno al referirse al Presidente, en  un amplio reportaje que le hizo Fontevechia,  señalando que era “más hijo de la cultura hippie que de las 20 verdades”. Está claro que esta referencia es epocal y que implicaría para la ortodoxia una “blasfemia” a la tradición del peronismo. Pero seguramente para Albero Fernández el peronismo debe evolucionar de acuerdo a los tiempos y adaptarse a los cambios de época.   

 

 

 

Desde su origen, el peronismo tuvo varias “salidas” o “desvíos” de su propio camino, desde el neoperonismo hasta las formaciones especiales en que se acumulan un listado de nombres que fueron catalogados como apóstatas o compañeros. Más acá el kirchnerismo también fue mirado por algunos, y aún lo es, como un grupo de conjurados.  Algunos dirigentes van y vienen de la descalificación, según los saltos que peguen cerca o lejos de algún Poder. Hugo Moyano es un ejemplo de lo que decimos.

 

El menemismo nace en un momento de apogeo de la hegemonía mundial del capitalismo y que se expresó, por ejemplo, en una alianza con los Braun y los Alsogaray, gestando un oxímoron llamado “Economía popular de mercado”. Tampoco acá, ni ayer ni hoy, el peronismo ha discutido, ni exonerado ese modelo. El discurso kirchnerista se alimentó de su confrontación con los ´90, sin embargo hoy el expresidente, miembro de un cuerpo legislativo, convive con Cristina Kirchner que es la titular.  

 

La consumación del menemismo se produjo sin que haya otra consecuencia que la que dicta el régimen electoral.  Es notable cómo la dinámica política se desenvuelve en lo que Felipe Solá pergeñó acertadamente con una sola frase: “para mantenerse en el poder hay que hacerse el boludo”. La cosa funciona cómo si no hubiera premios y castigos.  En realidad los hay pero depende de la ciudadanía y de ningún otro. En el peronismo no hay derecho de admisión, todos son parroquianos y comparten el amplio espacio subjetivo de la pila bautismal. 

 

En 1987 Antonio Cafiero, luego de ganar en la provincia de Buenos Aires inicia junto a otros dirigentes, la Renovación Peronista, que algunos hemos leído como un paso “socialdemócrata” al que el propio Don Antonio enojado respondía:  “…de ninguna manera mihijito, nosotros somos peronistas”, ratificando la diferencia entre los que parieron estas orillas respecto a la usina política de ultramar. 

 

El desvío de los ´90 por derecha, tuvo su reacción contracíclica en la experiencia del sindicalismo opositor y el FrePaSo. Sin dejar de mencionar que hubo un sindicalismo que acompañó el proceso privatizador. Entre esta nueva fuerza de centro izquierda que surgía y el poder territorial de la UCR establecieron una alianza para imponerse al peronismo y  lograr la síntesis superadora a la que aspiraban de hacía décadas. Desde el ´55 a la fecha, dicha pretensión (ya sea fusilando o cooptando) no se logró. 

 

El movimiento liderado por Néstor y Cristina Kirchner es una última versión del peronismo,  confluyendo con el progresismo, al punto que esta mixtura estimuló a muchos analistas a diferenciarlo del peronismo, otorgándole una identidad propia que denominaron kirchnerismo. 

 

Los fundadores del kirchnerismo mantuvieron una relación ambigua con el Partido Justicialista, donde prevaleció la indiferencia de los máximos dirigentes que convertía al Partido únicamente en un instrumento. El PJ. con la herida de origen de su desjerarquización movimientista, tampoco llegó a ser un partido en el modelo socialdemócrata. Recordamos aquella recomendación de Aníbal Fernández  de “que la marcha se la metan en el culo” en un baldío de liturgia correspondiente a los primeros pasos del gobierno instalado en el 2003.  La historia del peronismo es también la historia de su interna, la diferencia con los radicales, que viven una interna perpetua, es que el primero tiene más voluntad de poder. 

 

A lo largo de los años, el peronismo se ha salido del eje con el fin de encontrarse, configurando un magma complejo. Los descarrilamientos son varios, desde el neoperonismo, el vandorismo, o cuando el mismo Guillermo Moreno dijo el 20 de enero del 2017 “Trump es peronista”. En definitiva, esta dinámica del peronismo saliendo de su traza, subsiste y nos lleva a  preguntarnos ¿cuál es esa traza?; o tal vez la traza sea una línea imaginaria y lo  que unifica es el mito de origen. El peronismo vive descarrilando de sí mismo y cada sector, cada pensamiento dice contar con la fórmula. 

 

 

 

Por supuesto que Moreno expresa, también, a Néstor Kirchner, pero observa al progresismo como un aliado menor y contaminante. El progresismo es Europa, es la izquierda, son las vanguardias culturales, es Flacso, que afecta a lo autóctono. La atracción que provoca el progresismo que es extranjero, es contraria a la tercera posición.  Este debate imaginario se desenvuelve en  los ámbitos de gestión y en la locuacidad del silencio con que muchas veces se contesta a la confrontación política. No esperamos que haya respuesta a Moreno, pero sí creemos que el interpelador quedará fijo en un lugar, esperando que sus vaticinios negativos se cumplan.

 

A la aparición de Moreno, podemos agregarle la de Julio De Vido, o la de Gabriel Mariotto, en una línea similar y hay que sumar una militancia en redes que manifiesta sus reparos con la figura presidencial (al que ven “blando” frente a los poderes fácticos), preservando a CFK como líder indiscutida.  

 

Por supuesto, como todos sabemos, el gobierno nacional cuenta con un consenso amplio en la opinión pública que, y esta es la cuestión, no se implica con estas contradicciones.  El triunfo del Frente de Todos, constituido por 24 partidos, tuvo que ver con el rostro moderado y racional de Alberto Fernández. Una vez obtenido el gobierno aparecieron al desnudo las grandes dificultades, algunas de la herencia y otra nueva y desconocida como el coronavirus.

 

De ese contexto emerge la necesidad de una profundización nacionalista y un Estado más intervencionista. La definición final sobre cada posibilidad es de quien conduce el Estado Nacional, porque la economía peronista es un abanico abierto y heterodoxo.  Pero este no es el mundo del ´45 y tampoco el tercer mundo existe, y por lo tanto, no hay muchas salidas y caminos fuera de la bipolaridad mundial, que tiene todavía a los EEUU en primer lugar,  mientras la UE busca un rumbo que ha perdido. Por lo tanto la posibilidad de máxima de los países periféricos es contar con una cierta autonomía sin quedar aislados.

 

Creemos que este debate que se resuelve en la cruda realidad, se inscribe profundamente en la vigencia o no del primer peronismo, es decir en una discusión que tiene su reflejo epocal. La confrontación de las ideas con lo contemporáneo va a mostrarnos que esa realidad “evolucionó” como pedía Perón. La cuestión sería definir si ser peronista es ir adaptándose a una evolución global o quedar congelado en la iconografía. Es paradójico, pero no sorprendente,  que cualquier propuesta revolucionaria puede terminar en el conservadorismo cuando no se realiza como tal. 

 

En este sentido, especulamos, que el abrazo de Perón con Balbín tenía un significado de nueva época, frente al contexto de violencia afuera y adentro. Pero, fue en las entrañas mismas del peronismo donde se bloqueó el camino. Los que quedaron en el Gobierno hasta el golpe, tenían más que ver con intereses facciosos que con la transformación prometida en el ´73.

 

Es importante, por aquello que afirma que la realidad es la verdad, reconocer que hay un cambio generacional y la gran mayoría de los jóvenes desconoce las 20 verdades y la Comunidad Organizada. Por lo tanto, para trabajar o militar es necesario hacerlo desde los mismos valores pero con otros instrumentos. Y esto apunta a señalar el enorme desafío que significa la necesidad de actualización del Justicialismo en la era digital, sino puede caer en el anacronismo y en la evocación melancólica de un largo duelo. El peronismo puede ganar o perder elecciones, pero la verdadera prueba está en su respuesta a los desafíos de los tiempos, porque sigue vigente la diferencia entre Gobierno y Poder.  Y al poder de los otros no se los vence nombrándolos o adjetivándolos, hace falta mucho más.  Y ahora, por la época, se requiere mucha más inteligencia que voluntad. 

 

Hoy el peronismo accede al gobierno con el logro de la unidad, la unidad de las diferencias, y pone en el primer peldaño a Alberto Fernández, quién podía dar garantía de la unificación y quién podía traer votos de afuera del conglomerado con el mayor aporte de Cristina. Pero queda claro que para algunos peronistas ésta era una jugada electoral que tenía su develación. Gabriel Mariotto elogió la moderación de Fernández en el cálculo electoral, "Si Alberto no hubiese sido moderado, no ganábamos" afirmó, pero sostuvo que ése tiempo ya pasó, que la contención política es una etapa superada. "Si en el Frente de Todos nos moderamos, deja de tener fogosidad; yo no me quiero moderar", sentenció.

 

 

 

El “vamos por todo” jacobino vuelve asomar de la mano de esta posición ¿Cuál sería la preocupación si los dirigentes que tienen esta posición no ponen en peligro la estabilidad del Gobierno o la distribución de poder en el gabinete?; no es preocupación sino que es señalamiento de que en el mar común del peronismo, ésta es una ola más que se desplaza. La epidemia, al afectar el orden del mundo, fortalece posiciones de cambio profundo que puedan ofrecerse en el espacio público para reorganizar el caos.    

 

Más allá de los nombres, esta opción va asomando a medida que se controla eficazmente la pandemia y sobresale la coyuntura con sus urgencias. El interrogante es cuál va a ser la filosofía política aplicada a la economía de este Frente de Todos. En las políticas, Moreno señala su  oposición a todo movimiento de apropiación  (eso lo ve el ex Secretario como una “sovietización”) señalando el lugar de lo privado en la Comunidad Organizada basado en la doctrina social de la Iglesia. Otros ven, en una línea parecida, que el Estado debe avanzar  sobre la producción y la distribución, el comercio externo y el cambio en la estructura impositiva, para afectar líneas de transmisión de la ganancia capitalista, buscando una desconexión con la hegemonía mundial. Es evidente, para nosotros, que dichas ideas deben caminar sin hacer ruido, mientras tengamos este contexto, y no tengamos, además, un pueblo organizado y movilizado. 

 

En realidad, lo que estas posiciones hacen es poner sobre la mesa la cuestión del papel del Estado y su relación con la economía, con la política y con la sociedad, y la definición estratégica sobre cuál es o debe ser la configuración del futuro. El ex vicegobernador pronosticó hace poco “a la Argentina, después de la pandemia, me la imagino bien peronista, con las empresas de servicios públicos y el comercio exterior en manos del Estado…”. Esto es una ratificación del componente del nacionalismo económico que, por supuesto, es parte de la experiencia peronista. Creemos que varios de estos dirigentes actúan como francotiradores, primando la oportunidad con que tales definiciones se disparan sobre Alberto Fernández; y no sobre Macri. 

 

En el análisis del tablero político no damos demasiado poder de fuego electoral a los protagonistas que hemos señalado; estas afirmaciones no tienen eco en el grueso de la opinión pública y, a veces, ni siquiera en el peronismo. Pero haciendo un recorrido horizontal, nos parece importante mostrar otros actores, además de la oposición formal del macrismo residual, que intentan condicionar, atacando al Gobierno. 

 

Cuando se analizan exhaustivamente las condiciones objetivas y subjetivas de la población, su historia electoral de los últimos 20 años, el contexto global y las contradicciones, se puede afirmar que el camino de la moderación es el más apropiado o el más viable. Otras propuestas más rebeldes no pueden contestar la respuesta sobre “a dónde vamos” o por tal o cuál camino. Porque cualquier posición de perfil jacobino o revolucionario setentista se frena cuando queremos saber cuál es el destino, cuál es la envergadura organizacional con que se cuenta, cuáles son los instrumentos, los frentes de masa, las vanguardias.  Lamentablemente, la visión sobre la relación de fuerzas en el planeta muestra que del lado transformador hay una actitud defensiva y un vacío de movimientos organizados y coordinados de  interpelación a la hegemonía.

 

Lo que prima hoy en el mundo es la lucha entre personajes y no entre formaciones políticas. Como el sistema-mundo tiene su confirmación no sólo en los mercados, con su turbulencia, sino en la subjetividad colectiva, en el sentido común, hoy está pensando más cómo volver al día anterior a la declaración de la epidemia que cómo  se aprovecha la demolición. 

 

Los personajes son importantes, pero no suficientes para cambiar la historia. Es imposible otorgarle alguna posibilidad a Perón el 16 de octubre sin el día siguiente, sin el pueblo organizado. El congelamiento de los denominados frentes de masas colabora en promover el salvacionismo, el mesianismo. Frente al desastre mundial de la pandemia se abre la posibilidad reformista de transformación lenta pero posible. Y aunque no luce, congeniar con el FMI es una de las tareas en que se privilegian los intereses. Los caminos de las reformas económicas están abiertos.  Pero consideramos que dadas las circunstancias excepcionales del mundo y de la argentina, que triplica su crisis entre pandemia, deuda y paralización económica, lo prioritario es fortalecer el poder del Ejecutivo nacional, para que las funciones de conducción y dirección del Estado se desarrollen a pleno.

 

Nadie duda de que el Estado tiene y tendrá mayor protagonismo en el mundo, pero en los países desarrollados, esto será para restituir lo privado, es en los países periféricos, por ahora, donde dominan más los interrogantes, considerando la importancia relativa de las corporaciones respecto del Estado. 
La moderación surge del análisis de la situación objetiva y subjetiva de la etapa, el contexto dado por la hegemonía planetaria y las relaciones de fuerza  que influyen también en el sentido común, produciendo indiferencia o depresión. El nivel de la organización popular muestra que todavía no hay una acumulación suficiente para patear el tablero de lo que quede.   

 

Siempre el peronismo con su tendencia totalizadora ha generado tensión con el régimen; pero el problema principal es la adecuación estratégica a los tiempos y  definir cómo es la república alternativa, cómo es la otra democracia que la mayoría necesita. Esto debería ser un mandato para las fuerzas políticas populares: diseñar el objetivo estratégico y los dispositivos tácticos. Salvo que la incertidumbre sea tan alta que la política quede imposibilitada de superar las coyunturas. 

 

Los objetivos reformistas se hacen partiendo desde lo existente, o sea de esta democracia, con todos sus defectos, pero con sus valores principales que han sido asimilados por la gran mayoría. Desde la institucionalidad hay que proponer una transformación superadora, en base a un nuevo contrato o acuerdo social para el desarrollo económico y social que involucra a la soberanía (sin un apartamiento del mundo) y la justicia social. 

 

La justicia social es un valor que recorre un continuum que va de derecha al peronismo/progresismo. Una promesa falsa en manos de los primeros y un deseo incumplido en los segundos. Comprende desde la ayuda social hasta la configuración de una sociedad en que todos los habitantes tengan las mismas oportunidades. ¿Esto último es una revolución? Claro, es la revolución inconclusa del peronismo. 
Ser moderado no encandila, y es sospechado de ser funcional a la derecha, de renuncia o de capitulación. Sin embargo, la prudencia política es una virtud que no necesita ser vociferada y genera hechos. No hay que olvidar que se requiere mucha horizontalidad para mantener la unidad interna y para la proyección de un nuevo contrato social.  

 

Dado el contexto y la relación de fuerzas entre los que quieren mantener el sistema-mundo en su automaticidad y quienes quieren reformar o construir una alternativa, no hay otro camino realista que reforzar y mejorar la democracia y usar sus virtudes para avanzar hacia los valores históricos del peronismo. 

 

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