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Con altas y bajas, los 90 días de aislamiento social y obligatorio mostraron una de las mejores caras de la política argentina; el trabajo conjunto de todo el arco político posibilitó ordenar una cuarentena que a priori se vio efectiva permitiendo reforzar el sistema sanitario de cada distrito y achatar la famosa curva de contagios.
Se cuentan por decenas las fotos de Alberto Fernández con Horacio Rodríguez Larreta, ministros nacionales o provinciales con intendentes macristas o reuniones de legisladores opositores con Sergio Massa. Sin embargo, hace seis meses, cuando el incontrastable resultado electoral reconfiguró el mapa político de la Argentina, pocos imaginaron un tono tan cordial del nuevo mandato kirchnerista en nuestro pais.
El coronavirus puso a la política en pausa y obligó a los funcionarios a adoptar un tono moderado y la cooperación como premisa. Sin embargo, rápido de reflejos, el Presidente no perdió tiempo en elegir con quién confrontar y buscó dividir una oposición que hasta ahora se mantiene como una argamasa capaz de solidificarse en el tiempo.
El “ala dialoguista”, “la que no escribe en Twitter”, “los que tienen responsabilidad de gestión” fueron algunos de los elogios del gobierno nacional hacia intendentes como Néstor Grindetti (Lanús), Jorge Macri (Vicente López), Diego Valenzuela (Tres de Febrero), entre otros. La buena sintonía de los jefes comunales con la Casa Rosada cayó con fuerza de piano de cola en el kirchnerismo local que vio pasar fotos, convenios y reuniones a sus espaldas.
“Hoy parece que Valenzuela es más albertista que Debandi”, dice un concejal de Tres de Febrero sorprendido por el nivel de diálogo del intendente local con el nuevo gobierno nacional.
La buena sintonía y el trabajo conjunto de la política en todas sus esferas no impide que quienes tomen la posta de los reclamos sean las organizaciones sociales de base, los dirigentes sociales se han puesto en línea para demostrar ser el ala dura contra el ala dialoguista.
En las últimas semanas, los dirigentes que representan a organizaciones tales como Barrios de Pie, MTE o Movimiento Evita han organizado ollas populares, cortes de calle y movilizaciones; en todos los casos coinciden los reclamos y las consignas y se despliegan en línea recta atravesando, casi con exclusividad, los municipios gobernados por los intendentes PRO.
Es cierto que las organizaciones sociales tienen vida propia y es difícil encausarlas debajo del organigrama; hace días hemos visto al propio Daniel Menéndez, subsecretario de Desarrollo Social nacional y referente de Barrios de Pie, criticar con fiereza el cierre del barrio Villa Azul, en Quilmes, considerando la medida “como la creación de guetos de pobres”.
Sin embargo, la relación estrecha entre las organizaciones sociales de base y dirigentes kirchneristas de cada municipio hace pensar a los jefes comunales que se trata de una iniciativa K encubierta con la intención de politizar la asistencia social.