

En las elecciones de mayo 2019 para gobernador de Córdoba, cuatro meses antes de las PASO y cuando todavía era una coalición de gobierno con expectativas de reelección, Cambiemos tuvo un ensayo de ruptura. En resumen: el peronismo cordobés buscaba su quinto mandato consecutivo con la reelección de Juan Schiaretti. Ramón Mestre, entonces intendente de Córdoba capital y jefe del radicalismo local, quería ser candidato a gobernador por Cambiemos. Mauricio Macri no le tenía mucha simpatía (a veces cuando visitaba la provincia ni lo llamaba), pero tampoco la presencia local para bajarlo. Su estrategia fue no actuar y dejar que apareciera otro competidor por la interna de la coalición. Mario Negri, diputado nacional y ex vice gobernador radical, dio un paso al frente. El por entonces presidente no iba a decidir por ellos: que resuelva el partido. Ninguno pudo imponerse y los dos fueron por la gobernación. El radicalismo presentó a Mestre; el PRO y otras fuerzas políticas, a Negri. Sobra decir que el peronismo cordobés les dio una paliza.
Algo bueno para comparar son los candidatos que cada uno eligió para intendentes de Córdoba capital, una versión ideal de a quiénes quisieron representar en la campaña. Negri fue con el histórico Luis Juez: ¿ex? peronista, con algún tropiezo machista y racista en su carrera, siempre a flote con su carisma, cordobés de cepa. Mestre eligió a Rodrigo De Loredo, un legislador sub 40, que durante la campaña cantó con Ulises Bueno, usó Tinder como plataforma de comunicación y contrató personajes que aparecían en memes y video virales.
¿Dónde estuvo el retorcijón de Cambiemos? ¿Entre los partidos que componen el frente? Bueno, no. Los dos candidatos a gobernador fueron radicales y los partidos se dividieron por cumplimientos legales. Un retorcijón en el plano provincial, juego de fuerzas que no se resuelve en interna; y otro en el municipal, con la elección del candidato que representa el espíritu de cada espacio.
La fatiga en Cambiemos se da entre dos discursos que pugnan entre sí. No porque sea lo que presiona hacia afuera (ese es el juego de fuerzas) sino porque es el punto de corte donde cada porción pueda seguir diciéndose unidad. La división entre un progresismo liberal y un conservadurismo populista (me ahorro los prefijos “neo”).
La disputa provincial y municipal de Córdoba se dio una tercera vez en el Congreso. Elisa Carrió (que apoyaba a Negri) cruzó algunas puteaditas en los pasillos con Nicolás Massot (que apoyaba a Mestre) por la derrota estrepitosa. Hoy, nueve meses después de las elecciones en Córdoba, Massot consiguió una beca para estudiar en Yale, y Carrió pide que todos los argentinos oremos por la patria.
Los dos grupos. Mestre, De Loredo, Massot. Negri, Juez, Carrió.
Cuando Macri llegó al poder en 2015, José Natanson escribió un editorial donde da los ingredientes de Cambiemos: hibridez liberal-conservadora, más desarrollismo, más budismo occidental (individualismo, new age, globalista, desvelo por la naturaleza y la realización personal). Fueron expansivos con su ADN, con excepción de su costado conservador. Hace cuatro años el conservadurismo no pagaba tan bien como ahora. Jaime Durán Barba, que antes resaltaba el primermundismo del expresidente, en una columna publicada en Perfil elegía destacar de su gestión la lucha contra el narcotráfico, la delincuencia y la corrupción.
Los tiempos cambiaron. Hoy existen gobiernos fuertes en países desarrollados que tienen una impronta conservadora, nacionalista y populista. Basta ver a Donald Trump. Macri tuvo una degustación con su #MarchaDelMillón y le picó el bichito. Encontró un entorno para elogiar a Chocobar y defender las dos vidas. Besó un pie: ¿dónde quedaron las fotos del G20?
No son posiciones demasiado sólidas. Se trata de una serie de micro ideologías que fluctúan y que alcanzan su mayor nivel de coherencia en las campañas de comunicación política. Una égida que, con poco esfuerzo, pueden ignorar. Escribo esto y pienso en Martín Lousteau, el economista de la 125 que dejó de hablar de economía para poder ser coherente en el progresismo liberal de Cambiemos.
En los últimos quince días las disputas políticas dentro de Cambiemos se multiplicaron.
Macri y Marcos Peña marginaron de la estructura del PRO nacional a Horacio Rodríguez Larreta y presentaron como opción para encabezar el partido a la exministra de Seguridad Patricia Bullrich. En contrataque, Larreta, responsable del progresismo capitalino, consiguió dejar fuera de la Juventud Nacional del PRO a Peña, CEO del año 2017, y responsable de la juventud desde su creación. Macri apareció en público para recordar lo inspirador que le resultó su última gira de marchas en campaña. Larreta cruzó la General Paz para verse con intendentes de Buenos Aires. El radicalismo nacional conducido por Alfredo Cornejo se muestra cada vez más lejos del expresidente, pero su agenda entra en conflicto con la del larretismo. María Eugenia Vidal escribe un libro y es deseada por ambos: Macri, que ve en ella una líder de las masas del conurbano; y Larreta, que le recuerda que es su hija política y apuesta por su fidelidad.
Aunque ya cada uno parece tensar el espacio en una dirección, dónde se posiciona cada jugador es episódico. El conflicto de poder es ineludible porque hay muchas fichas queriendo encabezar pocos territorios, como el de la provincia de Buenos Aires (Emilio Monzó, Jorge Macri, Vidal, eventuales), el de la Capital Federal (Lousteau, Diego Santilli, Bullrich, eventuales) y el nacional (Larreta, Cornejo, Macri, eventuales).
Políticamente puede cortarse por cualquier lado, pero la unidad de sentido seguramente la consigan hilvanando conservadurismo populista, por un lado, y progresismo liberal, por el otro. También podría ser que el triunfo sobre el otro sector sea tal que reaparezca la alquimia que les daba estabilidad hasta hace poco tiempo.