Al cierre de esta nota, el cierre de las bolsas asiáticas habrá dado una señal sobre cómo podría continuar la saga. Dado el nivel del desplome del lunes, era probable que se produciera un rebote, pero eso no sería de ninguna manera una señal definitiva. Esto es serio y va a llevar tiempo.
Analizar las causas y consecuencias de esos movimientos de precios permiten avanzar en las posibles consecuencias para la Argentina en general y para el gobierno de ultraderecha en particular.
Lunes negro, números rojos para la economía
En todo el mundo se evaporaron ganancias de meses y la magnitud del desbarranco evocó el crash de 1987 y el meltdown –derretimiento– de capital acontecido en esa ocasión.
Esos números supusieron una desaparición de riqueza de varios billones de dólares. La palabra "desaparición" es correcta porque lo que ocurre no es un juego de suma cero, en el que una parte se queda con lo que cede otra; al contrario, lo que pasa es que ciertos activos –acciones, esto es partes de compañías, materias primas, metales– pasaron en horas a valer mucho menos.
Si, por caso, de caída en acciones se trata, es interesante mensurar el colapso en términos de capitalización –valor en bolsa– de empresas líderes en el mundo y del patrimonio de sus ceos.
- Según calculó Forbes, el valor combinado de las "siete grandes" empresas tecnológicas de Estados Unidos –Amazon, Apple, Facebook/Meta, Google/Alphabet, Microsoft, Nvidia y Tesla– se redujo de golpe en 1 billón de dólares.
- Así, Jeff Bezos –Amazon– fue el milmillonario más afectado, con una reducción de patrimonio personal de 8.000 millones de dólares. Este quedó en "apenas" 179.000 millones.
- Segundo en el podio de las víctimas resultó Jensen Huang –Nvidia–, que terminó la rueda con una fortuna 7.900 millones de dólares menor.
- Mark Zuckerberg –Meta– perdió 7.000 millones y Larry Ellison –Oracle– 6.000 millones, lo mismo que Elon Musk –Tesla, X y otras firmas–.
El desastre de los mercados, paso a paso
Cuando se produce un choque en cadena, no hay un único culpable, ya que habría bastado con que uno solo de los conductores hubiese viajado a la velocidad recomendable y dejado la distancia necesaria para que el dominó del infortunio se cortara. Así, como en todos los grandes desastres, las causas son varias y concurrentes.
- El último miércoles, el Banco –central– de Japón (BoJ) incrementó la tasa básica de la economía a 0,25% –sí, sigue siendo muy baja, pero es la mayor desde 2008– y sugirió que podría redoblar la apuesta en su próxima reunión. Esto, que fortaleció al yen frente al dólar y el euro, cortó una bicicleta especulativa según la cual grandes fondos de inversión se endeudaban a tasas bajas en ese país para adquirir activos estadounidenses mucho más generosos en rendimiento. Se trata del conocido y siempre ruinoso carry trade, el mismo que Caputo habilitó en nuestro país con las políticas recientemente anunciadas de suba de tasas e intervención sobre los tipos de cambio paralelos.
- Con esa decisión, el BoJ desencadenó una ola de ventas de acciones en poder de esos fondos "apalancados" –endeudados–, los que volcaron el dinero resultante a cancelar esos préstamos súbitamente encarecidos. Los movimientos bajistas de la Bolsa de Tokio, de hecho, ya habían comenzado sobre el final de la semana pasada.
- Esto puso la mira en la otra punta del negocio: la tasa de interés de la Reserva Federal de los Estados Unidos, que esa institución demoró en bajar para evitar un riesgo de rebrote de la inflación. Esto, desde ya, afecta el nivel de actividad y la difusión el viernes de un dato negativo de desempleo –que el mes pasado subió más que lo esperado por los analistas, hasta 4,3%– elevó al 25% la posibilidad de una recesión en el mediano plazo, de acuerdo con pronósticos de bancos de inversión. De ese modo, dada la posibilidad de un enfriamiento de la actividad en la hiperpotencia, las acciones ajustaron bruscamente a la baja en todo el mundo.
- A todo lo anterior se suman factores como la percepción generalizada de una burbuja de cotizaciones de las empresas de alta tecnología e, incluso, las crecientes tensiones entre Israel e Irán, que amenazan con desencadenar una guerra que, además de esos dos países, podría involucrar al Líbano.
Es el choque en cadena.
Una excusa oportuna para Javier Milei y Toto Caputo
Milei trató de transmitir tranquilidad durante la jornada y hasta se dio tiempo para bajarle el precio a la embestida de Mauricio Macri contra Santiago Caputo al mostrarse risueño con este –y con Manuel Adorni– en el balcón de la Casa Rosada.
En tanto, desde el Ministerio de Economía, el otro Caputo dejó trascender que el impacto de la crisis en el país se verá atemperado por la vigencia del cepo cambiario. Eso es cierto, aunque por las malas razones, porque los controles de capitales tan extremos nunca son buenos. Además, corresponde reconocerle el acierto de no haber cedido a presiones de quienes lo vienen corriendo por derecha para que libere el mercado cambiario a cualquier costo devaluatorio.
Por otro lado, el ministro admitió que los últimos eventos podrían afectar la reactivación de la economía.
Va de suyo que la crisis financiera global no es culpa del gobierno argentino y que el país sentirá su impacto por fragilidades de larga data, que exceden los méritos y los errores de la actual administración. Sin embargo, también lo es que el desplome de las bolsas ayuda a construir una narrativa para justificar la prolongación de una hiperrecesión que, en verdad, en ningún momento había entregado señales reales de alivio.
La mileinomía en su laberinto
Los activos argentinos –el peso, los títulos de deuda, las acciones– arrancaron la jornada de este lunes pegándose palazos memorables, pero al final de la rueda las caídas se vieron atemperadas. Así, los tipos de cambio paralelos treparon, pero "sólo" en torno al 1%, y el riesgo país superó los 1.650 punto básicos, pero no se sostuvo por encima de los 1.700 que había llegado a superar.
Las consecuencias del viento de frente internacional para el país serán mayores cuanto más tiempo se prolongue el castigo global y cuanto más profundo sea este. El escenario, en principio, es severamente desfavorable para la economía, para el plan económico y para la fortaleza política del Gobierno.
Este medio es pertinaz en contarle las costillas al Caputazo, al ajuste excesivo e inequitativo que implica, a las inconsistencias del manejo macro y a la obsesión del jefe del Palacio de Hacienda por manejar todos los problemas en base al recurso del endeudamiento y la timba. Si todo eso ya encendía antes de lo ocurrido este lunes poderosas luces de alerta, estas cobran ahora todavía mayor intensidad.
En primer lugar, la reactivación de la economía se hará todavía más incierta en un contexto global que apunta a una recesión. Los flujos de comercio se verían resentidos, así como la llegada de inversiones que la administración de ultraderecha necesita como el agua para darle aire a la actividad y, en el corto plazo, sumar dólares a las deprimentes reservas del Banco Central.
En segundo lugar, si la reducción del riesgo país a alrededor de 800 puntos básicos es una condición sine qua non para que la impresionante deuda nacional se vuelva refinanciable, el presente preanuncia dificultades adicionales para un plan económico que, de hecho, en lugar de aminorarlo, lo incrementa. Los vencimientos del año que viene, unos 12.000 millones que hoy sencillamente no están, parecen un Everest para la mileinomía y eso eleva el riesgo de "evento financiero", esto es de un default o una renegociación forzosa que, en el fondo, no es otra cosa que la amenaza inminente de una cesación de pagos. Sería imposible pensar en una vulneración mayor del dogma paleolibertario del "respeto irrestricto al derecho de propiedad".
Tercero, si el maldito cepo resulta un amortiguador en la crisis, cabe suponer que una coyuntura internacional desfavorable haría más difícil su remoción y, con eso, normalizar la actividad. Todo, cabe reiterar, dependerá de la duración de la malaria.
Cuarto, y en relación con lo anterior, aumenta exponencialmente los dilemas del Gobierno respecto de qué hacer con el dólar.
Un escenario de incremento de la brecha entre los paralelos y el oficial y, eventualmente, de una devaluación importante del segundo gana verosimilitud. Nunca está de más señalar que, de ocurrir eso, Milei y Caputo –y, con ellos, la Argentina– enfrentarían un rebrote de la inflación, cuya reducción con fórceps e hiperrecesión es acaso su único logro exhibible y su mayor soporte en la opinión pública. Esto resulta delicado cuando las encuestas ya muestran una reducción de la paciencia social con el oficialismo.
El dilema del dólar –o, en verdad, del peso– se hace ahora extremo. Caputo y Santiago Bausili se apegaron este lunes a la política en vigor de ventear las pocas reservas existentes –si es que existen algunas– para mantener a raya los tipos de cambio paralelos. Como la crisis global redujo el volumen negociado, la sangría para las reservas resultó acotada –apenas 25 millones de dólares–, pero el problema es que el baile seguirá en los días que vienen.
Entonces, ¿hasta cuándo se podría sostener la política de intervención para anclar la brecha, heterodoxia con la que Milei reconoce –implícitamente– que la inflación no es, como afirma a los gritos, un fenómeno exclusivamente vinculado a la emisión monetaria?
Si el problema excede las fronteras de la Argentina, el dilema para la política oficial también se vincula con lo que ocurre extramuros. Si una de las las consecuencias más básicas de turbulencia global es el llamado "vuelo a la calidad", esto es la huida masiva de capitales de los mercados emergentes a activos más seguros en Estados Unidos, divisas como el real o el yuan –las de los principales socios comerciales del país– tenderían a devaluarse. Esto hace más inoportuna la política de sostenimiento de la actual paridad peso-dólar en la que Caputo dice estar dispuesto a persistir. En efecto, si Brasil y China devaluaran, ¿que pasaría con las exportaciones y las importaciones de la Argentina y, con eso, el balance comercial, única fuente de generación de dólares para las agujereadas reservas del Banco Central?
Esto, sumado a la falta de billetes verdes para seguir interviniendo en el mercado, ilustra hasta qué punto la política económica en curso corre peligro serio de hacer agua.
En esa línea, se da otra incongruencia curiosa: mientras los tesoros y los bancos centrales de Estados Unidos, Europa y China se verán obligados, respectivamente, a relajar sus políticas fiscales –aumentar el gasto público– y monetarias –bajar tasas y, en definitiva, emitir– para evitar una oleada de quiebras de empresas y bancos, la Argentina de Milei seguirá marchando en el sentido opuesto. Sería algo así como circular por Libertador a contramano.
Es cierto que el país no tiene margen para gastar o emitir demasiado –lo hecho en la pandemia, algo inevitable, fue la causa de la inflación que explotó al final del mandato de Alberto Fernández–, pero sí debería reducir el ritmo de un ajuste sin precedentes, sólo apto para provocar efectos benéficos en la florida imaginación del Presidente.
Ser débil es no tener opciones.