La dinámica de la política argentina es zigzagueante e impredecible en tiempo récord. Hace algo más de una semana, cuando se concretó el acto de Hugo Moyano en la 9 de Julio, la sensación que quedó en el aire fue la de un evento ordenado, multitudinario, pero con el Gobierno capitalizando el rechazo que los sectores de la clase media tienen sobre el movimiento obrero. En paralelo, la otra lectura fue la de una CGT quebrada, infiltrada con éxito por dos o tres ministros de Mauricio Macri con diálogo, habilidades e información sensible. En síntesis, un grupo de dirigentes sin cohesión, un conglomerado poli-céfalo que hasta debió entregar soberanía representativa aceptando firmar paritarias con el 15, el número mágico del Ejecutivo. Un triunfo de Cambiemos sobre el sindicalismo, una domesticación que desde el inicio de la democracia no se había visto. Y menos en un gobierno no peronista.
Moyano, junto a Triaca y Acuña. El ministro, como buena parte del Gobierno, no cree que el camionero sea Hoffa.
No pasó tanto tiempo desde aquel evento y ya empezó a haber señales de modificaciones en el comportamiento de los dirigentes obreros. Algunos de ellos muy llamativos, como el faltazo masivo de la CGT y los sindicalistas amigos al convite de apertura de la Asamblea Legislativa. Una movida que tuvo un antecedente previo y poco valorado: la designación de segundas y terceras líneas gremiales para acompañar, en lugar de los secretarios generales, al ministro de Trabajo, Jorge Triaca, en su periplo pedagógico al viejo continente.
Naturalmente, existen razones de orden político y hechos objetivos que reflejan un síntoma molesto para el seno de la dirigencia gremial. Que casi que obligó a varios cuadros de primera línea a bajarle un cambio a la tensión interna, no agitar más el clima negativo y cuadrarse en un escenario de conflicto para no ser absorbidos del todo por el anhelo oficial de desterrar dirigentes corruptos.
Jimmy Hoffa, el camionero estadounidense preso por vínculos mafiosos, que Carrió comparó con Moyano.
El domingo 25 de febrero, Elisa Carrió, líder de la Coalición Cívica y termómetro moral de la alianza de gobierno, brindó una entrevista al diario uruguayo El País, en la que construyó un virulento ataque contra la familia Moyano. Aseveró que el camionero “es el jefe” de la mafia sindical. “Por eso digo que es un criminal, es una familia de criminales. No toda su familia, pero al menos él y Pablo seguro. Y cuando digo criminales digo criminales, no solo de robo de dinero. Muchas muertes que no se explican, muchas muertes tapadas. Si en algo uno avala al presidente Macri es en esta lucha. Yo di la lucha contra toda la corrupción kirchnerista”, disparó. Y agregó que la contienda de Macri “contra las mafias va a terminar bien. En Estados Unidos también un sindicalista prácticamente quiso tomar el país. Este -por Moyano- es una persona parecida”.
Carrió se refirió a Moyano como el “Jimmy” Hoffa argentino. Hoffa heredó el sillón en la Unión de Camioneros en 1957, cuando el entonces secretario general cayó preso por malversación de fondos. Se hizo famoso por sus vínculos mafiosos y con el financiamiento de la campaña política del republicanismo, abonando campañas de Richard Nixon y hasta el demócrata Lyndon Johnson, que disputó en 1960 las internas del partido con John Fitzgerald Kennedy. Junto a su hermano Bob, el futuro presidente empezó a combatirlo desde comisiones investigadores en el Parlamento. Tanto es así que Robert, desde su lugar de fiscal general, logró juntar evidencia para enviarlo a la cárcel en el año 1967.
Tras cumplir una condena de 15 años, conmutada por el entonces presidente Nixon, salió libre en 1971. Cuando intentó recuperar el gremio de Camioneros, se terminó su carrera. En 1975, cuando estaba por mantener un encuentro con otro dirigente, desapareció del mapa. Aún hoy el FBI lleva adelante operaciones de cavado de superficies buscando el cadáver de Hoffa, dado por fallecido.
En el Gobierno son pocos los que conocen al dedillo la historia de Hoffa, tanto que algunos se volcaron a ver la película más famosa -Hoffa, de 1992, dirigida por Danny De Vito y con Jack Nicholson como el camionero-, cumpliendo ese rito tan extendido en Cambiemos de ilustrarse sobre historia y política con filmes o series. Uno de los que necesitó celuloide fue Triaca, hijo de un histórico dirigente sindical que monopolizó en los años del menemismo. Quien no debió apelar a Google para verificar a quién presentaba Carrió como espejo de su padre fue Pablo Moyano. Son más de uno los libros sobre la historia del camionero de Indiana que el mayor de los hermanos Moyano tiene en su oficina.
El ministro de Trabajo no cree, ni remotamente, que Moyano sea Hoffa. Mantienen una relación extraña, pero no conflictiva. Tampoco en el Gobierno apoyan mucho ese tipo de parangones. Saben que una razzia sindical puede tener algún efecto en las encuestas, pero termina a la larga impactando negativamente sobre millones de obreros sindicalizados que, inclusive, apoyaron la candidatura de Macri a la presidencia en 2015. Todos entienden que la saludable obsesión de combatir la Omertá es más una materia histórica de la rama Coalición Cívica que del núcleo duro PRO.
La equiparación de Moyano con Hoffa es una luz amarilla, un límite cruzado que terminó con los camioneros yendo a la Justicia contra “Lilita” y con el resto del movimiento en alerta silenciosa contra esa idea. Es uno de esos puntos que genera espíritu de cuerpo en la CGT, aún con las divisiones que hay entre los líderes.
“¿Vos vas?, yo prefiero que no”, fue la respuesta calcada de los popes de la CGT en los cruces de llamados telefónicos que se dio desde el jueves último a la noche, hasta bien entrada la mañana del viernes 1 de marzo. Se consultaban si ir o no a la apertura de las sesiones parlamentarias. Nunca antes en las dos anteriores sesiones le habían fallado al Presidente, que los había invitado especialmente. “Si ibas vos, quizás iba”, le dijo un Gordo a otro, que le respondió que “tengo cosas más importantes que hacer”. Un rato antes, Juan Carlos Schmid, líder de Dragado y Balizamiento y triunviro de la CGT avisó que se excusaba por un tema de un control de salud. Pero ni los oficialistas fueron.
“Son tiempos para no ir a fondo entre nosotros, hay una tensa calma”, apuntó otro triunviro ante la consulta de Letra P. Los Gordos meditaron la decisión, pero concluyeron que lo mejor era no ir en bloque. Le dieron más importancia al tema interno que a quedar bien con el Gobierno. Fue fuerte el gesto, bastante más importante que bajar del avión de Triaca a los secretarios de Taxistas, UTA, Construcción y otros gremios de peso que Macri quiere seducir para recibir acompañamiento.
Son gestos puntuales, que no reflejan que haya en marcha un proceso en serio de reorganización, pero sí señales de reagrupamiento estratégico en medio de una conmoción interna del movimiento sindical. Por estos días, además, falta el rol del líder. Hay muchos nombres en danza para reemplazar al triunvirato y generar en la CGT una conducción colegiada, pero el estado es pre-embrionario. La mayoría resumen el asunto con una frase que dice en privado el propio Schmid: “Hoy, no hay uno solo que toque el pito y vengan todos al pie”.