¿Por qué Javier Milei quiere cerrar Canal Encuentro y Pakapaka, la señal de televisión del Ministerio de Educación? La respuesta está en el debate presidencial de este domingo, pero, antes, un poco de historia.
Desandando más de cien años de educación común, el candidato libertario dice que el Estado no debe meterse en el tema porque la educación es un negocio. Consagrada como educación común por Sarmiento, la educación es pública desde 1884, con la ley 1.420. Gran paradoja, porque esa ley es responsable, en parte, de los éxitos de la generación del ochenta a la que Milei dice admirar, pero que evidentemente no conoce. Desde entonces, en las sucesivas normas educativas sancionadas en distintos períodos de la historia, el espíritu sarmientino no ha hecho más que ampliarse. Desde la gratuidad de la enseñanza universitaria con Perón, en 1952, hasta la universalización del secundario con Néstor Kirchner. Es justamente en esa ley, la 26.206, sancionada en 2006, donde se establece una política educativa que va más allá de las aulas con la creación de una señal de televisión y su filial para niños.
Resulta una paradoja que estos modernistas de la cuarta ola tecnológica promuevan la desinversión educativa en el mundo tecnológico. En la historia humana hubo cuatro plataformas educativas o dispositivos socioculturales para la transmisión del conocimiento. La primera fue la academia griega, la de los sofistas y filósofos del helenismo, que crearon las primeras escuelas de enseñanza alrededor de la figura de un filósofo. Allí impartían sus clases Sócrates o Platón. La segunda fue la red de abadías y monasterios fundados en la cristiandad en la Edad Media, donde se impartió, a través de la escolástica, el saber de aquella época. En tercer lugar, en pleno nacimiento de la modernidad, Napoleón creó el normalismo, un saber enciclopédico con el que, alrededor del libro impreso, las naciones impusieron la formación de ciudadanos.
En la segunda mitad del siglo XX, un dispositivo técnico cultural nuevo irrumpió vorazmente para atrapar todo el saber circulante y llevarlo directamente a cada casa, a cada familia: los medios de comunicación. El cine, la televisión y la radio, hasta llegar a los dispositivos digitales. Pasamos de públicos cautivos a usuarios digitales; de grandes pantallas y consumo masivo a la conectividad de hoy; de una cultura social tendiente a la homogeneidad a las mediaciones individuales; la hipermediación de celulares, las próstesis tecnológicas o las extensiones sensoriales del hombre, como las llamó Marshall McLuhan.
Pero estas máquinas “inteligentes” no son nuevas. En realidad, los aparatos pueden ser nuevos, pero no lo es nuestra relación con lo técnico. La tecnología, desde la primera piedra tallada para hacer la punta de una flecha como el más reciente robot o aplicación digital, no es más que nuestra forma de relacionarnos con el mundo. Es la segunda naturaleza que inventamos para sobrevivir, ya que el hombre es el único animal que no puede crecer sin transformar su medio. Que los supuestos liberales que se autoperciben como una vanguardia epocal pretendan cerrar una de las iniciativas educativas más importantes de los últimos años es un contrasentido.
Iniciada en 2006, con producciones de la BBC inglesa (¿lo sabrá la mamá de Ramiro Marra?) y propias, con artistas como Juan José Campanela y científicos como Diego Golombek, el Canal Encuentro es una de las experiencias pedagógicas más relevantes de América Latina. El desconocimiento de Marra o los prejuicios de su mamá no pueden hacernos olvidar de estas políticas de Estado, pero que la educación transmite ideología es una obviedad elemental que Sarmiento hubiera respondido con un exabrupto (ya sabemos lo mal hablado que podía ser), ya que impulsó la ley de educación común con claros objetivos políticos. Hasta Patricia Bullrich volvió este domingo a sus orígenes patricios citando la famosa frase del sanjuanino. No está mal, aunque al autor del Facundo jamás se le ocurrió achicar el presupuesto. Imaginen la inversión que implicó traer en el siglo XIX docentes de Estados Unidos.
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La respuesta está ahí, en el debate, porque allí Milei puso en evidencia su batalla cultural, más allá de lo económico. Su interpretación de la historia (en referencia al Terrorismo de Estado) como otros de sus colegas lo hacen con relación a la gesta sanmartiniana, el cambio climático, la igualdad de derechos que propone el feminismo o los derechos laborales del sector del trabajo, es su agenda ideológica. En síntesis, Milei propone volver al siglo XIX, cuando los niños trabajaban, la jornada laborar no tenía límites y las clases populares viajaban en el subsuelo de los buques. Por supuesto, eso no lo va ver en el Canal Encuentro ni en Pakapaka.