SANTA FE EN LLAMAS

Alberto Fernández en la delgada línea roja de enviar el Ejército a Rosario

Defensa y Seguridad Interior, asuntos separados. La cornisa de la decisión que roza un tabú. Ejemplos regionales y el peligro de alimentar la grieta.

El presidente Alberto Fernández no deja de agigantar la brecha ideológica dentro del Frente de Todos y no solo con off the record malhadados. Su decisión de incrementar las fuerzas federales que buscan contener el fenómeno narco en Rosario, que Letra P viene contando en sus claves y en el proceso que lo precedió, incluyó una apelación al Ejército que levanta una nueva oleada de desconfianza en el cristinismo. Cómo será de áspera la situación, que Patricia Bullrich le concedió al Gobierno el mérito de haber reconocido la gravedad de la emergencia.

El esfuerzo federal, bienvenido aunque no sin tensiones por Omar Perotti, eleva hasta 1.400 el número de efectivos de Gendarmería y de la Policía Federal que se desplegará en el terreno y –lo dicho– involucrará también a miembros del Ejército desarmados en "tareas de urbanización y apertura de calles en barrios populares".

El Comando de Ingenieros del Ejército interviene regularmente y con mérito en tareas de ese orden en diversos lugares de la Argentina, pero no deja de resultar peculiar que ahora vaya a hacerlo en el caliente Gran Rosario.

Preguntas que queman

Al asignar ese tipo de acciones, el Poder Ejecutivo nacional establece en el terreno una presencia que pretende ser disuasiva, al apostar a hombres y mujeres de las Fuerzas Armadas en barriadas donde la actividad del narcotráfico es intensa, algo que sin duda estos observarán. Sin embargo, no vulnera la normativa –las leyes de Defensa y Seguridad Interior– que impiden a las Fuerzas Armadas actuar en asuntos de seguridad doméstica.

Algunas preguntas surgen acuciantes. ¿Qué asegura que esa presencia militar sea, efectivamente, disuasiva? ¿Qué garantiza que esos efectivos no queden en algún momento involucrados en la violencia cotidiana, lo que les impondría el dilema de actual por fuera de la ley o ser conniventes con las mafias? Por otro lado, ¿es buena idea permitir que las Fuerzas Armadas entren en contacto con un poder de enorme capacidad corruptora, algo que surge con claridad al constatarse la impotencia, que es material pero también moral, de las desbordadas fuerzas policiales locales? En ese sentido, ¿la sociedad no asiste a la ruptura de un tabú –un conato de involucramiento de las FF.AA. en un conflicto interior– que también cayó con calamitosos resultados en Colombia, México y Brasil?

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Esos interrogantes angustian más en la medida de que el anuncio oficial no parece responder, por ahora, a un plan detallado, sino, más bien, a la necesidad de responder a hechos de resonancia internacional como la amenaza a Lionel Messi. Es de desear que todo esto no sea simplemente el intento de un inocuo golpe de efecto, un eslabón más en la cadena de defaults con la que el poder político nacional decepciona, gestión tras gestión, a la ciudadanía de Rosario y del resto del país.

De parte del Gobierno, la voz cantante la tendrá Aníbal Fernández, el mismo funcionario que hace apenas un mes se lavaba las manos al afirmar que Santa Fe "es una provincia soberana (sic) que toma decisiones per se" y que él no tiene por qué "hacer ninguna evaluación". ¿Qué podría salir mal?

¿Bendición ideológica?

Si no se quiere ir al extremo de comparar una presencia castrense en principio limitada a la urbanización de barrios populares con la ruinosa militarización del conflicto narco en México y Colombia, conviene mirar a Brasil, donde Fernández podría pretender el hallazgo de una suerte de bendición ideológica.

Durante su segundo mandato, Luiz Inácio Lula da Silva recurrió dos veces al Ejército para “pacificar” las favelas de Río de Janeiro. Fue en 2008 y luego en 2010, apenas un par de meses antes de dejar el gobierno en manos de Dilma Rousseff. Más allá de que el Ejército se comportó como una fuerza de ocupación que, es evidente, quedó lejos de resolver el problema de fondo, las promesas de una intervención acotada –los efectivos no podían, por ejemplo, practicar detenciones– derivó en violaciones gravísimas de los derechos humanos. Por caso, se recuerda la conmoción que provocó el arresto –lo que, se suponía, no debía ocurrir– de tres jóvenes que fueron entregados por los militares a las mafias locales, las que los torturaron y los ejecutaron brutalmente.

De nuevo: Argentina no está por ahora en ese camino, pero cabe preguntarse por la utilidad de apostar a soldados en un territorio tan caliente simplemente para abrir calles y urbanizar barrios, tareas que podrían y deberían ser realizadas por civiles.

Cuestión de precedentes

Realidad mata intenciones: la posibilidad de una participación plena de las FF.AA. contra el narcotráfico quedó plenamente establecida, incluso en sus eventuales requisitos legales, con la decisión presidencial de este martes.

En Juntos por el Cambio, no solo Bullrich salió a empujar esa deriva, sino también la cada vez más radicalizada María Eugenia Vidal. La diputada y Cristian Ritondo ya empezaron a abogar por una reforma de las leyes de Defensa y de Seguridad Interior para habilitar la "guerra contra el narcotráfico". El subtexto de la ofensiva implica nada menos que darle tratamiento rosarino al conurbano bonaerense, donde la problemática no es necesariamente menos difundida que en la ciudad santafesina sino, acaso, menos desembozadamente violenta. No falta casi nada para que los medios y la política "descubran" que hay narcotráfico en varios de los partidos que lo conforman, algo que, además, sería absolutamente funcional a la grieta que todos y todas deploran, pero abonan.

El gobernador Perotti valoró los anuncios del Presidente.
lula lo hizo: alberto fernandez y el espejo de la militarizacion de las favelas

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