Ese 13 de marzo de 2013 por la tarde, una emoción abrazaba a los argentinos. Un compatriota, Jorge Bergoglio, era elegido papa. El arzobispo de Buenos Aires y cardenal primado de la Argentina se convertía en el primer papa latinoamericano de la historia. Sus gestos de sencillez y austeridad llamarían la atención de la prensa mundial, algo que los argentinos, ya conocíamos. Siempre se caracterizó por ser una persona humilde, sobria, paciente, honesta, comprometida con los más vulnerables, dispuesta al diálogo, con sentido común y de mentalidad abierta.
Jorge Bergoglio era buen conocedor de los males ocasionados por la contaminación del cercano Riachuelo a las villas y barriadas postergadas de nuestra ciudad de Buenos Aires. Pronto Francisco aportaría, en mayo del 2015, su segunda encíclica Laudato si' (Alabado seas), la primera de un pontífice dedicada al cuidado del medioambiente y dirigida a cada persona que habita el planeta. Frases como “No somos Dios. La Tierra nos precede y nos ha sido dada" o "La explotación del planeta ya ha superado los límites aceptables" y otras, han sido un llamado de atención a los líderes mundiales respecto de la necesidad de cuidar la creación, que nos ha sido dada para administrar, y el buen cuidado de la “casa común” como parte de nuestra responsabilidad frente al Creador.
Sus frases han sido un llamado de atención a los líderes mundiales respecto de la necesidad de cuidar la creación, que nos ha sido dada para administrar, y el buen cuidado de la “casa común” como parte de nuestra responsabilidad frente al Creador.
Bergoglio había sido propulsor y protagonista del diálogo interreligioso en nuestro país, siguiendo las premisas del Concilio Vaticano II, promoviendo la cultura del encuentro, algo que continuaría proponiendo y consolidando como papa Francisco, primero a través de los “Diálogos Fraternos” expresados en la Declaración de Abu Dhabi en los Emiratos Árabes, sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común (febrero de 2019) y luego a través de su tercera encíclica Fratelli tutti sobre la fraternidad y la amistad social (2020), y que marcaría un hito fundamental en su pontificado en estos 10 años.
En este sentido, es de destacar la importancia para nuestro país la iniciativa de la Mesa del Diálogo Argentino que conformamos los distintos credos y actores de la sociedad civil en los momentos más críticos de la crisis de diciembre de 2001, teniendo al arzobispo Jorge Bergoglio como uno de los líderes convocantes. Fueron más de cien reuniones, con 1.700 protagonistas de los más diversos ámbitos (representantes de la política, la empresa, el trabajo, la educación, la salud, las organizaciones sociales, las confesiones religiosas…).
Se constituyeron las comisiones socio-laboral-productiva, de salud, educación, reforma política y reforma de la justicia. Durante meses se trabajó de manera ardua y comprometida. El resultado final fue el documento “Bases para las reformas: principales consensos, conteniendo propuestas serias y concretas para cada uno de los ámbitos más trascendentes de la vida nacional. Este fue un claro ejemplo de la efectividad puesta en acción de aquella cultura del encuentro.
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Las religiones, más allá de sus diferencias, iban a caminar una senda de intercambios fundamentales junto a otros representantes sociales frente a los problemas más sensibles que afectaban a nuestra nación, los que serían inmensamente valiosos para pacificar el país y para encontrar una senda de recuperación política y social. Buscar el encuentro y la unidad de los argentinos para construir una nación relevante se establecería como objetivo primordial a alcanzar.
Es indudable que la creciente confianza y diálogo actual es un producto de ese diálogo. Es la misma senda hacia una diversidad reconciliada que sin dudas culminará limando cualquier aspereza o reclamo de derechos que todavía pueda existir entre miembros de las distintas religiones, fortaleciendo la coexistencia, la libertad, la igualdad y la amistad mutua para atender los problemas sociales, morales y espirituales que afectan a la sociedad actual.
Como actores sociales podemos estar seguros de que estamos para complementarnos y ser enriquecidos en un trabajo social conjunto. Estamos unidos en el amor de Dios por la defensa de la vida desde la concepción hasta la muerte natural, la protección de la niñez, el fortalecimiento de la familia, el respeto de los derechos humanos, la eliminación de la pobreza, el cuidado del medioambiente, la defensa de los más vulnerables y perseguidos, el desarrollo humano y social integral, el camino de la ética y respeto a todos los derechos del prójimo, la defensa de la justicia y tantos otros temas fundados en los mismos principios y valores que aprendemos de la Biblia, la Palabra de Dios, y que fueron ejemplificados en la vida de nuestro Señor Jesucristo.
Este tiempo de desastres naturales, de desarreglos climáticos, de guerras y amenazas a nivel global, pero también de crisis económica y de desencuentros a nivel local, nos convoca a los representantes de los credos y nos compele casi obligatoriamente a profundizar este diálogo honesto y sincero, de escucha real y verdadero amor hacia el prójimo, en especial hacia aquel que piensa distinto, como expresión de la transformación que el mensaje del Todopoderoso ha hecho en nosotros para bendecir y transformar esta tierra con su amor.