El día del desaparecido

Cuando Mauricio Macri caminaba triunfal hacia las elecciones que lo iban a consagrar como un proyecto duradero y ya aceleraba con su plan de reformas, apareció un cuerpo que había quedado hundido por el optimismo de época.

 

Después de una semana en la que las principales figuras de Cambiemos se engolosinaron con la “oportunidad histórica” del presente en el Coloquio de IDEA ante el Círculo Rojo, del río Chubut emergió una fuerza que enmudeció a la política. Con una inoportuna precisión para dejar helada a la Casa Rosada.

 

Con el nuevo juez de la causa, con la garantía del Equipo Argentino de Antropología Forense que aceptó pedir la fiscal Silvina Avila, con buzos de Prefectura, irrumpió un cuerpo que tiene el DNI -¿y también los tatuajes?- de Santiago Maldonado.

 

Si se tratase del artesano que llevaba 78 días desaparecido, la autopsia debería responder una avalancha de preguntas en un país donde -aun sin sufrir como los Maldonado ahora- son mayoría los que no confían en nadie.

 

 

 

Aunque hable -como graficó el juez Gustavo Lleral- parece difícil que ese cuerpo que conmocionó a la sociedad política alcance para aunar criterios sobre lo que pasó en Cushamen el 1 de agosto pasado, durante el operativo represivo de la Gendarmería Nacional. Hay una víctima y una familia amputada. Lo demás es materia de lucha, apropiación y teorías conspirativas. Resultará arduo que alguien convenza a Cambiemos y a sus voluntarios de que el hallazgo del cuerpo fue casual, a cuatro días de las elecciones de la consagración que deseaban. De que no les tiraron un muerto, como sintió Duhalde con José Luis Cabezas. También la familia, la defensa de Maldonado y los mapuches creen que ese cuerpo fue “plantado”.

 

Todas las miradas y las sospechas apuntan a la Gendarmería, la fuerza modelo que propagandizó el kirchnerismo y que el macrismo gobernante defendió a capa y espada con una convicción digna de cómplices o suicidas, de principiantes o de extranjeros en un país que, en todo el mundo, es todavía sinónimo de desaparecidos. Lo atestigua el mismo Equipo de Antropología Forense, al que llaman de cada rincón del planeta en el que aparecen cuerpos sin nombre.

 

Fuentes con acceso al expediente le dijeron a Letra P que el cuerpo hallado en el río Chubut está conservado, “corificado”: “Tiene conservación cadavérica, tiene mucha información y se pueden obtener muchos datos de esa autopsia”. Las preguntas se agolpan sin respuestas a la espera de resolver los enigmas del caso.

 

¿Por qué apareció ahora? ¿Por qué apareció ahí? ¿Ahí estuvo siempre o ahí lo plantaron? ¿Qué movimiento obligó a que apareciera? ¿Fue el trabajo del nuevo juez? ¿O la fisura de un pacto de silencio entre los culpables de un crimen? ¿Fue la presión de una parte de la sociedad? ¿Fue todo eso? ¿Cómo murió? ¿Lo mataron? ¿Lo planificaron? Si alguien pudo ocultar un cuerpo 78 días, ¿quién tiene la logística para hacerlo? ¿Hasta dónde llega la cadena de encubrimiento oficial?

 

 

 

Casi dos años después de haber logrado en las urnas el pasaporte al poder, Cambiemos se encuentra por primera vez ante un problema que no puede atribuir al pasado. Ni al pasado reciente -la inflación, los subsidios, la grieta, la pobreza, el estancamiento- ni al pasado propio que el clan Macri dice haber dejado atrás -Panamá Papers, el Correo, la patria contratista, el capitalismo de amigos. En todo caso, la desaparición y el ocultamiento de un cuerpo durante 78 días tiene raíces en el terrorismo de Estado argentino, que el oficialismo pide dejar atrás, sin un balance ni una lectura ni una intervención novedosos. Como si la historia fuera apenas un río que corre.

 

¿Qué hubiera podido hacer el Presidente para que apareciera Maldonado? ¿Qué hubiera podido hacer un gobierno que hubiera sentido en carne propia la historia argentina reciente, en lugar de haberse beneficiado con ella? Un gobierno con capacidad de ver más allá de lo que ven y convalidan sus fieles. Un gobierno. La conversión de Patricia Bullrich, que parece haber rifado hasta su memoria, no alcanza para explicar la batalla que el macrismo y sus propagandistas siguieron librando, ensañados contra el desaparecido y los motivos de su lucha.

 

 

 

Si el cuerpo fuera el de Maldonado y si la Gendarmería fuera responsable, Macri estaría ante un desafío inédito como presidente: tomar una medida contra su historia y contra su ideología, esa que dice no tener, pero lo gobierna todavía. Revisar lo que hizo y no hizo Menem en el caso de Omar Carrasco, lo que hizo y no hizo Duhalde ante los crímenes de Kosteki y Santillán, lo que hizo y no hizo Kirchner en los casos de Julio López y Mariano Ferreyra, lo que no hizo Scioli en el caso de Luciano Arruga.

 

Tal vez el Presidente ni sepa quién es Arruga, el chico de Lomas del Mirador que la Policía bonaerense desapareció en pleno reinado de los derechos humanos por negarse a robar para los azules. Luciano, que tenía 16 años y era pobre, morocho y, por lo tanto, sospechoso; que a simple vista contrastaba tanto con las rastas y la trayectoria de Maldonado. Arruga desapareció en el mismo territorio en el que vivía y tuvo una vida seguramente muy distinta a la de Santiago, visto por última vez a 1.400 kilómetros de la localidad bonaerense de 25 de mayo, donde nació. Lo secuestraron en enero de 2009 y apareció cinco años y ocho meses después, el 17 de octubre de 2014. El mismo día en el que ahora un cuerpo aparece, en el río Chubut, para hablar y dejarnos mudos. El día que en el siglo pasado se bautizó de la lealtad peronista. El día nuestro del desaparecido en democracia. Si es que ese cuerpo que emergió en la Patagonia es el de Maldonado.

 

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