La unidad se hace de abajo hacía y de la perfieria al centro. Así nos habían enseñado que se realizaba la construcción. Tanto de una Unidad Básica como del partido.
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La unidad se hace de abajo hacía y de la perfieria al centro. Así nos habían enseñado que se realizaba la construcción. Tanto de una Unidad Básica como del partido.
Hoy vemos como desde los titulares de los diarios, desde las redes sociales, o desde cuartos cada vez más pequeños, algunos poderosos, se juntan y deciden.
Se proclaman, se unen, se desunen, ventilan sus sonrisas y sus egos.
Se operan a través de periodistas amigos (de ellos y de empresarios), peleándose y reconciliándose con la velocidad de sus conveniencias.
¿Y la gente?, ¿y el pueblo?, ¿y los compañeros y compañeras?
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Desde los lejanos años '80, donde los peronistas, Antonio Cafiero y Carlos Menem consultaron al soberano, no hubo más que simulacros y trampas para alzarse con los cargos.
Si alguno de los autoproclamados candidatos escuchara a cada compañero, a cada vecino, escucharía nítidamente (y mayoritariamente) dos reclamos, dos exigencias: soluciones y unidad.
Tiene que haber soluciones concretas a la desesperante situación de quienes ya no dan más. Necesitamos unidad para ganarle al gobierno de Mauricio Macri y María Eugenia Vidal.
Ahora bien, unidad no es amontonamiento; como tampoco unidad es una palabra que la repiten los de su propio espacio.
Unidad debe ser el fruto de los que buscan el bien supremo de la Patria y de su Pueblo. Unidad de los que piensan distinto, pero deponen sus ambiciones en pos de su gente. Unidad donde haya renovación y autocrítica. Unidad para que nuevos actores tengan la posibilidad de hacerse escuchar.
¿Y cómo debe hacerse? simplemente, votando. Todavía hay tiempo.