Massa ¿es oficialista o es opositor? ¿K o antiK?

Por Ezequiel Meler (*).

Apenas pasó una semana del lanzamiento de las candidaturas y, sorprendentemente, el centro del debate en la Provincia de Buenos Aires no lo ocupan ni el gobierno –que viene de una victoria por goleada en el distrito hace apenas dos años-, ni De Narváez, el último opositor que supo vencer, nada más y nada menos, a Néstor Kirchner y Daniel Scioli. No, en el centro del ring encontramos a Sergio Massa, que con su Frente Renovador ha concitado y sigue concitando la atención y las críticas de la totalidad de las fuerzas políticas.

 

Están los que denuncian en él otra lista kirchnerista (De Narváez, Stolbizer), así como los que, desde el kirchnerismo, aprecian antes que nada su capacidad de absorber los restos de PRO –algo que Mauricio Macri trata vanamente de presentar como un acuerdo macro, de carácter explícito-. Pero, de una u otra forma, todos hablan de Massa, todos antagonizan con él y la mayoría ve su lista peleando el primer puesto. Impresión que, debemos reconocerlo, ratifican hasta ahora las encuestas realizadas. Claro que la campaña es larga y recién empieza, pero el hecho de que el discurso opositor y oficialista se concentre en una tercera fuerza dice mucho de la dificultad de los principales agentes políticos por definir una estrategia de campaña que encasille a Massa en algún lugar del eje kirchnerismo / antikirchnerismo.

 

¿Qué dice Massa? Que se opone a la reelección de Cristina, algo relativamente abstracto ya que la misma requiere de una reforma constitucional de improbable realización. Que no está en contra de una reforma de la justicia –al contrario, afirma que hacen falta “cambios muy fuertes”-, pero que los mecanismos propuestos no son los adecuados: se muestra partidario de la descentralización como paso previo a una eventual democratización. Que reivindica el desendeudamiento, el canje de la deuda, la asignación universal, el cambio en la composición de la Corte Suprema, la política de derechos humanos, la generación de nuevos derechos, el rol del Estado en la economía, etc. Más aún, el intendente de Tigre recuerda que fue él, durante su paso por la jefatura de gabinete, el que presentó el proyecto de ley de medios en el Teatro Argentino de La Plata.

 

¿No es ese el discurso kirchnerista? Si entendemos al kirchnerismo como una usina de propuestas políticas, probablemente. Pero el kircherismo es también una fórmula de poder y un modo de llevar a cabo las tareas de gestión, y en ese sentido Massa marca la diferencia: no acompaña un proyecto que ya sólo se preocupa por la mera continuidad en el tiempo de un elenco determinado, en el marco de un esquema altamente verticalizado y personalizado. Massa, por otra parte, tiene su propia agenda de prioridades: la seguridad, los precios, la integración de los discapacitados, la calidad de las prestaciones públicas. Pero de inmediato advierte:

 

“Mi mayor compromiso es de trabajo. Yo no tengo consignas de campaña ni voy a asumir grandes compromisos. Mi mayor compromiso es tratar de aportar ideas y proyectos para el futuro de la Argentina. Todo lo demás son eslóganes de campaña que cuando no se cumplen generan frustración.”

 

Pero entonces, ¿es oficialista o es opositor? ¿K o antiK? Massa responde que ninguna de las dos alternativas le convence, y se diferencia de una oposición que parece creer que la Argentina “es Bagdad”. Antes que eso, propone construir una alternativa de centro, de abajo hacia arriba, que se muestre como superación de un debate estancado. Esa diferenciación moderada, según diversos consultores citados por Tiempo Argentino en una nota reciente, le permitiría captar votos que proceden tanto del sector de Unión Celeste y Blanco (De Narváez) como del propio Frente para la Victoria (Insaurralde).

 

El otro punto fuerte de Massa reside en la integración de su espacio. Sólo el oficialismo, lógicamente, lo supera en la cantidad de jefes comunales que adhieren a su proyecto, pero ello no obsta para que la mencionada liga de intendentes que lo acompaña atraviese secciones electorales enteras, penetrando incluso en el interior de la provincia de Buenos Aires, tradicionalmente difícil para los candidatos procedentes del conurbano. Massa aglutina adhesiones procedentes del peronismo, del radicalismo, del macrismo, opciones vecinalistas y sobre todo, muchos intendentes que se acercaron a él dos años atrás, cuando comenzó su ciclo de construcción.

 

Si la estrategia de Massa es de diferenciación moderada, las otras alternativas en juego apelan a los extremos. Margarita Stolbizer, que lleva más de una década como legisladora por la provincia, apuesta sobre todo a diferenciarse de los listados “peronistas”, tratando de mostrarse como la única opción potable para el antiperonismo tradicional. Francisco de Narváez, en cambio, ha apostado a una alianza con el sindicalismo moyanista, y a un antikirchnerismo puro y duro (“Ella o vos”), que antagoniza menos con el gobernador Scioli –las malas lenguas denunciaron un arreglo entre ambos- que con el kirchnerismo a nivel nacional. Y el kirchnerismo, como anticipamos en el verano, se recuesta en una fuerza de base comunal, con intendentes a la cabeza en todos los distritos, para sostener el que considera un voto ultraoficialista altamente fidelizado, que lo acompañó por ejemplo en 2009, propulsando una lista cuyos nombres se vienen repitiendo, en muchos casos, desde 2005. En todos los casos, se trata de estrategias pensadas y diseñadas antes de que Massa saltase al ruedo, reforzadas en el camino, que toman por descontada la premisa de una gran división entre los votantes del gobierno y de la oposición. El buen desempeño de Massa en las encuestas demuestra que esa frontera se puede recorrer, y que las identidades son más lábiles de lo previsto.

 

Sin embargo, la campaña es larga, y la diversidad de sus apoyos puede traer problemas al ex jefe de gabinete. El principal reside en la emisión de discursos antagónicos desde su propia lista de candidatos, pero también incidirá, seguramente, la necesaria reelaboración de los temas de campaña que cada candidato hará de cara a las primarias de agosto, ahora que Massa ha definido su juego.

 

Mientras tanto, si hay un perdedor en esta coyuntura, ese es Daniel Scioli. Habiendo extraviado su posición autónoma, la presión de la Casa Rosada y la apuesta de Massa lo han forzado a jugar en un papel que no le queda ni siente: el de kirchnerista de la primera hora. La minimización de sus diferencias –expresadas el año pasado con claridad supina- choca con su exclusión de las listas, con el descontento de sus principales cuadros de gobierno, y con la dificultad que encuentra para hallar su lugar en una campaña que no protagoniza.

 

Su única oportunidad reside en una contundente derrota de Massa, pero al mismo tiempo, una victoria de Insaurralde, sumada al desempeño del kirchnerismo en ciertas provincias clave, como Entre Ríos, lo expone a perder el lugar de heredero natural que tanto valora y que creía tener asegurado.

 

(*)Profesor universitario. Analista Político

 

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