Capitalismo digital: una sociedad con más pantallas que personas

¿La manera en que pensamos el mundo es la misma desde el advenimiento de internet? En su libro Generación post alfa, el filósofo italiano Franco “Bifo” Berardi sostiene que estamos ante una mutación psíquica y lingüística causada por las tecnologías digitales. Esto implica un cambio antropológico a nivel generacional, pasando de una tradición alfabética y secuencial, a una tecnológica y simultánea. Existen ciertas mutaciones en la era digital en relación al mundo analógico y algunas consecuencias salientes para ciudadanos e instituciones políticas.

 

Berardi denomina a esta etapa como “semiocapitalismo”, en tanto un modo de producción en el cual la acumulación de capital se hace esencialmente por medio de una producción y acumulación de signos: bienes inmateriales que actúan sobre la mente colectiva, sobre la atención, la imaginación y el psiquismo social. El autor apunta y tira contra el optimismo geek: el lenguaje se vuelve cada vez más frágil y hueco dice, porque las nuevas generaciones aprenden ahora más palabras de una máquina que de sus padres, y esto provoca una “deshumanización” cuya consecuencia es un mundo emocionalmente aséptico.

 

No vemos “la realidad”, vemos nuestra idea sobre ella: un pensamiento que se sustenta en las bases de marcos conceptuales/interpretativos colectivos anclados en fuertes argumentaciones sociales. Acuerdos bajo los cuales construimos el sentido. Ese sentido se encuentra puesto en jaque por la inmediatez y simultaneidad del mundo digital.

 

La lucha por el sentido desata su batalla sobre la instalación de modelos de creencias y convierte a la acumulación de datos en la riqueza del tejido digital. Con las tecnologías de la información, los volúmenes de datos recolectados se masificaron exponencialmente. Internet atraviesa todas las clases de la pirámide social. Su penetración es tal que modificó la percepción del hombre, generando un modo diferente de relación con su entorno. Una gran parte de la vida y la cultura se subsumen en el ciberespacio, un lugar donde prima lo instantáneo.

 

Los seres humanos vemos mediada nuestra relación directa con el mundo a través del lenguaje, por eso quizás la consecuencia más relevante de la digitalización es la incapacidad de distinguir entre verdadero y falso.

 

Las Fakenews son un claro ejemplo del ataque a nuestra capacidad de discernimiento. Noticias inventadas que se presentan como información legítima y se viralizan en las burbujas de opinión que anidan en las redes. Actúan como plagas digitales y tienen un alto costo social y político, porque el sistema democrático se basa en una sociedad informada. En efecto, la utilización del big data por parte del sector publicitario se opone al sentimiento de autonomía y libertad que experimentamos cuando pasamos del mundo analógico en el que nacimos, al mundo digital de nuestros contemporáneos los centennials, devenidos en nativos digitales.

 

CAPITALISMO DIGITAL. El capitalismo fue visto por sus defensores como el motor del crecimiento económico sostenido, y el mejor camino hacia el progreso científico-tecnológico. Lo cierto es que, finalizando las dos primeras décadas del siglo XXI, cuestiones como el desempleo y subempleo, la pobreza y marginalidad, entran en la agenda pública con la fuerza de lo que cae por su propio peso.

 

Evolución histórica de las cinco mayores empresas según su capitalización de mercado.

 

 

Las nuevas tecnologías (¿cuándo dejaremos de llamarlas nuevas?) parecen materializar un estadío superior del capitalismo, de la mano de la 4ta revolución industrial. Internet ha cambiado las reglas del mercado, según explica el periodista Chris Anderson; y sobrevuela las soberanías nacionales para configurar al mundo como el hábitat de los monopolios transnacionales, con una de sus capitales en Silicon Valley. En efecto, esta versión del capitalismo parece ser la más desigual de la historia, un puñado de competidores lidera los servicios digitales y se encuentra en el top ten de las compañías más ricas del mundo.

 

¿Estamos ante cleptocracias digitales?, se pregunta el nuevo documental de Netflix Nada es privado. Nuestros rastros digitales son explotados por una industria de 1000 millones de dólares anuales. Entregamos nuestras interacciones, ubicaciones, números de tarjetas de crédito y débito, búsquedas, links, -todo ligado a nuestras verdaderas identidades-, para acceder a los servicios de “los dueños de Internet” (nombre acuñado por Natalia Zuazo en su libro homónimo). Lo hacemos sin detenernos a pensar que el mal uso de nuestros datos e información puede afectar la vida de las futuras generaciones, y que las aplicaciones que nos facilitan la vida también podrían arruinar nuestras democracias. Es ilustrativo el caso de Cambridge Analítica, empresa de data mining acusada de utilizar ilegalmente datos de Facebook para asesorar en la comunicación electoral de Trump en 2016 y del Leave.it en Gran Bretaña. Efectivamente, la legislación sobre campañas electorales está atrasada respecto del uso de Facebook o Whatsapp para (¿des?)informar sobre nuestras opciones políticas.

 

En vistas de que el fin del capitalismo no se avizora (muchas páginas se han escrito respecto de su capacidad de adaptación y mutación), los Estados deben trabajar conjuntamente para achicar la brecha que produce este sistema, brecha que ahora también es digital, principalmente por la aplicación de la inteligencia artificial a la producción y análisis de datos. En este sentido, cada vez se acrecienta más la diferencia entre los países con acceso a las nuevas tecnologías y los que tienen aún un acceso limitado, como la Argentina.

 

ESTÚPIDA Y SENSUAL INTERNET. Lo que sucede en internet es ágil y cambiante, casi impredecible. Con la rebeldía que caracteriza a dueños que no fueron elegidos democráticamente pero que nos gobiernan y que pueden darse el lujo de no dar explicaciones. El problema que cargamos en este sentido es el tiempo que nos demoró salir del optimismo geek; de pensar: “Guau, internet es homogeneizar la palabra y la información al alcance de todxs” a “es Trump, el brexit y Bolsonaro”. Nos convencimos por un momento de que la tecnología es siempre positiva y que no puede producir conflictos o contradicciones.

 

Cuando ciertos Estados quisieron usar la carta de la soberanía, como los países de la región en 2013, se encontraron con que internet lograba vulnerar esta lógica. En ese año se especulaba que los once países que integran la UNASUR se iniciarían en el proceso de la independencia digital de los Estados Unidos a través de la interconexión en Internet, mediante un anillo cibernético que tendría a Brasil como el servidor principal de esa nueva red continental. El mismo pretendía ser “inviolable” a los ojos y oídos de espías. Pero frente a la audacia de internet, el dictado de las leyes que regulen su ejercicio quedó atrasado en tanto responde a procesos mucho más lentos.

 

¿QUÉ HACEN LOS ESTADOS EN INTERNET? Estamos dando soluciones locales a problemas globales. La implementación de leyes nacionales choca con la desterritorialización de internet. El Estado tarda pero llega, y es mejor lo imperfectamente real que lo idílicamente inexistente. La unidad de los Estados bajo el ala de organismos internacionales, exigiendo explicación, la rendición de cuentas y hasta la evaluación externa de la autorregulación de las empresas junto con la colaboración de la ciudadanía, es la respuesta que se nos ocurre.

 

Incidir en la autorregulación implica: ser parte del proceso que va desde la creación de empresas de internet hasta revisar la forma en la que se desarrollan, y que esta no viole las normas internacionalmente trazadas por los Estados, o incluso modificar el modo en el que la nueva tecnología se está desarrollando. De esta manera, se evita no sólo la abultada inversión gubernamental que implica un área especializada, sino el acortamiento del delay que existe entre la intervención, la puesta en funcionamiento y las limitaciones de sus consecuencias negativas. Por este motivo, los estados deben aunar esfuerzos con sus pares para controlar y verificar que la autorregulación se lleve a delante, y monitorear dichos procesos.

 

Los Estados deben pedir explicaciones a las compañías de internet, y proteger el derecho a la privacidad de sus ciudadanos respecto de la información personal que circula. Las mismas deben rendir cuentas de qué hacen con los datos, a fin de esclarecer el modo en que intervienen en el sistema democrático. Además, se debe legislar tanto para regular las expresiones de violencia en internet, la proliferación de noticias falsas o el “derecho al olvido” por parte de los usuarios.

 

INTERNET: UNA NUEVA EXPRESIÓN DE LA ECONOMÍA GLOBAL. Las instituciones democráticas hace tiempo que están en crisis, y tenemos la responsabilidad histórica de crear y habitar nuevos escenarios, y pensar qué herramientas institucionales les vamos a legar para lidiar con ello.

 

Los seres humanos tenemos la capacidad de crear relatos, difundirlos y convencer a miles de personas para que crean en las mismas realidades, y estas decantarse en leyes que formalicen nuestras decisiones. Mientras estas nuevas reglas no dañen el pluralismo democrático, todo está por hacerse.

 

 


Agilizar el accionar estatal es mejorar la democracia, reivindicándola como el sistema político que regula al capitalismo y protege a sus ciudadanos. Habilitar la posibilidad de actualizar y optimizar las mediciones sociales simultáneamente a gran escala (recordemos las críticas a las analógicas metodologías de recolección y análisis de datos) da vida a un procedimiento que podría significar avances en, -por ejemplo-, medicina y prestación de servicios. Basta el incipiente funcionar de las ciudades inteligentes como ejemplo.

 

Sabemos que hay aspectos favorables en la digitalización, como el funcionamiento de gobiernos abiertos, smartscities, o los beneficios en administración pública tales como el ordenamiento del tráfico en grandes porciones del territorio en tiempo real. También es verdad que es sólo una variable en el gran entramado político-social. Pero es tiempo también de repensar los aspectos negativos y la alarma que se encendió cuando los datos superaron al petróleo en valor.

 

Si entendemos que en este nuevo capitalismo los datos personales son bienes privados y sus dueños no deberían ser las empresas -que median nuestras interacciones a través de sus plataformas- sino los individuos que las producen, es entonces cuando comprendemos lo inminente de este llamado a la acción: debemos tener el derecho a saber qué se hace con eso y la opción de salirnos si lo deseamos.

 

Las contradicciones también son parte de las interpretaciones y si toda idea es hija de una época ¿Acaso internet configura una nueva expresión de la economía global? No nos preocupa ser deterministas si sembramos una duda en el lector. Los seres humanos tenemos la capacidad de crear relatos, difundirlos y convencer a miles de personas para que crean en las mismas realidades, y estas decantarse en leyes que formalicen nuestras decisiones. Mientras estas nuevas reglas no dañen el pluralismo democrático, todo está por hacerse.

 

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