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Brasil, entre la herencia de Lula y el cuco de la ultraderecha

El ex presidente deberá poner en marcha con urgencia la búsqueda de un plan B electoral, capaz de unir a la izquierda. Falta tiempo y faltan nombres. Octubre es un enigma inquietante.

Antes eclipsarse dentro de una celda de 3 metros por 5 en la Superintendencia de la Policía Federal en Curitiba, Luiz Inácio Lula da Silva hizo su último acto de campaña. Fue, claro, el sábado, después de la misa en homenaje a su esposa, en un palco instalado frente al sindicato de los metalúrgicos en São Bernardo do Campo, donde dejó trazado el relato y la estrategia que deberá sostener en el Partido de los Trabajadores en la etapa árida que comienza. En momentos en que todavía prima el deseo de la reivindicación del líder preso, nadie hace explícito el nuevo juego, pero no falta mucho para que la urgencia lo ponga en primer plano.

 

Esa narrativa denuncia un movimiento golpista que comenzó con la destitución de Dilma Rousseff el 31 de agosto de 2016 y que culminará ni bien la Justicia electoral lo declare a él mismo no elegible por tener condena en segunda instancia. El contenido del golpe, completa, es privar a los brasileños de un Gobierno verdaderamente popular y sus ejecutores, la prensa concentrada, los magistrados de la operación Lava Jato y la derecha.

 

 

La estrategia, fatalmente, pasará por la designación de un sucesor y por un tendido de puentes hacia los fragmentos de la izquierda que comenzaron a separarse del PT, curiosamente, en el comienzo de su gestión, allá por 2003. Llamó la atención, en ese sentido, el modo en que ponderó en el palco al precandidato presidencial Guilherme Boulos, del PSOL (Partido Socialismo y Libertad), agrupación nacida (en gran medida, aunque no únicamente) en disidencia por su decisión de entonces de nombrar el banquero Henrique Meirelles como presidente del Banco Central.

 

Otra de las mencionadas fue Manuela D’Avila, precandidata del Partido Comunista de Brasil, aliado del PT y, por lo tanto, más fácil de alinear en la emergencia.

 

La idea es, centralmente, unir a la mayor parte de los fragmentos de la izquierda detrás del objetivo de combatir lo que definió como la proscripción y el golpe del establishment. Esta tiene aspectos a favor y en contra, pero, cuando arrecia el vendaval de frente, al menos cuenta con la módica ventaja de la falta de alternativas.

 

Creomar de Souza, analista político y profesor de la Universidad Católica de Brasilia, le dijo a Letra P que “la cárcel es una barrera para la construcción efectiva de un heredero de Lula. Simbólicamente, cualquier candidato del PT intentará construir un lazo con la figura del ex presidente. Pero ni Lula ni su partido trabajaron nunca con la idea firme de un sucesor y creo que hay poco tiempo para trabajar en eso hasta la elección” del 7 de octubre.

 

El tiempo no abunda y se estima que los legisladores del PT, que gozan de la facultad de ingresar en todo momento en las cárceles del país, serán las correas de transmisión de los mensajes públicos y privados de Lula. Pero tampoco sobran los nombres para el plan B.

 

Uno de los mencionados hasta ahora, el ex gobernador de Bahía Jaques Wagner, se siente comprometido por una investigación conexa a la Lava Jato y ha dado señales de que prefiere asegurarse los fueros con una candidatura al Senado, mucho más prometedora que una incierta aventura presidencial. Además, presenta en la interna un razonamiento realmente plausible. El Nordeste es el gran bastión electoral del PT y, con una postulación senatorial, él puede contribuir de modo suficiente en la campaña. Propone, entonces, acompañar por todo ese territorio pobre a una figura más joven el ex alcalde de San Pablo, Fernando Haddad.

 

Este es el otro dirigente mencionado desde hace semanas y la gestualidad de Lula del sábado pareció fortalecerlo. No tiene asuntos pendientes con los jueces y fiscales de Curitiba y, si el Nordeste está relativamente asegurado, cuenta con un caudal de votos no mayoritario pero sí respetable en el principal colegio electoral de Brasil, algo que pocos pueden ofrecer.

 

No hay, de hecho, mucho más a la mano, no al menos dentro del PT. Ciro Gomes, un dirigente histórico que ha sido ministro de Lula, es el que mejor ubicado aparece en las encuestas, si por “mejor” se puede entender la intención de voto del 13% que Datafolha le adjudicó en enero en un escenario sin Lula. Los mencionados Boulos y D’Avila no tienen volumen ni nivel de conocimiento suficientes, ni perfiles capaces de atraer votos más moderados.

 

 

 

En contra de la carta de Ciro juegan las presiones de un PT que no quiere terminar de diluirse detrás de una candidatura que no le sea propia y ciertas reyertas recientes de aquel con Lula, sobre todo por una declaración de diciembre en la que dijo que “la Justicia rápida es Justicia buena”, lo que muchos entendieron como un respaldo al fallo de segunda instancia que sacaba de la cancha al ex presidente.

 

Otro factor que va en contra de la estrategia mencionada es que el PT, incluso antes de esta coyuntura funesta, ya había dejado de ser lo que era.

 

“La herencia del partido ya no parece tan portentosa. Recordemos que en la elección municipal de 2016, el PT perdió cerca del 60% de las alcaldías que controlaba. Antes de ese retroceso y gracias a megamunicipios que ese partido supo tener, como San Pablo, ese conjunto había llegado a representar el 90% de su antigua maquinaria de poder”, le explicó a este medio el analista político de Brasilia Paulo Kramer.

 

Pero si la escasez de tiempo y de nombres, así como su decadencia reciente, le juegan en contra a Lula y a su partido, la extrema fragmentación del escenario electoral le abre, por el contrario, una chance. En efecto, si los sondeos conocidos hasta ahora le daban a este una intención de voto del 36%, seguido por el ultraderechista Jair Bolsonaro con la mitad de ese guarismo y por una legión de postulantes con menciones de apenas un dígito, una eficaz transfusión de carisma podría, por qué no, poner a un representante de la izquierda lulista a tiro de entrar a un segundo turno.

 

“La polarización de las redes sociales es un fenómeno que muestra una división entre las clases medias urbanas, que luchan a favor o en contra Lula y el petismo. Pero el escenario está abierto y es un hecho que una parte significativa del electorado está en silencio y recién hablará en las urnas”, coincidió De Souza.

 

Más allá de lo que pase con la izquierda, es obvio que la salida de la contienda del principal influirá sobre todos los candidatos con chances.

 

Es improbable que Bolsonaro, la ecologista Marina Silva (que fue ministra de Lula, pero que se distanció de él hace mucho y que acaba de celebrar su encarcelamiento) se queden con una porción significativa de los votos que ahora podrían quedar liberados. Mucho más difícil que los capitalice el paulista Geraldo Alckmin, candidato de un Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) que, como otros de sus parientes internacionales, tiene ya un perfil decididamente conservador. Lo más probable es que una alta abstención sea la amenaza para unos y otros, así como para la propia legitimidad de la votación.

 

El reto es especialmente grande para el diputado y ex militar Bolsonaro, que ha montado su hasta ahora módico éxito en mostrarse como la contracara perfecta de Lula.

 

“Efectivamente, Bolsonaro corre el riesgo de marchitarse. Puede que, para mantenerse en la cresta de la ola, intente persuadir al electorado de que él es el candidato que mejor encarna el Zeitgeist”, el espíritu del momento, explicó Kramer, señalando un punto clave.

 

 

 

Es posible que el rol de Bolsonaro no sea otro, de ahora en más, que concitar los temores del Brasil republicano que aún sobrevive en beneficio de cualquier rival “normal” que pueda despuntar en las próximas encuestas, al estilo del efecto polarizador que provoca en cada elección presidencial el Frente Nacional francés. Sin embargo, cabe plantear una duda inquietante: ese país, en el que tan explícitamente se habla de golpe, en el que la Justicia queda ahora cuestionada, en el que campea la corrupción, en el que se discute sobre la legitimidad e, incluso, sobre la celebración de las elecciones y en el que los militares realizan pronunciamientos asombrosos, ¿será realmente tan refractario a una candidatura de ultraderecha?

 

Nadie debería apostar su patrimonio en un escenario tan fluido. No al menos si quiere evitarse el peligro de perderlo todo.

 

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