A diez días del ballotage que se celebrará en Chile para elegir al sucesor de la presidenta Michelle Bachelet, lo que era un casi seguro triunfo del ex mandatario Sebastián Piñera va tomando formas más complejas. Este martes, la ex candidata del izquierdista Frente Amplio, Beatriz Sánchez, que salió tercera en la primera vuelta con más de 20% de los votos, anunció que votará por el oficialista Alejandro Guillier y las últimas encuestas publicadas marcan una ventaja ínfima para Piñera de apenas dos puntos o sea técnicamente un empate entre los dos candidatos.
La decisión de Sánchez fue incluso a contramano de lo que decidieron en su espacio político, donde la mayoría (aunque no los principales) de los partidos que conforman el FA se inclinaron por no respaldar a ninguno de los dos candidatos y solamente habían llamado a participar del ballotage. Se encuentran envueltos en una contradicción usual en los escenarios de segunda vuelta: ayudar por inacción al adversario ideológico (en este caso, Piñera) buscando quedar como la principal oposición o colaborar con el “moderado” rival del mismo espacio ideológico (Guillier) para evitar el retroceso en las políticas afines.
El anuncio de la periodista y ex candidata se dio en el marco del impacto que generó en el estable y formal sistema político chileno la denuncia de Piñera de que había votos marcados previamente (en Chile rige el sistema de boleta única) para Nueva Mayoría (la alianza gobernante) y el FA. Aunque luego intentó desdecirse y rechazó enfáticamente la idea de que estuviera sugiriendo que hubiera habido fraude, el daño ya estaba hecho y Piñera cosechó críticas hasta dentro de su alianza por parte de sus socios de la Unión Democrática Independiente (UDI).
En una elección de segunda vuelta tan ajustada, los analistas coinciden en que gana no el que más acierta sino el que menos se equivoca y la gaffe de Piñera, sumada al efecto negativo que generó en sus filas el resultado de la elección en primera vuelta, lo dejan mal parado a pocos días de la definición final. Hay una percepción generalizada en el mundo de la política de que el que denuncia fraude no es el que se siente ganador.
Antes de la elección del 19 de noviembre, todas las encuestas daban a Piñera ganando en primera vuelta por encima del 40% de los votos y duplicando a Guillier, lo cual, aunque era insuficiente para evitar el balotage, lo dejaba muy bien parado de cara al mismo. Sin embargo, aunque ganó, Piñera solo llegó al 36%, Guiller llegó a 22% y lo más notable fue que Sánchez rompió los pronósticos que la daban con menos de un dígito y llegó a más de 20%, a un paso incluso de meterse en la segunda vuelta.
Todo cambió entonces. La agenda de debate, que hasta ese momento empujada por Piñera había sido prioritariamente crítica hacia las reformas de la presidente Bachelet -educativas, impositiva, electorales y de salud-, giró ahora parcialmente hacia la necesidad de profundizarlas, que es lo que promovía Sánchez. Bachelet se sintió fortalecida y Guillier giró discursivamente su agenda hacia la izquierda buscando el respaldo de los votantes del FA tanto con promesas de más reformas como, sobre todo, con el llamado a frenar la hasta hace poco inevitable vuelta de la “derecha” al Palacio de la Moneda.
Por otra parte, los candidatos de centroizquierda escindidos del oficialismo, la demócrata cristiana Carolina Goic y Marco Enriquez Ominami también salieron a respaldar públicamente a Guillier. En el caso del PDC, el apoyo es clave porque este partido se alejó del gobierno receloso, entre otros puntos, de las leyes pro abortistas y buscando condicionar a sus antiguos aliados por derecha pero, ante el fracaso de la propuesta –sacó poco menos de 6%-, volvió sobre sus pasos y anunció formalmente el apoyo al candidato de Nueva Mayoría.
Piñera quedó entonces descolocado. Solo consiguió el respaldo del pinochetista José Antonio Kast-que también sorprendió sacando 8%- pero es absolutamente consciente de que entre los votantes del FA solo puede aspirar a lograr que no vayan a votar –en Chile el voto es voluntario– y que su margen de maniobra está limitado a capturar votantes desencantados con la decisión del PDC o aquellos potenciales votantes suyos que no participaron de la primera vuelta. El escenario es difícil de imaginar porque Chile es uno de los cuatro peores países del mundo en porcentaje de votantes que participan de los comicios y el abstencionismo históricamente favoreció a la centroderecha.
Obligado a correrse al centro a buscar votos (en el campamento de Piñera dan por descontado que, aunque molestos con ese giro, los votantes de Kast lo acompañarán en el ballotage) al candidato de la alianza Chile Vamos no se lo percibe cómodo prometiendo, por ejemplo, modificar el sistema de pensiones privado (AFP, que fue creado por su hermano José) o diciendo que va buscar sostener la gratuidad de la educación, aunque haciendo la salvedad de que sería “solo para los que la necesitan”. Esas posiciones hacen ruido en su espacio y no terminan de ser creíbles afuera.
Claro que tampoco Guillier tiene todo servido. Los votantes del FA a los que tiene que ir a buscar son mayoritariamente jóvenes disconformes con la historia de estabilidad y acuerdos políticos del Chile post Pinochet y desconfían de que Guillier pueda romper con el circulo rojo chileno que integra no solo la elite política sino, también y sobre todo, la elite económica que, ante las demandas de reforma, siempre recuerda que, desde que tomó el camino de la economía de mercado, Chile no ha dejado de crecer y ha ido bajando gradualmente la pobreza extrema.
Habrá que esperar al lunes 18 pero, tal vez, los chilenos mayoritariamente ya hayan tomado estas mejoras como un piso y las demandas de segunda generación vinculadas a la persistente desigualdad vigente en Chile –el peor caso de los países integrantes de la OCDE– sean la nueva agenda de la política chilena y quien interprete mejor ese equilibrio entre estabilidad económica y justicia social sea quien se lleve el premio mayor el domingo 17.