Letra P no debería publicar esta nota. En rigor, el autor de esta nota no debería escribir esta nota, porque el autor de esta nota conduce la redacción de un medio que cuenta y explica, fundamentalmente, la disputa por el poder. Por tanto, en esta coyuntura, en la que el poder se disputa abiertamente en la cancha de la campaña electoral, ese medio debe contar la campaña y producir contenidos periodísticos atractivos para las audiencias interesadas en la política y, como objetivo superior, conseguir que otras audiencias se sientan atraídas por esta materia.
El problema es que la campaña es un mamarracho, pero el autor de esta nota no debería escribir semejante cosa porque sería ametrallarse los pies, una práctica tan del actual gobierno que este portal ha señalado una y otra vez como de enorme poder autodestructivo.
O sea, si el Gobierno hace campaña con la etérea promesa de “salir a la vida que queremos”, que incluye la costumbre tan peronista de garchar, y encima la palabra garchar todavía escandaliza como para convertirse en hit…
Si en un país que se desangra el presidenciable Horacio Rodríguez Larreta y la jefadegobiernoporteñeable María Eugenia Vidal hacen campaña divirtiéndose como locos mientras instagramean a ver quién sabe más sobre las series favoritas del otro…
Si en ese mismo país Diego Santilli pintarrajea una camioneta para hacer campaña invitando al electorado a subirse a la Santileta con el mencionado presidenciable de copiloto y encima la chata lo deja a gamba porque está floja de todo y tiene que llamar a la grúa para rescatarla…
Si el jefe de Gabinete bonaerense, Carlos Bianco, suerte de alter ego de Axel Kicillof, se prende en la joda, se hace el banana en Twitter y arrastra al barro de la Fiesta Nacional del Meme al gobernador, que, por sobriedad militante, venía ganando puntos como candidato al derecho a tirar la primera piedra…
Si, para hacerse el nac&pop, mostrar que algo de zurdo tiene –aunque solo sea la pierna hábil– y lavar un poco sus culpas por dar el paso de la mano del centroderecha, Facundo Manes, que nació de un repollo con el verso gastado de la renovación de la política bajo el brazo, se juega un (falso) picado con camisa pulóver y zapatos en una canchita de su Quilmes natal a pesar de que ya hace rato que es más porteño que Ruckauf, Scioli, Vidal, Kicillof y Santilli, las últimas grandes estrellas bonaerenses del borocotismo jurisdiccional (NdR para audiencias sub40: en 2005, el médico mediático Eduardo Lorenzo Borocotó fue elegido diputado por la entonces Alianza Propuesta Republicana –PRO–, pero, no bien asumió, por obra de la capacidad de seducción del hoy presidente Alberto Fernández, armó un bloque propio y se pegó al kirchnerismo naciente, lo que lo convirtió en ícono del travestismo político)…
Si Florencio Randazzo, que se presenta como la esperanza de una tercera vía que diluya la grieta y bla bla, hace campaña con su mamá puteadora, sus hermanos Macana, el perro y la tortuga…
Si Sergio Berni, ya definitivamente en fase 4 de su delirio de Chuck Norris, le responde al primer actor chivilcoyano con otra madre puteadora en un corto capusotteano que termina con el sheriff rodeado de falopa para cuestionar la ligereza de la Vidal orgullosamente palermitana…
En definitiva, si pasa todo esto que pasa, el autor de esta nota debería hacerse el boludo, como enseñó el apóstol Felipe, y no escribirlo –tampoco es que descubriría la cuadratura del poroto, además–, y menos que menos debería caer en la tentación de escribir que la única salida es Ezeiza y toda esa basura mileiana, pero la verdad la verdad…