El festejo del nuevo presidente del PJ, Luis Lugones. Es tío de Bruera.
El derrumbe de la dinastía Bruera había empezado en 2013, cuando promediaba el segundo mandato del intendente Pablo, el mayor de los tres hermanos que gobernaron a empujones la capital de la provincia de Buenos Aires. El 2 de abril de aquel año, la furia del cambio climático encontró en La Plata un gobierno amateur que a la tragedia le sumó dosis insospechables de miseria. Los Bruera empezaron a perder elecciones cuatro meses después, en las primarias de las legislativas, y no dejarían de perder hasta que Julio Garro, montado en la ola amarilla anti k y anti Bruera, los sacara del poder en 2015. Se fueron por la puerta de atrás, dinamitando el Municipio y con un horizonte encapotado. Un escándalo de coimas mandó al menor de ellos, Mariano, a la cárcel. Gabriel se aferró a su banca de concejal y Pablo negoció con la gobernadora Vidal un cargo en el BAPRO. Para las legislativas de este año, tuvieron que barrer el apellido debajo de la alfombra para poder colar delegados en las boletas de la unidad. Piantaba votos, decía el sentido común. Pero, se sabe: en política, como en la vida misma, nada es definitivo. En la arena microclimática de las elecciones internas del PJ bonaerense, los principales referentes del peronismo platense se asociaron para construir el domingo de resurrección de los hermanos crucificados. Unos con acciones. Otros con omisiones.
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En las dramáticas horas que siguieron a la tragedia de la inundación de 2013, Florencia Saintout lideró un golpe blando contra Bruera. En su fortín de la Facultad de Periodismo, armó un cuartel y monopolizó la asistencia a los damnificados. Ahí estuvo CFK. Como pollo mojado, el intendente, ese día, se dejó humillar. Sólo le faltó la corona de espinas. Envalentonada, en 2015 la decana enfrentó al clan. Perdió y, sin mediar explicaciones, fue a refugiarse en el axioma peronista: el que pierde acompaña. Este domingo, la diputada provincial -premiada con la jefatura del bloque de Unidad Ciudadana a pesar de haber perdido por paliza con la macrista Carolina Piparo en octubre- puso su tropa camporista y los recursos de la Universidad al servicio de los ex sucios, malos y feos. Lo que evitó poner es su nombre y su cara. Cuestión de imagen.
Viva Perón. Buera y Saintout, septiembre de 2015. El armisticio.
La otra protagonista del peronismo platense de este año, la flamante concejala Victoria Tolosa Paz -responsable de la derrota en coautoría con su enemiga íntima Saintout- hizo su aporte por omisión estratégica. No quiso quedar pegada a una pelea que evaluó jurásica, extemporánea e inútil y se declaró prescindible. El riesgo de que los Bruera, a quienes denigra en público y en privado, retuvieran el control de su partido no le pareció importante. Y dejó hacer.
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Desde que perdió la intendencia a manos del dirigente que le mordió la mano que le había dado de comer, Julio Alak esperaba que el tronco del bruerismo se ahuecara para talarlo. Y trabajó en consecuencia. Pero jugó con un moderado y le regaló a la dupla Bruera-Saintout la franquicia de la oposición dura. Carlos Bonicatto era ideal para encabezar una lista de unidad como una suerte de versión local de Antonio Cafiero. Pero, en el ring de la pelea, quedó en la línea del peronismo sufriente de síndrome de Estocolmo, el que, para desandar el desprestigio del kirchnerismo iracundo, se quiere parecer al PRO. Espejo de los intendentes que, con la excusa argumental de la necesidad de modernizarse, acuerdan reemplazar a Sergio Massa en la mesa de la gobernabilidad que necesita Vidal, la lista encabezada por el ex defensor del Pueblo quedó en off side cuando el péndulo de Cambiemos tocó otro hito de conflictividad al palo. En las jornadas previas a las urnas de la interna pejotista, la ola amarilla se prendió fuego en la hoguera de la reforma previsional y otra vez cotizó en alza el peronismo combativo.
En la noche del domingo de resurrección, los hermanos Bruera, que estaban muertos, volvieron a celebrar. También se sabe: a veces, los muertos que se matan a medias pueden, de un día para el otro, gozar de buena salud.