Zigzagueos en un terreno pantanoso para una relación clave, con operadores múltiples, intereses cruzados y terminales locales de anhelos que se cocinan en el exterior. El vínculo del gobierno de Alberto Fernández con el de Donald Trump recién se inicia, pero la batalla por imponer condicionamientos es intensa. De cara a la negociación con el Fondo y en un contexto global que vuelve a recalentarse, la Casa Rosada busca exhumar los restos de la tercera posición en medio de un fuego cruzado en el que no es fácil distinguir a los enviados de Trump de los lobistas oficiosos que trabajan las 24 horas sin cargo formal. La presión extraoficial es alta: en el Círculo Rojo y en los medios, sobran embajadores paralelos que no son noticia.
Fernández viene de recibir un espaldarazo elocuente de un funcionario clave de Trump, el halcón republicano Elliott Abrams, que elogió desde Washington la importancia de que un gobierno -que no adhiere a la política norteamericana en la región- se manifieste contra el gobierno de Nicolás Maduro. Después de haber estado ausente 30 años en la Casa Blanca, Trump recuperó a Abrams, el funcionario de Ronald Reagan que financió a los Contras en Nicaragua con dinero de la venta de armas a Irán. Su misión central pasa por Venezuela, pero no se queda ahí, como quedó claro cuando en noviembre pasado visitó a Fernández en México. Como moneda de cambio, el gobierno argentino pretende cotizarse como garante de la estabilidad en una región convulsionada en la que Jair Bolsonaro es el principal soldado de Trump.
ÁGUILAS Y HALCONES. Estados Unidos tiene como representante formal en Buenos Aires a su embajador, Edward Prado, un ex juez con 35 años de trayectoria que aterrizó hace casi dos años junto con el regreso de los republicanos al poder. Trump lo propuso el 17 de enero de 2018 y comenzó a cumplir funciones a fines de abril de ese año. De perfil bajo, Prado ya fue recibido por Fernández en dos oportunidades -antes y después del 10 de diciembre- con una particularidad: la dos veces el Presidente hizo coincidir el encuentro con el enviado de Trump con un representante de Cuba, primero su embajador, Orestes Pérez Pérez, después su presidente, Miguel Díaz-Canel.
En la segunda cita, en Balcarce 50, Prado estuvo acompañado por el subsecretario interno del Departamento de Estado para Asuntos del Hemisferio Occidental, Michel Kozak, y por el consejero político Christopher Andino. Ese día, hubo un almuerzo del que participaron los tres hombres de Fernández que intervienen en el contacto con Washington: el canciller Felipe Solá, el embajador Jorge Argüello y el secretario de Asuntos Estratégicos, Gustavo Beliz. Buscaban reparar la actuación de Maurice Claver-Carone, el cubanoamericano que había propagandizado su fastidio ante Clarín por toparse con funcionarios del chavismo en Buenos Aires. “Queremos saber si Fernández va a ser un abogado de la democracia o apologista de las dictaduras y caudillos de la región, sean Maduro, Correa o Morales”, había dicho, a tono con la comunidad de La Florida, el lugar al que Trump acaba de mudar su domicilio para cautivar el voto latino. Su frase fastidió a Fernández, que, por pedido de Abrams, había hecho una gestión ante el presidente de Venezuela por cinco empresarios venezolanos americanos detenidos en Caracas.
DEL OFF AL OFFSIDE. Hace dos semanas, Andino retornó a la Casa de Gobierno acompañado por la numero dos de la embajada, la ministra consejera Mary Kay Carlson, y con un tono bastante más intolerante. Pidieron una reunión para manifestar su desagrado con los movimientos de Evo Morales. El Presidente no sólo envió a la cita a Argüello, sino que lo blindó con Solá y Beliz, dos hombres de su extrema confianza. El ex ministro que sobrevivió a la venganza de Antonio Stiuso desde Washington exhibe, además, una excelente llegada a Estados Unidos.
En la Cancillería, afirman que los delegados de Trump fueron recibidos porque Prado estaba en ese momento fuera del país, pero la cita tuvo un eco mayor al que esperaban. Desde la Embajada suelen afirmar que no brindan información acerca de las reuniones de funcionarios del gobierno norteamericano. Sin embargo, el contenido y el tono de la charla comenzó a circular rápido entre medios afines. A través de un mensaje de WhatsApp, los propios funcionarios estadounidenses comenzaron a difundir el contenido de la conversación entre sus periodistas amigos.
El consejero Andino cobró notoriedad en Argentina en sintonía con las elecciones en las que Mauricio Macri perdió el poder. En noviembre pasado, el funcionario que viene de actuar en Afganistán se presentó ante Argüello en la cena anual de la AMIA. En un intento por encauzar las relaciones del nuevo gobierno con la comunidad judía, el ahora embajador en Washington había sido enviado por Fernández. Desde entonces, el protagonismo de Andino no paró de crecer en los circulos oficiales y el mundo de los negocios. Allegados a la Embajada reconocen que tiene un rol destacado, pero dicen que no es ni el primero ni el segundo en importancia.
DESPROPORCIONES. En la Casa Rosada, admiten que la relación con Trump es vital de cara a la renegociación de la deuda y que se juega en un campo minado con detonaciones permanentes. De todas maneras, el nuevo oficialismo sostiene que los formadores de opinión le adjudican un peso desproporcionado a cualquier hecho ligado a Estados Unidos, sobre todo, si se la compara con los intereses que tiene China en Argentina y que suelen pasar inadvertidos: inversión, proyectos y porcentaje creciente de las reservas del Banco Central que corresponden al swap chino.
Además, destacan que a la información opaca se le suma la dimensión excesiva que se le otorga en Buenos Aires a un cumulo de actores secundarios. La situación en Venezuela, el conflicto en Irán, el documental de Netflix sobre Nisman y los reclamos de los bonistas, todo repercute en un centrifugado que aumenta la presión sobre la Rosada. Pudo verse con el eco profundo que lograron la semana pasada las declaraciones off the record de un funcionario norteamericano a Bloomberg. De acuerdo a lo consignado por la agencia norteamericana, el representante de Trump habría señalado que Argentina “cruzó un límite” con su apoyo a Morales.
Pese a las evidencias en sentido contrario, la bajada de medios como Bloomberg consiste en tildar de “izquierdista” al gobierno de Fernández, algo que fastidia a los cerebros que buscan reeditar la “tercera posición”. Prefieren, en todo caso, la consigna de The Washington Post: “Ahí vienen los peronistas otra vez”.
Detrás de la esgrima semántica, hay objetivos concretos: más importante que la relación con Venezuela y Bolivia quizás, el interés de los bancos de inversión que tienen en su poder los bonos -que les vendió el proyecto extinto de Mauricio Macri- y quieren cobrar.
Cerca de Fernández y Solá afirman que los principales medios locales no siempre toman en cuenta “la línea Trump” para la Argentina: amplifican el pensamiento recalcitrante de La Florida y suelen equivocarse cuando pronostican una represalia prematura para los Fernández. Como prueba, destacan el plácet de Arguello, que fue aceptado por Washington en las últimas horas, o el llamado del propio Trump a Alberto a pocos días de su asunción.
A la izquierda, el misterioso asesor de la OEA Gustavo Cinosi. ¿Lobista del Departamento de Estado? ¿Agente de la CIA?
No sólo los funcionarios de la Embajada, el Departamento de Estado, los formadores de opinión y las empresas de comunicación locales actúan y se pronuncian en sintonía con los deseos de la madre patria. También lo hacen lobistas como el asesor especial de la OEA Gustavo Cinosi, que en poco tiempo se hizo acreedor a demasiadas críticas dentro del Frente de Todos. Fernández y Solá dicen no poder digerirlo y, como reveló Letra P, un ala del oficialismo lo ve como un actor de mayor peso que el propio Luis Almagro, el uruguayo que va en busca de su reelección sin el apoyo del gobierno argentino. En la Embajada, niegan que Cinosi sea empleado y se desligan del dueño de la franquicia del Sheraton de Pilar. En la Rosada, algunos lo ubican como miembro de la CIA y otros lo presentan como brazo local del Departamento de Estado. Como sea, sus acciones parecen haber caído en desgracia.