Por si eso fuera poco, hasta Miguel Ángel Pichetto, quien lideró el apoyo de un sector del peronismo al Presupuesto del ajuste, declaró haberlo hecho en aras de la gobernabilidad. “Esta ley no me gusta. Me gustaría votar un presupuesto expansivo, de crecimiento”.
Casi todos, por último, ven un horizonte inevitable de renegociación de la abultada deuda que dejará Mauricio Macri el 10 de diciembre de 2019 que se viene y que se encamina a superar a fin de este año el 111% del PBI.
TODOS LOS CAMINOS CONDUCEN A LISBOA. “Es lógico que el caso de Portugal atraiga a los precandidatos de la oposición. Ese país sí hizo medidas de ajuste, pero dio marcha atrás con algunas de las que se venían aplicando e implantó otras. Por ejemplo, redujo la inversión pública en infraestructura, pero revirtió la reducción de las jubilaciones que había decidido el gobierno anterior. Además, eliminó el impuesto a las Ganancias para los trabajadores de ingresos más bajos. Todo eso va en línea con lo que el peronismo le cuestiona a (Mauricio) Macri”, le dijo a Letra P el economista Martín Kalos, codirector de EPyCA Consultores.
Tras la crisis internacional de 2009, a Portugal le cupo el desgraciado rol de liderar la sigla que agrupó a los países europeos en situación terminal, los recordados PIGS (ese país más Italia, Grecia y España, según sus nombres en inglés). Su situación tocó fondo en abril de 2011, cuando debió acudir al FMI, entidad que armó, junto a la Unión Europea (UE), un préstamo de 78.000 millones de dólares que tenía como contrapartida un ajuste del gasto público portentoso.
Hacia 2014, cuando venció el plan de financiamiento, el país seguía hundido en la recesión, lo que hacía, a través de una caída de la recaudación, que el agujero fiscal del 4,5% del PBI resultara imposible de cerrar por más que se recortara una y otra vez el gasto. El desempleo había caído algo, pero seguía cómodamente en dos dígitos y, lo peor, la deuda pública, el elemento que había desatado el colapso, seguía por encima del 130% del PBI.
Como en la Argentina, Portugal votó en octubre de 2015, pero eligió un camino diferente. El primer ministro saliente, el socialdemócrata (conservador) Pedro Passos Coelho, no logró formar mayoría en el Parlamento y el Partido Socialista pudo entonces llevar al poder a António Costa. Este, en lugar de buscar apoyos en el centro-derecha, se alió con la izquierda radical (Bloque de Izquierda y Partido Comunista) y renegoció los términos acordados con el Fondo.
Mário Centeno fue el encargado de llevar adelante el nuevo modelo desde el Ministerio de Finanzas. Comenzó por dejar sin efecto las privatizaciones de la aerolínea nacional y del transporte anunciadas por el gobierno anterior. En paralelo, aumentó el salario mínimo, revirtió rápidamente los recortes que se habían aplicado a las jubilaciones y a los salarios en el sector público, volvió a poner en vigor la reducción de la semana laboral de 35 horas en el Estado y, como se dijo, desgravó los ingresos de los trabajadores de menores ingresos. Al año siguiente, lanzó un plan de blanqueo de deudas impositivas con costo fiscal cero.
La economía aceleró su recuperación, al pasar del magro crecimiento del 0,9% y del 1,5% de 2014 y 2015 heredado a uno del 2,7% en el segundo año de gestión socialista, lo que permitió mejorar la recaudación y reducir el déficit fiscal al 2,1% del Producto, su menor nivel en 42 años y cuatro décimas por debajo de lo pactado con el Fondo y con la UE.
Por otra parte, sin que el país pudiera acudir al expediente fácil de una devaluación por ser parte de la eurozona, las exportaciones a la UE aumentaron un 10% y las destinadas a países fuera del bloque, un 20%. El sector turístico ingresó en una etapa de auge que explica buena parte de la bonanza.
En tanto, el desempleo, que había trepado al 13% en 2016, bajó del 11,8% que había dejado Passos Coelho al 7,4%. Poco a poco se devolvió todo el dinero que había prestado el Fondo, liberando así al país de las condicionalidades que el organismo le había impuesto.
Sin embargo, la gestión de Costa y Centeno fue celosa en lo fiscal. Así como se redujeron algunos gravámenes, se incrementaron otros, como los aplicados a los combustibles, algo que generó no pocas protestas.
“El ajuste ahora va lento, pero lo están haciendo, sobre todo bajando el gasto en infraestructura”, explicó Kalos.
“Pero ese ajuste se hizo pensando dónde se lo hacía, dónde era conveniente recortar sin mirar solamente los números. No se hizo un ajuste indiscriminado como el de Cambiemos. Acá se está recortando donde el Gobierno puede, sin criterios de desarrollo, funcionalidad, eficiencia en el gasto ni nada que se le parezca”, añadió.
ENTRE LOS LOGROS Y LA IDEALIZACIÓN. El modelo portugués pone de manifiesto las posibilidades de renegociar los términos de un pacto con el Fondo cuando la coyuntura política así lo impone, a través del surgimiento de un gobierno votado con otro tipo de agenda. Asimismo, la conveniencia de no introducir a las economías en la llamada “trampa de austeridad”, que no hace más que ahondar el déficit que se pretende domar a punta de ajustes indiscriminados e infinitos.
“En Portugal, el ajuste se hizo pensando dónde se lo hacía. Cambiemos recorta sin criterios de desarrollo, funcionalidad, eficiencia en el gasto ni nada que se le parezca.” (Martín Kalos)
Sin embargo, más que revertir una situación precedente, sus éxitos pasan por la continuación de una tendencia que había empezado algo antes de su acceso al poder.
En efecto, tanto el crecimiento económico como el descenso del desempleo habían comenzado a registrarse en el último tramo de la administración conservadora y si hay un mérito que reconocerle a Costa es haber sabido acelerar la tendencia en un contexto externo favorable, dado por la existencia de tasas de interés muy bajas en Europa.
Lo demás deviene de un aliento a la demanda que, vale aclarar, nunca dejó de lado la necesidad de avanzar hacia el equilibrio fiscal.
En diálogo con Letra P, el economista Carlos Schwartzer destacó que lo más valioso que el gobierno portugués de izquierda aportó fue estabilidad política para el avance al equilibrio fiscal.
“En Portugal se aplicó el manual de estilo del FMI, pero disciplinando la política. El socialismo y la izquierda lo impusieron y lograron ser exitosos, sin jugar a la política. Lo mismo pasó en Tailandia”, ponderó. Para él, eso es lo que está por verse en la Argentina, sobre todo con un proceso electoral de por medio.
Se debe registrar, por último, el costo de haber atrasado la necesaria renovación de la infraestructura, salvo en el sector turístico, el más beneficiado por el modelo luso.
ENTRE EL ELOGIO Y LAS ADVERTENCIAS. A todo esto, ¿qué dice hoy el FMI? En su revisión de la economía portuguesa bajo el “artículo IV”, el organismo reconoció en septiembre último que “la economía portuguesa tuvo un desempeño fuerte en 2017. La inversión y las exportaciones fueron las claves del crecimiento. Las condiciones del mercado laboral siguieron mejorando, con un desempleo creciente y una amplia creación de puestos de trabajo. El balance fiscal subyacente registró una fuerte mejora, que puede ser atribuida a un boyante crecimiento económico, una ejecución presupuestaria controlada y costos de intereses decrecientes, que han contribuido a darle a la economía términos de financiamiento favorables”.
El Fondo ponderó especialmente el desempeño del sector turístico como esencial para que el incremento de las importaciones no deteriorara el balance de cuenta corriente del país.
Así, proyectó para este año un crecimiento del 2,3%, una inflación del 1,7%, un superávit fiscal primario (antes del pago de deudas) del 2,8% del PBI y un déficit total de apenas el 0,7%.
Con todo, fiel siempre a sus creencias habituales, advirtió que, sin reformas estructurales, el crecimiento económico tenderá a moderarse a partir de 2019 hasta un 1,8%, para converger a mediano plazo en niveles del orden del 1,4%. También dijo que el país todavía es vulnerable a una posible reducción del nivel de actividad en la zona del euro, a turbulencias políticas en la UE y a eventuales condiciones de financiamiento más restrictivas. Asimismo, alertó contra las medidas recientes del gobierno para revertir la flexibilización reciente del mercado laboral y sobre la situación de los bancos locales.
Para este año, el FMI estimó que Portugal tendrá un crecimiento del 2,3%, una inflación del 1,7%, un superávit fiscal primario del 2,8% del PBI y un déficit total de apenas el 0,7%.
Lo más importante: la relación entre deuda y producto, si bien bajó del 126% de 2017, este año se estacionará en un todavía insustentable 121%, lo que expone a Portugal a cualquier turbulencia financiera global.
“La trayectoria de la deuda pública de Portugal sigue estando sujeta a riesgos que podrían demorar su reducción”, señaló.
En ese sentido, recordó que “las actuales condiciones económicas favorables proveen una oportunidad para avanzar en la planificada consolidación fiscal. Esto no solo evitaría tener que realizar un ajuste pro cíclico, sino que también ayudaría a construir un espacio para lidiar con necesidades de gasto contingentes”. En otras palabras: querían crecimiento y lo tienen; ahora vuelvan a ajustar.
Portugal inició antes que la Argentina el camino del ajuste: en ese sentido, su 2011 fue nuestro 2018. Y, después de un gobierno que se entregó a un plan de austeridad duro y ortodoxo, buscó, con una administración progresista, un camino diferente, que, sin significar un repudio al Fondo y sus exigencias, moderó sus aristas más filosas.
Varios referentes peronistas imaginan eso para después de 2019. Si lo lograsen, en el mejor de los casos repetirían un camino en el que las condicionalidades se reducirían y contemplarían ciertas necesidades sociales, pero no desaparecerían.
Portugal mejoró desde el fondo de su pozo, pero no llegó aún al desahogo. Lo que se viene en la Argentina tampoco permite imaginarlo por un buen tiempo.