El deceso del empresario Andrés De Cabo en Miami generó una serie de conversaciones, recuerdos e intrigas en las altas esferas de la política y los negocios que no se condicen con los escasos cinco avisos fúnebres publicados en la prensa argentina del día viernes. Fue el representante de las operaciones de Alfredo Yabrán en Estados Unidos que termino sus años como un vecino más de la exclusiva zona de Coral Gables en Miami. Intimo amigo del magnate entrerriano, su final fue tan silencioso como sus últimos años.
Formaba parte de la mesa chica de Yabrán junto al abogado Jorge Balbín y Alejandro De Carlo. Armando Balbín, hijo mayor del ex dirigente radical Ricardo Balbín fue a quien Yabrán compró la firma OCA, de la que, por entonces, el jefe de Gobierno Fernando de la Rúa, era uno de los abogados. Por otra parte, Jorge Balbín compartía oficinas en un edificio céntrico alguna vez atribuido al polémico empresario postal, en Cerrito al 500.
A mediados de los 90 De Cabo se instaló en Estados Unidos para manejar los asuntos de Ocasa. Esa lejanía lo preservó de los estallidos de la etapa final de su jefe. Sin embargo, como se dice en Comodoro Py, no pudo evitar “ser caratula”. El ahora ex juez Adolfo Bagnasco lo investigaba por una supuesta asociación ilícita. Bagnasco se alejó de los tribunales y supo de su fallecimiento en su estudio de microcentro donde, cada tanto, pasa a tomar café Gustavo Literas, otra estrella en el que fuera el firmamento de los jueces menemistas.
Uno de los avisos fúnebres que recuerdan a De Cabo fue pago por la Asociación Argentina de Caza. No sorprende: era una de sus principales aficiones incluso en Norteamérica, donde Yabrán tenía su propio coto en el cual se relajaba Carlos Ménem antes de compartir largas veladas con la familia Bush. En abril de 1997 Menem abatió un ciervo rojo que le valiera el distinguido premio del Safari Club Internacional.
De Cabo dejo un secreto que nunca quiso revelar hasta que, con el paso de los años, dejaron de preguntarle. El día siguiente de la muerte de Yabrán se publicaron una serie de avisos fúnebres en los diarios. En Clarín apareció un obituario sin firma y que solo incluía nombre de pila: Jacqueline. Por esos días causó una gran intriga y siempre se dijo que quien conocía la identidad de la firmante era De Cabo.
A diferencia de Héctor Colella, que años después de la muerte del empresario se reinvento en los negocios en Argentina y Uruguay, De Cabo nunca regresó ni se interesó por el país. Algunos políticos que pasaron por La Florida intentaron una reunión pero era imposible. Cuentan que uno de ellos fue Francisco De Narváez. De Cabo se dedicaba gran parte de su tiempo al manejo y el cuidado de autos cadillacs.
Su último gran proyecto fue una serie de encargos a pedido de la Reserva Federal de Estados Unidos que requería de la construcción de algunas bóvedas. Un mera demostración de los contactos y la influencia que pocos argentinos podrían ostentar en los círculos más reservados del país del norte.