LA QUINTA PATA

FMI y después: una Argentina nueva, ¿una Argentina mejor?

Un guion incompleto. ¿Gasto hacia arriba o hacia abajo? Jubilaciones y flexibilidad laboral. Inflación, dólar y reservas. ¿El país podrá pagar lo que promete?

Primer acto. Es jueves. Varios medios nacionales confunden las bravatas propias del tramo decisivo de cualquier negociación con la chance real de una ruptura, el grueso del mercado financiero compra esa carne de olor fuerte y los activos argentinos se derrumban. Los dólares paralelos –legales– arbitrados en bolsa alcanzan los 234 pesos, el blue marca su tercer récord nominal a 223, la brecha con el oficial se estira al 115% y el riesgo país flirtea con los 2.000 puntos básicos. Mientras, las reservas del Banco Central se reducen en 350 millones de dólares y tocan su menor nivel en cinco años, expresión –entre otras cosas– de un incipiente desarme de depósitos bancarios que urge calmar.

 

Segundo acto. Es viernes. Como debía esperarse en realidad, a la hora de los bifes el Gobierno y el FMI se aproximan y Alberto Fernández y Martín Guzmán anuncian un acuerdo de principios. Los diversos dólares bursátiles en general bajan, el blue se desploma a 213 pesos, el riesgo argentino se estaciona en 1.841, las acciones nacionales que cotizan en Wall Street rebotan entre 7 y 8% y las reservas vuelven a bajar, pero esta vez solo para reflejar el pago que finalmente se le realizó al Fondo. Algunos prefieren perder mucho con tal de mantener sus prejuicios.

 

 

Más allá de su pista políticamente estrecha, el gobernador tiene razón. Repactar con el FMI el pago de los 44.500 millones de dólares que Mauricio nos legó evita el infierno, pero no lleva a ningún paraíso y lo que venga para la Argentina será acechante. Como dijo el propio Guzmán: "Este es el mejor programa que se pudo alcanzar en este contexto".

 

Lo que se lee sin aumento

Según el comunicado de Economía, su titular ponderó que "‘se logró un acuerdo sin políticas de ajuste’ y que el entendimiento permitirá refinanciar la deuda ‘sin socavar las oportunidades de desarrollo de nuestra Nación’ y continuar en la senda de ‘más creación de empleo, más producción, más agregación de valor y más estabilidad’. Además, Guzmán aclaró que ‘se mantendrán todos los derechos de nuestros jubilados y jubiladas’ y que no habrá ‘ninguna reforma laboral’ ni ‘privatización de empresas públicas’".

 

La entretela la mostró el FMI en su propia nota oficial. "El sendero fiscal acordado mejoraría gradual y sustentablemente las finanzas públicas y reduciría el financiamiento monetario (del Banco Central al Tesoro). Es importante destacar que también permitiría aumentar el gasto en infraestructura y ciencia y tecnología, y protegería programas sociales focalizados. Acordamos que una estrategia para reducir los subsidios a la energía de manera progresiva será fundamental para mejorar la composición del gasto público".

 

Más específicamente:

 

  • El déficit fiscal primario, antes del pago de deuda, caerá del 3,1% del producto bruto interno (PBI) del año pasado a 2,5% este año, lo que deja en el olvido el 3,3% del fallido Presupuesto 2022. El camino descendente continuaría con un 1,9% en 2023 –año final del actual mandato– y 0,9% en 2024 –el primero del siguiente–. Cabe consignar que bajar el rojo presupuestario en esas magnitudes no es algo que se haga sin dolor.
  • Así las cosas, 2025 sería el año del ansiado equilibrio fiscal, que se alcanzaría, se supone, sin reducciones del gasto real –esto es, medido contra la inflación–. Tal fecha es más cercana al 2024 que el Fondo había exigido al inicio de la saga que a la de 2027 que proponía entonces Guzmán.
  • En cuanto a la política monetaria, el entendimiento implica que el déficit fiscal remanente sería financiado cada vez en mayor proporción con deuda en pesos y cada vez menos en base a emisión monetaria. El desequilibrio debería desaparecer en 2024.
  • Los años de gracia sin realizar pagos serían cuatro, lo que dejaría para 2026 esa fecha aciaga. Algunos referentes de la oposición que se dan codazos para salir en la foto carné de 2023 ya acusan al panperonismo de dejarles el muerto. Exhiben mala matemática, ya que, de volver al poder, gozarían de dos años de desahogo, lo mismo que Fernández. Además, harían bien de mostrar algo de recato en tanto se trata de deuda que ellos mismos contrajeron o ayudaron a contraer con justificativos, relatos ramplones o, simplemente, silencio.
Una nueva era

En el debate presidencial del 13 de octubre de 2019, Fernández explicó: "No soy un dogmático. Van a ver en mí soluciones ortodoxas y heterodoxas". Bueno, al menos en parte, ya llega la hora de la ortodoxia, algo que provoca arcadas en la izquierda del Frente de Todos.

 

Como explicó el ministro, el Fondo arrió unas cuantas banderas al permitir que crezca el gasto en obra pública y en ciencia y tecnología, pero conviene prestar atención a las entrelíneas. El presupuesto social tendrá un sesgo "focalizado" –targeted– y la intangibilidad de los marcos laborales y previsionales es lo que supo ser. En el primer caso, porque la tan mentada "flexibilización laboral" ya la hizo el mercado en los últimos años de crisis –¿usted conoce mucha gente que consigue empleo en relación de dependencia o, más bien, la ve haciendo facturas en la página de la AFIP?–. En el segundo, porque la reforma previsional ya está hecha: aunque más benigna que la fórmula de movilidad macrista, la del actual gobierno ata los aumentos jubilatorios a una fórmula que es, mitad y mitad, inflación y recaudación pasadas. Así, mientras la primera siga en alza, los haberes de la clase pasiva caminarán con andador y por detrás. Hasta surge la tentación de hacer una apuesta: ¿se sostendría ese esquema si, el día en que las vacas vuelen, en la Argentina bajara la inflación o se volvería a hablar de una reforma?

 

Lo que se lee con lentes gruesos

Lo que no se ve a simple vista es lo que falta, que es mucho. El acuerdo establece el reembolso a la Argentina de los pagos de capital realizados hasta el momento, pero el cronograma no está definido y su efectivización le demandará al Gobierno una buena conducta que se evaluará en revisiones trimestrales.

 

Esas visitas seguirán en detalle qué se hará para actualizar las tarifas, para lo cual el mecanismo aún no está resuelto. Asimismo, cómo se hará para bajar la inflación año a año. No menor, cuál será la trayectoria del dólar oficial, cómo se irá relajando el cepo y, en el camino, cómo se reducirá una brecha hoy dramática entre aquel y los dólares paralelos.

 

Asimismo, si bien los reembolsos del capital ya pagado –que tendrán algún excedente– mejorarán la caja semivacía del Banco Central, el objetivo de juntar este año 5.000 millones de dólares gracias al superávit comercial luce desafiante. Por un lado, porque el saldo favorable sería apenas algo más de la mitad de los 14.000 millones del atípico año pasado. Jugará a favor la ausencia de pagos de deuda pública, pero la meta es ambiciosa.

 

Lo que menos se otea aún es el mediano plazo… y tal vez no verlo sea un mecanismo de defensa. Como se recordará, la reestructuración de la deuda en manos de tenedores privados, cerrada en 2020 por Guzmán, logró un alivio enorme de los pagos hasta 2025, pero un crescendo de obligaciones a partir de entonces. Solo ese año se prevén amortizaciones por unos 7.500 millones de dólares.

 

En tanto, el acuerdo nuevo con el Fondo implicaría comenzar a pagar en 2026 los conocidos 44.500 millones en 12 cuotas semestrales, lo que arrojaría la bonita suma de 3.700 millones cada una.

 

Todo eso junto parece imposible.

 

La otra alternativa es ceñirse a algo que es sabido y que Guzmán ha dicho varias veces: las deudas no se pagan, se refinancian. En tal caso, hacia 2025, Argentina debería mejorar radicalmente su ponderación por parte de las agencias calificadoras y, en general del mercado, lo que le permitiría tomar deuda nueva a tasas razonables para ir cancelando la que vence. El problema es que el país está todavía a años luz de eso: los 1.841 puntos básicos a los que finalizó el riesgo país el viernes son hoy la medida del décimo default que los analistas ya proyectan.

 

El mercado, se sabe, es voraz, y para reducir el riesgo nacional a, digamos, 500 puntos básicos demandaría dolorosas pruebas de amor. Para peor, la Reserva Federal se dispone desde marzo a recoger el barrilete de su munificencia monetaria y las tasas de interés internacionales comienzan ya a subir en base a esa expectativa. El mundo podría ser pronto un lugar bastante más hostil.

 

Como dijo Kicillof, el país evitó caerse a un abismo profundo y ganar tiempo. No es poco… o no es demasiado, según como se mire. Mientras, lo que queda pendiente es iniciar en serio un camino de normalización macro, de crecimiento económico y de desarrollo social.

 

Nuestra patria no merece la condena de vivir eternamente en un jardín de recuerdos.

 

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