Luego de las elecciones del 7 de mayo en Jujuy, el escenario político provincial se modificó abruptamente. No por otro triunfo de la fuerza que conduce el gobernador Gerardo Morales, sino porque su enceguecido triunfalismo –ese que lo llevó a modificar la Constitución a tontas y a locas–, generó un descontento ciudadano que ya no tiene vuelta atrás.
El estado de conmoción social, de movilización popular y de rechazo al creciente proceder represivo del Estado que ya lleva un mes, se sostiene sin claudicaciones. La persistencia del reclamo de "abajo la reforma, arriba los salarios", es proporcional al endurecimiento oficial de las sanciones para los que protestan.
La escalada de violencia oficial ha llegado al extremo de que la Fiscalía de Estado acaba de amenazar a jujeñas y jujeños con el agravamiento de penas y multas millonarias por el sagrado derecho a manifestar públicamente las disidencias. Han llegado al límite de anunciar el embargo de los pobrísimos bienes con que cuentan las comunidades originarias, que se autoabastecen con sus actividades agrícolas y pastoriles casi de subsistencia.
Por más que Gerardo Morales desempolve y agite el fantasma de Milagro Sala –repetido recurso que ya aburre por lo obvio–, por más que señale a activistas políticos, sociales, sindicales y de pueblos originarios como ideólogos y ejecutores de las sostenidas y pacíficas protestas callejeras, su obstinación y fanatismo le impiden ver que quienes pueblan las calles en rechazo a su engañosa reforma provienen de su propio electorado.
Ya no son los integrantes de pueblos originarios ni los trabajadores de distintos sindicatos los que se están expresando. Quien lo está repudiando es la propia clase media, el núcleo duro de sus votantes, decepcionados por el engaño electoral del que se sienten víctimas. Hombres y mujeres a los que se les descubrió el velo que les impidió ver, durante ocho años, los atropellos nacidos de la concentración total del poder del Estado en manos del gobernador jujeño.
Quienes lo conocemos bien sabemos que Morales es obtuso y obcecado, y que no va a dar el brazo a torcer. Quiere mostrarse coherente en su dureza, porque en su psiquis no existe la posibilidad de revisar errores. Así gobernó durante dos períodos. Y así se presenta ante los argentinos para arrimarle votos a su compañero de fórmula presidencial.
Pero los jujeños y jujeñas se hartaron de tanta domesticación moralista, y muy desorientado está el pretendido Emperador si cree que van a cambiar de opinión por los palazos que les propina.
El último turno electoral en Jujuy sumió a Gerardo Morales en una enorme confusión. Confunde la legalidad de las urnas con la ilegitimidad de sus actos. Confunde paz social con aniquilación de las disidencias. Confunde firmeza con manifiesto abuso de poder. Confunde trabajadores en lucha con golpistas. Confunde pueblos originarios con terroristas.
Confunde la consulta a las comunidades ancestrales, como marca la OIT, con hacerles firmar compulsivamente una ficha de adhesión. Confunde diálogo con imposición a palos de sus ideas. Confunde su ceguera del poder con dejar ciegos a manifestantes pacíficos. Confunde autoridad con autoritarismo.
Confunde representatividad con compra de voluntades como práctica habitual. Confunde geografías: da órdenes a ejecutar en Jujuy desde cualquier punto de la Argentina al que lo lleve su campaña eterna. Confunde un proyecto de desarrollo de provincia con los jujeños adentro con sus negocios privados con el litio. Confunde el relato de ser el más republicano con violar sistemáticamente la Constitución Nacional. Confunde democracia con autocracia.
Pero hay algo bueno en toda esta confusión: después de tanta soberbia moralista, el pueblo jujeño dejó de estar obnubilado y decidió ponerle límites a la sinrazón.
La autora es diputada nacional por el Frente de Todos de Jujuy