La batalla por llamar golpes de Estado a los golpes de Estado

Ponerle nombre a las cosas forma parte de una lucha: la batalla por la nominación. La batalla por el nombre es consecuencia de la hegemonía política. Quien le pone el nombre a las cosas es quién tiene el poder y la legitimidad para hacerlo. Y quienes aceptan el nombre impuesto legitiman dicha autoridad.

 

Hemos leído hasta en los sobrecitos de azúcar aquello que se le adjudica a Nietzsche: “los hechos no cambian, lo que cambian son las interpretaciones”. Pues bien, la batalla por los nombres es la batalla por las interpretaciones. Y esta es una batalla centralmente política.

 

En esta última semana se ha iniciado un debate acerca de cómo nominar lo que paso en Bolivia. Juristas y politólogos buscan en diccionarios, manuales y códigos definiciones estáticas y casi esencialistas de lo que es un golpe de Estado. Pese a que estoy de acuerdo con quienes lo consideran un golpe de estado y en desacuerdo con quienes quieren ponerle todos tipo de peros y condicionalidades para atenuarlo o cuestionar la legitimidad de Evo Morales, la batalla por el nombre es esencialmente relacional y contextual.

 

En esta nota, y en base a un hilo que publique en Twitter hace unos días, exhibiremos a través de las tapas de los diarios como se reprodujo un nombre para identificar los sucesos que terminaron con el derrocamiento de Perón en septiembre de 1955.

 

Hoy, casi 65 años después, nadie duda de que se trató de un golpe de estado. Sin embargo, que hoy sea identificado de esa manera está íntimamente relacionado con los contextos históricos, políticos y culturales.

 

Autodenominada por sus hacedores como “Revolución Libertadora”, bajo se ala se construyó un discurso clasista, racista y “civilizador”, como lo explica muy bien Alejandro Grimson en su último y esencial libro “Que es el peronismo”.

 

En ese contexto cultural, construido por el antiperonismo nacido al mismo tiempo que el peronismo, los medios de comunicación fueron aliados esenciales en la construcción de un relato hegemónico y en la reproducción y difusión de la idea de llamar lo que hoy consideramos el golpe de estado de 1955 como “Revolución Libertadora”

 

Hagamos un recorrido por el tiempo. En 1956 la tapa de Clarín exhibe una foto de la celebración de “la ciudadanía en la Plaza de Mayo”, bajo el título “Jubilosas manifestaciones exteriorizaron su adhesión a la Gesta Libertadora”. Conceptos como jubilo y gesta libertadora unido al de ciudadanía construyen el sentido de fiesta y celebración de la libertad, como había sido titulada un año antes la jura del golpista Lonardi. 

 

 

Durante los dos años siguientes, bajo la Presidencia militar de Pedro Eugenio Aramburu el aniversario no solo se celebraba, sino que era imprescindible ponerlo en la tapa.

 

 

 

 

Lo que hoy nos parece sorprendente es que durante el gobierno de Frondizi, que recordemos que fue elegido con el peronismo proscripto, pero que formaba parte de un partido con una fuerte tradición democrática, las celebraciones no solo continuaran, sino que de las mismas participó el Presidente de la Nación junto a autoridades militares y eclesiásticas. Hoy no sería posible que ningún Presidente Constitucional celebre un golpe de Estado. Como se puede ver, en 1962 Frondizi participó de la misma junto a la esposa del ya fallecido líder golpista. Indudablemente la legitimidad política del golpe, considerado como una revolución y una gesta por la libertad, era muy amplia en sectores de la sociedad, especialmente los de mayor poder. Clarín no solo reflejaba ello, sino que se encargaba de reproducirlo (No está de más aclarar que, a diferencia de lo que pasa hoy, que se identifican como como prensa independiente, el diario había hecho explícito y así se lo había comunicado a sus lectores, su apoyo a la candidatura opositora a Perón en 1946 y el apoyo a los líderes golpistas en 1955. Una marca de época es que los diarios exhibían sus posiciones políticas lo que no solo no era mal visto, sino que hacía menos opaco el contrato con el lector)

 

 

 

 

 

 

 

Continuando con el raid histórico, y ya durante el interregno de Guido, un dirigente político que gobernó bajo la tutela de los militares, la celebración bajo el nombre de Revolución Libertadora continuó y como afirma el título no se redujo a honrar a las fuerzas armadas sino a los grupos civiles que participaron de la misma.

 

Durante el gobierno constitucional de Illia, perteneciente a la Unión Cívica Radical del Pueblo, elegido en elecciones en las que el peronismo continuaba proscripto, no solo nos encontramos con celebraciones al golpe de 1955, sino que del mismo participan autoridades del gobierno. Tanto en 1964, como en 1965, la conmemoración oficial estuvo a cargo del Ministro de Defensa de entonces, el radical lencinista Leopoldo Suarez. En sus palabras no quedan dudas del carácter celebratorio del golpe que aún no se llamaba golpe: “El 16 de septiembre de 1955 cayo un Régimen que negaba las mejores tradiciones argentinas (…) Es el país todo el que condenó a un sistema que ya ha sido juzgado por el pueblo y por la historia”. Una década después la legitimidad de la Revolución Libertadora incluía no solo a sectores civiles y militares antiperonistas, sino también a la dirigencia política no peronista perteneciente a la UCR, un partido con credenciales democráticas. El décimo aniversario contó además con la presencia del célebre Almirante Isaac F. Rojas en un acto celebrado en el Luna Park.

 

Las celebraciones con gobiernos militares o con presidentes constitucionales (no me animo a llamarlos democráticos no porque no los considere democráticos sino por la ilegitimidad de origen al ser electos en elecciones tuteladas y con proscripciones) ponen de manifiesto que estamos frente a actores políticos y mediáticos que no lo consideran un golpe, pero que dicha definición goza de legitimidad social. Es decir que estamos ante una parte importante de la sociedad que apoyaba o al menos aceptaba que el golpe no sea considerado golpe.

 

 

                                                           

 

 

A partir de 1966 y hasta 1971, durante la autodenominada Revolución Argentina las conmemoraciones continuaron y también merecieron la tapa del diario Clarín, obviamente sin ser considerado un golpe de Estado.

 

 

 

 

 

 

 

A partir de 1972 las conmemoraciones continuaron, pero indudablemente, ante la vuelta de Perón y posteriormente su triunfo en 1973, no consideraron adecuado difundir dichas celebraciones en la tapa del diario. Tendremos que esperar a 1980 cuando, en conmemoración del 25° aniversario del golpe de 1955, el tema vuelve a ser tapa del diario. Un cuarto de siglo parece que no había sido suficiente para que se modificara su denominación: seguía siendo Revolución Libertadora, un hecho político que estaba siendo resignificado por las Fuerzas Armadas para resaltar la inviabilidad del peronismo luego de la “experiencia traumática de 1973/6” que había las “obligado” a tomar el poder.

 

 

 

 

El recorrido histórico que hemos propuesto exhibe algunas cosas para resaltar. Así como iniciamos esta nota afirmando que las luchas por la nominación son parte de las batallas políticas, encontramos que, durante al menos 25 años, en la tapa de los diarios se reflejaba el éxito de un sector importante de la sociedad, en la que se agrupaban sectores políticos, militares, eclesiásticos, mediáticos y de la sociedad civil, que habían logrado imponer su propia definición para nombrar los hechos históricos de septiembre de 1955 que derrocaron a Perón. Había sido una Revolución Libertadora.

 

La confrontación por el nombre tomó un nuevo camino a partir de 1983. La restauración democrática significó no solo un cambio institucional, sino que abrió la puerta a cambios culturales mucho más profundos. El alfonsinismo fue uno de los actores centrales de la construcción de un consenso democrático amplio que incluyó a todas las fuerzas políticas y sociales, junto a quienes pudieron sobreponerse a las últimas intentonas golpistas de finales de la década del 80. Como afirman Acha y Quiroga en su libro El hecho maldito, la historiografía “normalizó” al peronismo, le quitó sus rasgos rupturistas y lo insertó en la línea de la ampliación de derechos políticos y sociales. A la luz de la primavera democrática de inicios de los ochenta la Revolución Libertadora se transformó en uno de los golpes de Estado que eran identificados como retrocesos democráticos. Debieron pasar casi treinta años para que, domesticado historiográficamente el peronismo, al golpe de 1955 se lo llamara golpe de 1955. El consenso democrático post 83 y la legitimidad social del mismo lograron lo que nadie había conseguido.

 

Por eso es importante hoy, a la luz de los hechos que están sucediendo en Bolivia, resaltar que los debates acerca del nombre es centralmente una batalla política por la hegemonía. Y que esa batalla se de en el campo político argentino no solo habla de lo que pasa en Bolivia, sino que habla del conflicto entre los actores políticos frente al consenso democrático de 1983. Los debates que se dieron en el Congreso exhiben que dicho consenso vuelve a mostrar algunos resquebrajamientos. Las vueltas semióticas y jurídicas escondidas en la simplicidad del “pero Evo…” nos muestran que el antiperonismo reconstruido bajo el nombre de antikirchnerismo vuelve a poner en cuestionamiento los consensos democráticos construidos en los 80 para resignificarlos de manera restauradora, quizás un poco obsesionados por quitarle valor democrático a las gestiones de los gobiernos kirchneristas y resaltar el supuesto institucionalismo de la gestión de Cambiemos. En ese sentido puede leerse el artículo que hace unos días publicó en Infobae, el ex titular de la SIDE menemista Juan B. Yofre, con el provocador título de “16 de septiembre de 1955: una violenta Revolución Libertadora desaloja a un Perón hastiado del poder”. 

 

Mientras tanto, un golpe de Estado ha roto con la institucionalidad democrática en Bolivia a pesar de todos los “peros”. Y, tarde o temprano, como sucedió con el golpe de 1955, algún día la historia lo identificará como un golpe de estado. Pero no debemos quedarnos mirando. Porque la batalla por los sentidos, la lucha por la hegemonía simbólica y cultural, más conocida como batalla por el sentido común, es una lucha dinámica. Que el golpe sea llamado golpe será la consecuencia de un consenso democrático y de una legitimidad que reconstruya los sentidos de aquel que en los 80 que nos permitió, por fin, identificar como golpe de estado al golpe de 1955 y dejar en el desván la noción de Revolución Libertadora. Estoy convencido que los que hoy niegan que lo de Bolivia sea un golpe de estado quedarán tan ridículos como quedan hoy los que celebraban cada año la Revolución Libertadora como una gesta heroica.

 

Si. A veces el pasado no deja de pasar cuando es imprescindible para las futuras luchas de sentido. 

 

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