El informe de resultados de la compañía antes conocida como Facebook y rebautizada como Meta por su dueño, Mark Zuckerberg, produjo dos novedades impactantes en los negocios del sector de las comunicaciones: por primera vez desde su creación, en 2004, la plataforma perdió usuarios diarios activos mundiales (bajó de 1.930 millones del tercer trimestre de 2021 a 1.929 millones en el cuarto) y ello, junto a varios nubarrones en el horizonte, causó un efecto en la valorización bursátil, con una caída del 26% de las acciones de Meta en un solo día (jueves 3 de febrero), lo que representó una merma de 230 mil millones de dólares, el peor desempeño en una misma jornada en la historia de Wall Street.
Aunque los números generales del balance de Meta son positivos (su beneficio neto creció un 43% en 2021 y sus ingresos subieron un 37% el año pasado), el presente y, sobre todo, el futuro no auguran proyecciones optimistas. Los motivos son variados pero se combinan en una situación inédita en la historia de la mayor compañía de redes sociales digitales, protagonista de una etapa del desarrollo de Internet (la Internet 2.0) que empieza a dar muestras de agotamiento.
Las plataformas creadas (Facebook) o compradas (WhatsApp, Instagram) por Zuckerberg son masivas y alcanzan a más del 35% de la población mundial. Su poder y su economía son superiores a los de países y regiones enteras. Hay continentes donde acceder a Facebook es sinónimo de usar Internet (África) y regiones donde el servicio de mensajería WhatsApp es utilizado por más del 80% de la población (América Latina). Su masividad es tal, que el presidente estadounidense, Joe Biden, dijo en julio pasado que “las plataformas como Facebook están matando a la gente” por diseminar campañas de desinformación sobre la efectividad de las vacunas como prevención del coronavirus.
Facebook está acusada de albergar redes conspiranoicas, racistas y golpistas. El ataque al Capitolio de enero de 2021 en Washington fue coordinado, entre otros espacios, en grupos extremistas de derecha en Facebook y, en Myanmar (Birmania), la red de Zuckerberg sirvió para perseguir e instigar una “limpieza étnica” ejecutada por las fuerzas armadas.
El año pasado, el movimiento #StopHateForProfit logró que más de mil primeras marcas dejaran de anunciar en las plataformas de Zuckerberg durante unos meses, lo que no dañó inicialmente sus ingresos, pero sí su reputación, lo que se traduce, a mediano plazo, también en problemas para el modelo de negocios. La estructuración de un gigante económico no está escindida de su prestigio social y de sus relaciones políticas. Esto último se ha deteriorado aceleradamente, como muestran las audiencias que Zuckerberg y otros capos del Silicon Valley soportan en el Congreso de EE.UU.
Los escándalos de filtración de datos personales de millones de usuarios (uno de cuyos casos más conocidos fue el de Cambridge Analytica) y las revelaciones de exempleados como Frances Haugen, quien, como fuente estelar de los Facebook Papers, describió en octubre último a la compañía como una usina de desinformación y de contenido nocivo para adolescentes, son el sedimento del fango que hoy salpica a Meta. “Prioriza sus ganancias por sobre la seguridad de los usuarios”, acusó Haugen no sin cierta candidez.
El trabajo de la Junta de Supervisión creada por Facebook como órgano con autonomía relativa que revisa sus cambiantes y opacas políticas de gestión de contenidos en casos puntuales es, si bien un avance en materia de autorregulación de las plataformas, a todas luces insuficiente frente al cúmulo de problemas suscitados la conducción de la corporación; problemas que incluyen pero desbordan la gestión de contenidos, dado que abarcan también la posición dominante en el mercado publicitario, el diseño de algoritmos que refuerzan la discriminación y el controvertido tratamiento de datos personales y privacidad. De esto último se aprovechó arteramente Apple, que cambió la función de "transparencia" de rastreo y seguimiento implementada en los iPhones a partir de iOS 14 y permitió a los usuarios bloquear su rastreo por parte de las apps (como Facebook o Instagram), lo que, según Dave Wehner, CFO (Chief Financial Officer) de Meta, le costaría a la compañía la friolera de 10.000 millones de dólares porque los datos de los usuarios para vender anuncios de publicidad serán menos precisos y sus targets, más indefinidos.
Facebook (Meta) se defiende aduciendo que se tergiversa la información sobre sus plataformas y que es un chivo expiatorio muy conveniente para que instituciones como la política y los medios tradicionales descarguen sus propias responsabilidades en la diseminación de desinformación y que toma nota de las necesarias mejoras en temas de datos personales y privacidad, mientras nuevas aplicaciones, como TikTok, nacidas al calor de las controversias protagonizadas por las viejas big tech, resultan más atractivas para segmentos específicos de la población.
Tal vez por eso el cambio de marca, de Facebook a Meta, anunciado como operación de cirugía estética a fin de 2021, haya sido promocionado con la aplicación inmersiva de realidad virtual “metaverso”. Puede pensarse en el metaverso de Zuckerberg como un intento de fuga hacia adelante, para despegarse de la calificación tóxica con la que gobiernos, legislaturas y organizaciones de la sociedad civil se refieren a los servicios de la compañía. En rigor, el metaverso es una aspiración a replicar la integración de funciones de contacto interpersonal, trámites, comercio electrónico, información y servicios públicos que en China concentra WeChat.
Hace tan solo cinco años, los mandatarios de Occidente se peleaban por una foto con Zuckerberg. Hoy el panorama ha cambiado. Meta debutó con el pie izquierdo en la bolsa de valores. Está por verse si los cambios anunciados logran suturar las heridas del presente o si el reinado de Facebook quedará como un capítulo remoto de la historia de Internet.