Colombia: más allá de los acontecimientos

El hastío está hoy en las calles colombianas. En las protestas se encuentra un amplio y heterogéneo abanico de sectores populares.

Colombia se mueve y no solo en las calles. El país cafetero está ante un momento histórico que emerge más como resultado de un largo proceso de cambios que de una ruptura abrupta. Detrás de la violenta represión policial se esconde la desesperación de un sector de las elites temerosas de perder sus privilegios y que apela a lo que siempre ha sabido hacer para frenar toda posibilidad de cambio. El escenario está abierto.

 

Colombia ya no es más el país que fue o, al menos, el que algunos creían ver. La larga “continuidad democrática” aunada al conflicto armado más longevo de occidente y la persistente ausencia de gobiernos populares fueron utilizadas muchas veces como latiguillos de un relato que señalaba la supuesta excepcionalidad y continuidad colombiana en un siempre combustible y nunca calmo escenario regional. 

 

Sin embargo, Colombia no es una isla ni un páramo anclado en el tiempo sino un territorio que con sus especificidades transita una realidad latinoamericana compartida y en cuyo presente de movilizaciones y represiones se encuentran un pasado denso con un futuro abierto de posibilidades para los sectores populares. 

 

Volviendo la vista atrás, tres temporalidades históricas convergen hoy en este polvorín colombiano: primero, los acontecimientos marcados por una serie de reformas antipopulares promovidas por el gobierno de Iván Duque en medio de la pandemia, el rechazo de un amplio sector de la sociedad y el inicio de una violenta represión policial, primero como recurso y después como estrategia política dirigida a recuperar una desencantada base electoral; segundo, la coyuntura, caracterizada por el retroceso político de ese uribismo que supo ser hegemónico -ganando 4 de las últimas 5 elecciones presidenciales- y que retrocede en las calles, en las urnas y en algunas cortes de justicia desde el inicio del gobierno de Duque; y finalmente, la larga duración, de un país por fin agotado de un modelo excluyente mantenido a sangre y fuego a través de una compleja alianza de fuerzas estatales y paraestatales que desde principios de los ´90 se ha perpetuado a través del programa neoliberal. Las elites colombianas no han sido constructoras de nación ni de un espacio político común donde tramitar los conflictos, por lo menos hasta el Acuerdo del Paz con las FARC puesto en suspenso por el gobierno de Duque.

 

Este hastío está hoy en las calles y empujándolo se encuentra un amplio y heterogéneo abanico de sectores populares compuesto por trabajadores, estudiantes, movimientos juveniles y feministas, campesinos e indígenas cuya movilización social ha ido en aumento y que constituye la base de sustentación de las posibilidades ciertas de triunfo de los sectores alternativos en las elecciones legislativas y presidenciales previstas para el próximo año. 

 

Para eso la acumulación política deberá empardar a la movilización popular, tender puentes más directos con esta, resolver la fragmentación, disolver las disputas estériles y dialogar con sectores tradicionales y del establishment todavía temerosos de una apuesta semejante. Reto para nada sencillo en un contexto en el que también tendrá que defender la institucionalidad democrática ante los intentos de sectores del uribismo de ponerla en suspenso. 

 

Gustavo Petro es quien parece disponer de mayores posibilidades de liderar este desafío. Es quien logró conducir por primera vez al progresismo a la segunda vuelta en las elecciones presidenciales en 2018, lidera actualmente las encuestas y cuenta con una experiencia de gobierno transformadora en Bogotá. 

 

No obstante, la persistente disputa con las fuerzas agrupadas en torno a la Coalición de la Esperanza -que incluye a Sergio Fajardo y otros dirigentes centristas- amenaza con reeditar lo sucedido 4 años atrás cuando la división y el llamado a votar en blanco en el ballotage por parte de muchos de los dirigentes de este sector favoreció el triunfo de Duque. La consciencia sobre lo acontecido está pero postergar el acuerdo para una eventual segunda vuelta electoral puede ser demasiado tarde. La paz y el fin de las violencias aparecen como un eje fundamental en esa búsqueda de unidad. 

 

Hoy todas las alternativas políticas están sobre la mesa en Colombia. Desde el triunfo de las fuerzas progresistas reunidas en el Pacto Histórico de Petro hasta un quiebre democrático propiciado por los sectores más reaccionarios de la coalición de gobierno a través de la figura del “estado de conmoción interior”.

 

Frente a ello, la observación y visibilización regional e internacional es de suma importancia. El gobierno argentino del Frente de Todos así lo entendió, manifestándose a través de numerosas expresiones públicas y enviando una delegación legislativa a Colombia a medidos de mayo con el objetivo de interiorizarse acerca de la situación y mantener encuentros con los distintos actores políticos y sociales, la cual constató la gravedad de los hechos de violencia estatal y la magnitud histórica de los acontecimientos.

 

Como decía el colorado Abelardo Ramos, la región encierra nuestros dramas pero también nuestras posibilidades de triunfo. No da igual lo que sucede en otras latitudes porque la paz de Colombia sigue siendo la paz de América Latina. 
 

 

Javier Milei y Victoria Villarruel, junto a senadores.
Patricia Bullrich, ministra de Seguridad.

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