Nunca en la historia contemporánea de Brasil, quien salió segundo en la primera vuelta de una elección presidencial logró la hazaña de ganar la segunda y llegar al palacio del Planalto. Desde 1989, la primera vez que se celebró un balotaje bajo las disposiciones de la Constitución de 1988, hubo cinco en total, siempre con resultados favorables a quien había pegado primero. Fernando Haddad, el candidato del Partido de los Trabajadores, no la tendrá fácil.
Más allá de los datos estadísticos, que no son más que eso, le juega a favor al ultra derechista Jair Bolsonaro el haber sacado la enormidad de casi 50 millones de votos y la fuerte ventaja que sacó en las elecciones de este domingo, nada menos 16,75 puntos porcentuales, producto de un escrutinio que dio a ambos, respectivamente 46,03% y 29,28%. La apertura este lunes del mercado financiero de San Pablo, con el real subiendo un 3% y acciones como las de Petrobras, firma que sería totalmente privatizada en un gobierno del ex capitán del Ejército, directamente volando daba una pauta clara de la robustez del favoritismo de este. Lo suyo, efectivamente, fue una "ola conservadora" que barrió buena parte de este país.
Por otro lado, tiene margen para lograr los 4 puntos que le faltan si logra el respaldo de los votantes de pequeños partidos que quedaron muy rezagados pero que militan del centro a la derecha del espectro político y que convencieron a un puñado de brasileños hablando, básicamente, pestes de la corrupción del PT.
Por su lado, el conservador Geraldo Alckmin quedó cuarto con un paupérrimo 4,76%, lo que quedó del corrimiento de votos de última hora hacia Bolsonaro y que explica la diferencia entre las últimas encuestas y el escrutinio. Todavía en shock por el mayor fracaso de su Partido de la Social Democracia (PSDB), dijo que analizaría la conducta para el segundo turno junto al resto de la dirigencia. Será difícil que haya un acuerdo allí a pesar de que el presidente honorario de la agrupación, Fernando Henrique Cardoso, no quiere saber nada con Bolsonaro. Pero más difícil será que cualquier orientación, si la hay, sea acatada por los votantes. Los liberal-conservadores de este país parecen preferir mayoritariamente a la derecha dura antes que al PT.
Sin embargo, literalmente, medio Brasil amaneció presa del temor y la depresión. Bolsonaro, se sabe, no es un candidato más, de esos que pueden gustar o no. Despierta pasiones en su núcleo duro, que lo viva como “El Capitán” o “El Mito”, pero, al revés, verdadero pánico entre los muchos que temen que la democracia brasileña esté asomándose a un abismo profundo.
“Ambos van a tener que construir narrativas atractivas para el centro político”, le dijo a Letra P el analista político y profesor de la Universidad de Brasilia Creomar de Souza.
“En política todo es posible, pero para Haddad el desafío es muy, muy grande. Él tendrá que vencer la resistencia que se construyó ante el petismo como opción política”, dijo en referencia al rechazo que muchísimos brasileños sienten por el grave legado de corrupción de los gobiernos que tuvo Brasil entre 2003 y 2016.
La cuesta sea, acaso, un poco menos empinada para Haddad si Bolsonaro sigue siendo Bolsonaro. En su discurso de proclamación de victoria del domingo a última hora, el hombre se esforzó por casar su discurso conservador con un tono algo más amigable. Habló de favorecer a las mujeres y a las familias, pero terminó advirtiendo que, con el PT, “el país se convertirá en Venezuela” y prometiendo “un punto final a todo activismo en Brasil”. ¿Qué entenderá por “activismo”? ¿El reclamo de derechos por parte de colectivos como el feminista, el LGBT, el de minorías raciales, categorías todas que destrató gravemente más de una vez?
Bolsonaro evitó el último debate de la primera campaña, alegando razones de salud, pero aun así fue mu criticado. En ese sentido, Brasil no es Argentina y los debates son una institución. Habrá cara a cara, eso es inevitable, y en esa instancia Haddad deberá desnudar a su rival si quiere hacerle un poco más difícil al sector del electorado que presume de tener estómago pero acepta votar a Bolsonaro.
Este buscará los votos que le faltan sin apelar a alianzas con los partidos menores. Es más, las evitará. Su proyecto de poder, que no es otro que el de la jefatura de las Fuerzas Armadas, pasa por dislocar el sistema de partidos, algo que empezó a concretar el domingo y que necesita coronar el próximo 28, de modo de hacerse de una base de sustento en el Congreso que pase por encima de esas barreras.
Lo de Haddad es opuesto. Ciro Gomes, el laborista que quedó tercero y resistió el colapso de las terceras vías con un respetable 12,47%, ya habló. Consultado sobre su posición para el segundo turno, dijo: “Él no, sin duda”. Aludió así al hashtag con el que un movimiento de mujeres pretende cerrarle el paso al poder al ex militar.
“Puedo adelantar una cosa: mi historia de vida es de defensa de la democracia y contra el fascismo”, añadió, aunque sin llegar al punto de endosar la candidatura del petista. Primera habrá que hablar.
Además, en su búsqueda de una suerte de acuerdo republicano, el delfín de Luiz Inácio Lula da Silva deberá recoger los pequeños retazos que quedaron del ecologismo y la izquierda radical, que, por poco que sea, vale oro para él. La idea de que “todo es lo mismo” que se escucha en cierta izquierda en muchos lugares, es un veneno para el PT.
Por último, tendrá que arrastrar a las urnas y convencer a los 10,3 millones de electores que votaron en blanco o anularon su sufragio, un 8,8% del total. Pero tampoco eso será fácil para él: dichos números no tienen nada de extraordinario y están en línea con lo ocurrido en este país desde los comicios de 2006.
Los sondeos, que predijeron bastante bien el primer turno, estimaban el sábado una ventaja de entre 2 y 4 puntos a favor e Bolsonaro, dentro del margen de error.
Comienza este lunes una nueva campaña, sin concesiones. ¿Habrá espacio para la sorpresa?