Peripecia del cepo y cómo se resuelve: ¿shock o gradualismo?

La eliminación del cepo implica normalizar el mercado cambiario, que exista un solo mercado en el que, aunque administrado, la cotización de la divisa sea en función de la oferta y la demanda sin reprimirlas artificialmente. En otras palabras, significa que, con regulaciones eficientes -como se hace en todos los países modernos del mundo- toda persona física o jurídica que quiera comprar moneda extranjera lo pueda hacer, en la medida en que justifique la procedencia de los pesos necesarios para hacerlo.

Luego de casi cuatro años de cepo, existe una demanda reprimida de varios miles de millones de dólares: importadores que no han obtenido las divisas para pagar sus compras en el exterior; empresas extranjeras que no han podido girar dividendos; e individuos que quieren comprar dólares para diversos fines, entre ellos para resguardarse de la pérdida de valor del peso por efecto de la inflación. La liberación inmediata llevaría a una fuerte y descontrolada devaluación de nuestra moneda, a menos que el nuevo Gobierno dispusiera de los dólares necesarios para abastecer esta demanda, algo imposible de esperar de manera inmediata.

 

Para ello, no podrían usarse -aunque la actual administración los compute como reservas- ni los yuanes, ni los DEG, ni el oro, ni el dinero de terceros depositado en el BCRA, ni los fondos de los tenedores de bonos internacionales que están congelados por disposición de la Justicia de los Estados Unidos. En verdad, no se sabe con precisión cuánto es ni cuánto será al fin de la gestión el stock de intervención real del Banco Central -reservas líquidas y disponibles- porque, como es sabido, el Gobierno hace con las reservas internacionales lo mismo que hace con la pobreza, con los precios, con las cifras de deuda y con el déficit fiscal: miente.

 

Entonces, comprometerse a liberar el cepo el 11 de diciembre como lo ha hecho Mauricio Macri, no sólo es temerario sino de peligrosa insensibilidad, porque no mide el costo social que implica hacerlo de esa manera.

 

Obvia así las peores consecuencias de una devaluación abrupta, y agrega más sufrimiento a una sociedad que ya registra un 27% de pobreza. Está claro que con el tiempo el dólar buscará su nivel de equilibrio pero, mientras tanto, la capacidad de compra de trabajadores y jubilados se irá deteriorando y las consecuencias negativas en el plano social se volverán inevitables.

 

Este pensamiento, que no evalúa la conveniencia de estructurar adecuadamente los procesos económicos incorporando el costado social, es el que inspira el camino del shock. Por su parte, Sergio Massa también planteó la necesidad de liberar el mercado cambiario, pero en forma gradual, porque propone hacerlo utilizando los instrumentos de política y el tiempo que se requiera para evitar las consecuencias sociales traumáticas de la corrección.

 

Se podrán liberar primero las transacciones prioritarias mientras que, con la puesta en marcha de un programa macroeconómico integral, se irán generando las condiciones para que el Banco Central pueda disponer de manera efectiva los dólares necesarios para hacer frente a los aumentos de demanda esperados. Este método paulatino previene las consecuencias sociales negativas e inevitables si se aplicara un shock, y está basado en una concepción de toma de decisiones económicas con un profundo sentido de justicia social.

 

El próximo Gobierno no sólo deberá levantar el cepo. Tendrá que resolver muchas inconsistencias para recuperar los equilibrios macroeconómicos perdidos.

 

La actual administración pretende -por la vía de atajos- demorar las consecuencias de su errado derrotero a costa de seguir debilitando la posición externa del país con menos reservas genuinas y mayor deuda externa; profundizar el estancamiento económico que destruye empleo y convalidar niveles de inflación que devora ingresos.

 

Está claro, entonces, que si queremos salir de esta transición inconclusa que retrasa nuestro progreso, debemos cambiar. El gran debate en el tiempo electoral que se avecina debería estar centrado en cómo ha de encararse ese cambio y, en esto, las fuerzas opositoras tenemos no sólo una gran oportunidad, sino también una enorme responsabilidad que no debemos eludir: los ciudadanos deben saber más para elegir mejor. Algunos hechos del pasado no tan lejano deberían servirnos de guía. El ideólogo de la política neoconservadora Milton Friedman en uno de sus ensayos más influyentes aseveró que ante situaciones críticas “hay que desarrollar alternativas y mantenerlas hasta que lo políticamente imposible se vuelva políticamente inevitable”. Este pensamiento marcó una época a la que seguramente muy pocos argentinos quieren volver.

 

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