SANTIAGO DE CHILE (Enviado Especial) Desde la recuperación de la democracia en 1989 hacia aquí, las campañas electorales en Chile se desarrollaron casi sin agravios entre los principales candidatos, reflejando una estabilidad que luego se trasladaba a la gestión, donde los gobiernos de la Concertación -que agrupaba a la centroizquierda chilena- no modificaron en profundidad el sistema económico, social y político impuesto por Augusto Pinochet y garantizado por la Constitución de 1980.
Pero ese Chile empezó a cambiar hace unos años y parte de esa sociedad que acompañaba con el voto las políticas de consenso entre centroderecha y centroizquierda, que se refrendaban en el Parlamento más allá de los presidentes, empezó a repudiar ese acuerdismo permanente y a exigir lo que los especialistas llaman "las demandas de segunda generación": educación, salud, jubilación, cuestiones valóricas, etcétera. En reacción, otro sector rechazó los acuerdos, temeroso de que sirvieran para convalidar cambios con los que no concuerdan.
En ese marco, el creciente abstencionismo imperante desde la implementación del voto voluntario en 2012, la irrupción de una izquierda fuerte con las marchas de estudiantes universitarios en 2011 y el sorprendente tercer puesto obtenido por el Frente Amplio en la primera vuelta de estas elecciones presidenciales, son señales claras de un cambio tal vez inevitable.
La actual presidenta, Michele Bachelet, leyó ese escenario y abrió la Concertación -devenida en Nueva Mayoría- al Partido Comunista. Promovió reformas en el sistema electoral, impositivo, educativo, de salud y en cuestiones valóricas, como el llamado matrimonio igualitario. La economía no la acompañó y los escándalos de corrupción -que involucraron hasta a su hijo- se encaminaban a torcer ese rumbo. De la mano del reverdecimiento regional de las políticas promercado, Sebastian Pïñera se preparaba para volver a La Moneda casi sin obstáculos
Pero los resultados de la primera vuelta - 36% para Piñera y 22% para Alejandro Guillier- dejaron un final abierto para el balotaje del domingo y cobraron especial fuerza los votos de los candidatos que salieron tercero y cuarto, respectivamente: la izquierdista Beatriz Sánchez y el derechista José Kast, que reivindica abiertamente el gobierno pinochetista y es la contracara -y la reacción- al crecimiento de la izquierda.
Al comienzo del balotaje, ambos candidatos buscaron el voto centrista -la democracia cristiana sacó un 6% apetecible en este contexto- dando por descontado que los votantes de Sánchez y Kast los elegirían por una especie de efecto de "rechazo invertido". El debate televisado del pasado martes pareció reflejar esa estrategia. Los candidatos eludieron las definiciones contundentes, Piñera giró su postura respecto a la gratuidad en la educación y Gillier se mostró excesivamente prudente respecto a avanzar tanto en ese punto como con la administración privada de las jubilaciones (AFP).
Sin embargo, la calle muestra otra cosa. El cierre de campaña de Piñera se hizo en un coqueto teatro de la capital chilena, el Caupolican. Desde temprano, en cada una de las butacas esperaban prolijamente arrolladas banderas con algunos de los tres colores de la bandera chilena -rojo, azul y blanco-, el nombre de Piñera y la consigna de campaña: "Tiempos mejores estampados". Voluntarios uniformados repartían a los presentes remeras rojas y gorros azules con consignas similares.
En las charlas de pasillo durante el cierre de campaña de Piñera se agitó el fantasma de Venezuela.
No había en el teatro ni una sola identificación partidaria. De hecho, Piñera agradeció en su discurso a los partidos que forman parte de la alianza electoral que encabeza, Chile Vamos, pero no los nombró. Las banderas que colgaban de los balcones se referían a propuestas generales de gobierno, como garantizar la educación de los jóvenes, colaborar con la planificación rural y atención en salud a los ancianos. Ni un pin, ni una bandera ni una remera partidaria que rompiera con el tono predominante.
De fondo, sonaba una versión remixada para la campaña de la canción del venezolano y antichavista José Luís "Puma" Rodríguez, "Agárrense de las manos". El locutor del acto arengaba a los participantes a entonarla y en los espacios libres se coreaba el "Sí se puede" y el clásico "Se siente, Piñera presidente". Previo al discurso del candidato, la banda de cumbia pop chilena Noche de brujas brindó un minirecital.
Una rápida mirada descriptiva de los simpatizantes piñeristas mostraba una conjunción de personas de clase media y media alta con otras de clase baja. De hecho, aunque hubo espacios vacíos en lo alto del teatro, el piñerismo movilizó colectivos desde distintos puntos de Chile para el evento.
Las conversaciones que se escuchaban en los pasillos tenían un hilo unificador que se repitió en otras campañas recientes en la región: el fantasma de Venezuela. Muchos piñeristas están convencidos de que hay un acuerdo secreto entre el Frente Amplio y Nueva Mayoría y que de triunfar, en función de ese compromiso, Guillier profundizará el tibio giro a la izquierda que inició Bachelet. En Chile, y sobre todo en el mundo de Piñera, el fantasma Venezuela tiene un tono local con las reminiscencias de lo que fue el gobierno de Salvador Allende en los '70 y los graves problemas económicos y sociales que afrontó.
A escasas diez cuadras, frente al Palacio de La Moneda, Nueva Mayoría se animó -no es poco en Chile- a un acto callejero y de marcado tono progre-popular. Mientras esperaban a Guillier y a su invitado de honor, el ex presidente uruguayo José "Pepe" Mujica, el paseo Bulnes se fue llenando de simpatizantes con una clara diferencia respecto a los que estaban en el Caupolican: predominaban las banderas partidarias y, alimentando el temor de los piñeristas, la mayoría de ellas eran rojas, con la hoz y el martillo.
Aunque dio el discurso más duro contra Piñera en toda su campaña, Guillier no reivindicó a Allende ni avaló el fin de las AFP.
Lo notable es que las banderas, comunistas, socialistas y radicales, se vendían. También había "manteros" que ofrecían un particular merchandising: imágenes de Allende, gorras contra las AFP, fotografías del ataque a La Moneda en el golpe de 1973, llaveros del "Che" Guevara y otros íconos de la izquierda. Sin embargo, aunque dio el discurso más duro contra la "derecha" y Piñera en toda su campaña, Guillier no reivindicó a Allende ni avaló el fin de las AFP.
La primera línea dirigencial y los periodistas estaban separados por una valla del resto, y parlantes y pantallas gigantes hacían llegar imágenes y música a los más rezagados. La música, por supuesto, con otro estilo. Primero una de fusión de flamenco y después grupos folklóricos que entonaron e hicieron cantar a la multitud canciones de Víctor Jara, asesinado por la dictadura, mientras mostraban sus imágenes de fondo. El jingle de campaña, que hacía mención a una consigna generalista acerca de un "Chile justo", se colaba en los intermedios,.
La composición social también era marcadamente diferente. Muchos jóvenes, mucho estilo hippie chic o hippie cool. Una vez que Guillier concluyó su discurso, el evento continuó con un clima de fiesta popular, con gente bailando en la calle, lejos de los cánones de un acto político. Detalle sorprendente a ojos argentinos: no había alcohol circulando más allá del que tomaban los parroquianos en los bares circundantes.
Las consignas tenían un leve tono mas ideológico, y al repetido "Se siente, Guillier Presidente" se sumó en un momento de euforia un más combativo "Piñera, entiende, Chile no se vende". En las conversaciones, en tanto, el hilo conductor fue el temor a que "gane la derecha". El miedo a "volver atrás" con las reformas bacheletistas. No hay en este grupo preocupación por la inseguridad y mucho menos por Venezuela, sino un temor porque el Chile conservador -el que dio legitimidad social a Pinochet, el que no va a votar u obviamente vota a Piñera- les quite lo que consideran "avances conseguidos".
No será fácil, en consecuencia, la gestión para el candidato ganador el domingo. El paisaje político latinoamericano parece tomar forma de grieta en toda la región, entre posturas de izquierda versus derecha, que se trasladan incluso al estilo de ropa y cuestiones culturales. En el caso de Chile, incluso, parecen superar la vocación centrista de los propios candidatos, más cómodos tal vez en el esquema anterior. No sería ésta la mirada de sus simpatizantes.