Hace poco más de dos meses, la última descarga endemoniada de Lilita en Twitter aseguraba que “todos sin exclusiones” querían “proteger a De Vido”. Algo pasó en el medio para que la aliada más explosiva del Presidente arrasara con las recomendaciones de Jaime Durán Barba, el estratega que predica a favor de no perder tiempo en campaña con el tema de la corrupción.
En la noche de este sábado, con una audiencia estimada en más de un millón de personas, volverá a ratificar su confianza en el ingeniero al que se abrazó para completar una transformación acaso impensada. No tanto su carambola ideológica, sino, más bien, su pasaje de la pura denuncia al poder y la digestión de sapos de distinto tamaño. De la acusación a la complicidad, si alguien la juzgará según su estricto manual.
Los que acompañan a la diputada desde hace décadas dicen que Lilita está contenta y haciendo cosas que antes nunca hizo. La primera: una campaña ordenada, con el respaldo y los recursos de un gobierno que dispone de las tres principales administraciones del país.
VAYAS DONDE VAYAS. Después de dos años de tener su base en Exaltación de la Cruz, se queda tres o cuatro veces por semana en el departamento de la calle Juncal y hasta se queja menos del ruido de los colectivos que no la dejan dormir.
En las dos semanas que la separan de las PASO, no tendrá descanso. Mañana visitará Hebraica y después volverá a combinar la campaña tradicional con la ofensiva del macrismo en las redes. A los encuentros con vecinos en barrios como Palermo, Belgrano, Nuñez y Flores -que duran en promedio una hora y media y se extienden al final con una hora más de selfies- se sumará un nuevo Facebook live con Horacio Rodríguez Larreta, con el que llegan siempre a un mínimo de medio millón de personas.
Carrió se mueve como una figura nacional, no como una candidata municipal. Es la dirigente oficialista que más mide junto con María Eugenia Vidal y su presencia en la campaña oficialista no muere en la General Paz. El perdón divino y la costumbre -¿nueva?- de poner la otra mejilla la llevaron hace una semana hasta las costas de Mar del Plata junto con Vidal. Pese a que la gobernadora la deportó hacia la Ciudad en alianza con Rodríguez Larreta, Carrió también presta su imagen en las localidades de la provincia donde pesa el voto republicano. El celestino entre la gobernadora y Lilita –dicen en la CC- es Federico Salvai, sombra y ministro de Gobierno de Mariu.
Vidal llevó a Carrió primero a Mar del Plata, en otra parada de la gira bonaerense de Lilita, candidata nacional de Cambiemos.
No fue el único acto fuera de la cuna del PRO. Hace dos semanas, cuando viajó a Rosario y Santa Fe, decidió ir en auto, parando en los pueblos del norte bonaerense en los que Cambiemos cosecha el respaldo de los que hace casi una década salieron a resistir la resolución 125 de Martín Lousteau, “ese chico” al que ahora enfrenta en la Ciudad. En los próximos días, Carrió viajará, además, a Chaco, Corrientes y nuevamente Santa Fe.
Con encuestas que la ubican en torno al 37 % de los votos, la fundadora del Instituto Hanna Arendt puede ser la llave para que, desde la Ciudad, Cambiemos gane entre 6 y 7 bancas en el Congreso. Será una manera de resurgir en las urnas, casi una revancha de aquel 1,8 por ciento en el que parecía marchitarse para siempre, y confirmarla como una protagonista central del sistema político argentino, casi un espejo refractario de Cristina Kirchner, aquella senadora con la que llegó a cenar varias veces en la casa de Julio Bárbaro cuando Héctor Timerman era escolta de Lilita.
Para el macrismo, sin embargo, el rol que asume Carrió es todo ganancia: lograron recluirla electoralmente en la Ciudad sin perder su aporte nacional en el lugar que haga falta. En la provincia de Buenos Aires, donde ella quería ser, sus municiones picaban detrás de la oreja de figuras del gobierno de Vidal.
Lilita también ganará algo: tener en el Parlamento a Paula Olivetto Lago, la legisladora que se ocupa de todas las causas de corrupción que le interesan de manera especial. Una pieza indispensable junto a Mariana Stilman, la abogada que renunció a la Unidad de Investigaciones de la AMIA por diferencias con el ministro de Justicia, Germán Garavano, a la hora de ¿investigar? el encubrimiento en el atentado.
Casi siempre sola, seguida por la custodia que el fiscal Jorge Di Lello le asignó después de que fuera amenazada, Carrió coordina sus movimientos con el jefe de campaña de la Coalición Cívica en la Ciudad, Maximiliano Ferraro, otro incondicional legislador que la acompaña vaya a donde vaya: fue su jefe de asesores en el Congreso y hoy es su jefe de campaña. Una reunión semanal y llamados puntuales cuando algo surge pero siempre sin alterar una regla: no más de dos actividades por día para que la candidata no termine agotada y la salud no le vuelva a pasar factura, excedida de peso como vuelve a estar.
Carrió confía en la legisladora porteña Paula Olivetto Lago el seguimiento de las causas que le interesan. Se la lleva al Congreso.
LA METAMORFOSIS. Cuando apunta a figuras como Ricardo Lorenzetti, Sergio Massa o incluso miembros del Gobierno, hay quienes suponen que Carrió fantasea con ser presidenta. Pero al lado de ella lo niegan: dicen que está cansada y en retirada, que ya cumplió con gran parte de lo que se proponía en política. Precisiones no sobran, pero algo inédito sucede: por primera vez, Carrió permanece sin romper dentro de un espacio que la trasciende y, además, está en el poder.
A años luz quedó aquel tiempo en el que creó la Alternativa por una República de Iguales (ARI) junto a los socialistas Alfredo Bravo, Jorge Rivas y Héctor Polino para romper con la Alianza de aquel entonces. Corría el año 2000 y Lilita abandonaba el bloque radical para presentar en el salón La Argentina de la calle Rodríguez Peña a la nueva fuerza progresista que también integraban el radical Osvaldo Álvarez Guerrero y el peronista entrerriano Juan Domingo Zacarías. En esa era, Carrió forjó una amistad intensa con el socialista Bravo. Tanto, que algunos consideraban que era como su padre. Testigos y sobrevivientes de ese mundo dicen que las charlas en el restaurante “La Placita”, frente a la plaza Serrano de Palermo, hablando de política y proyectos se extendían hasta la madrugada.
Mauricio Macri era entonces –también para Lilita- el presidente de Boca que había desembarcado en el negocio del fútbol después de una vida empresaria junto a su padre, ejemplo destacado de la prebenda que el ARI despreciaba. Era Franco Macri, una figura bastante más representativa del capitalismo de amigos que el novato Julio De Vido. Pasaron 17 años, el 2001, el kirchnerismo, el papa Francisco y todo lo demás.
La metamorfosis de Lilita no es un fenómeno aislado. Su fe en el macrismo irradia hoy a la mayor parte de la generación que debutó en política de su mano y todavía la sigue. El ejemplo más elocuente es el del diputado Fernando Sánchez, que quebrará la tradición cívica de no ocupar lugares en el Ejecutivo y pasará en diciembre a ser parte de jefatura de Gabinete.
Carrió apuesta todo por el éxito y la consolidación de la fuerza que conduce Macri. En palabras de una persona de su íntima confianza: “Cree en el Gobierno”. Tiene espalda para llamar ministros, preguntar e informarse cuando la asalta una duda. Mantiene algunas disputas encarnizadas, como la que sostiene con Durán Barba o la subjefa de los espías, Silvia Majdalani. Pero apunta poco hacia el talón de Aquiles de Cambiemos: los conflictos de intereses, el arte inagotable de estar de los dos lados del mostrador.