Creo que hay un error de diagnóstico de por qué los alimentos son caros. Obviamente la inflación tiene mil problemas y uno de los más importantes es el aumento de precios de los alimentos. Aunque otros elementos de la canasta han subido notablemente más, como los rubros textil y calzado, claramente el impacto en las familias del precio de los alimentos es muy fuerte.
Hay varios elementos a considerar, con diferentes interpretaciones. En sí mismo, el precio de los alimentos no es muy elevado si se lo compara con precios de países vecinos. Sin embargo, los salarios son más bajos, tanto comparados con nuestros vecinos como comparados con nosotros mismos hace unos años. Comparado con el pico de diciembre de 2017, los salarios han caído alrededor de 20%. Como lo que en definitiva realmente importa es la capacidad de compra, hay que estar pendientes de esta relación entre salarios y alimentos.
Intentando que esa relación sea razonable, se toman medidas destinadas a bajar el precio de los alimentos, cuando seguramente sería mucho mejor aumentar los salarios. Así, cada familia podría dedicar sus recursos de acuerdo a sus necesidades, y no tenerlos concentrados solamente en alimentos.
Lamentablemente, las medidas que se toman para bajar el precio de los alimentos son infructuosas. Ni los precios cuidados, ni controles o limitaciones de exportación pueden dar resultado, o por lo menos no pueden darlo en el mediano o largo plazo. Al contrario. Son medidas que conducen al desabastecimiento y a reducir la intención y posibilidad de producir. Eso es así ya que si los precios no cubren los costos no hay incentivos para producir, a la vez que tampoco los hay para sembrar o criar ganado, o recoger cosecha ni contratar mano de obra. Esto crea un círculo vicioso: menos producción y menos empleo, que lleva a precios más altos y salarios más bajos. Décadas de estos resultados ante las mismas medidas deberían eximir de más explicaciones.
Para reducir el costo de alimentos sería más eficaz reducir los costos logísticos e impositivos. De acuerdo a cálculos de Fundación FADA, la incidencia de los impuestos en el precio de los alimentos es formidable: 1 de cada 4 pesos son impuestos. El pan se multiplica por 7 en su recorrido desde el campo a la panadería. La leche se triplica. En la carne, más del 60% son costos y 28% son impuestos.
Continuando con la información de la Fundación FADA, la incidencia de los impuestos ha aumentado en el trimestre pasado: de 1,7% desde diciembre de 2021 y llega a 64,9% para el promedio ponderado de cultivos.
Si se desea reducir el impacto del costo de los alimentos, el camino es más producción, nunca menos. Asimismo, es importante reducir parte de la carga impositiva para que el producto llegue al consumidor a menor costo. Brasil y Uruguay implementaron medidas para tener mayor competencia y menos impuestos a los alimentos al producirse el salto en precios por la invasión de Rusia a Ucrania. Recordemos que en enero hubo una fuerte sequía y eso también afectó los precios. Sin embargo, Argentina implementó medidas que afectan exportaciones para volcarlas al mercado interno con la expectativa de que eso reduzca los precios. En la medida en que eso reduzca la producción, difícilmente tendrá éxito. Particularmente, los impuestos adicionales, que son un costo, impedirán reducir precios y son un desincentivo a producir.
Por supuesto, el mismo razonamiento cabría para los salarios que son bajos por muchas razones pero también porque pagan altos impuestos. Si queremos que los precios bajen hay que tener más producción. Si queremos que los productores puedan invertir y los comerciantes vender es importante que el impacto impositivo cambie. Ya lo sabemos pero hay que trabajar para lograr que se haga realidad.
La inflación es muy mala para la economía. No reconocer errores es aún peor.