En medio de polémicas y debates por su regulación y funcionamiento, el cine en Argentina atraviesa, como todos los sectores del Audiovisual Ampliado, cambios en su lógica de producción, distribución y consumos. Sobrevive a desarrollos que cambian la forma audiovisual y en Argentina es el único sector de las industrias culturales que cuenta con política pública a largo plazo. Más allá de los cambios de nombres y gestión, el mercado funciona con sus rasgos permanentes, mientras el resto muta y las cuestiones centrales siguen pendientes.
El cine es un medio peculiar tanto por sus rasgos económicos como por su rol en la construcción de relatos que aportan a la constitución de identidades. En el país, la política pública establece mecanismos de estímulo y protección a la producción local y ha sido sostenida más allá de cambios políticos y económicos. Su legitimidad es amplia, a pesar de lo desparejo de sus resultados, del paso del tiempo y de la necesidad de repensar algunas de sus líneas.
En países como este se requiere que dichas medidas garanticen su existencia dada su estructura de costos, el tamaño del mercado y el dominio de las producciones extranjeras. En este esquema, unos pocos films locales resultan “elegidos” por el público y logran superan la cantidad necesaria de espectadores para cubrir los costos de producción (unos 700 mil tickets). Así, el dominio de los “tanques” hace posible la generación de las películas nacionales, aunque se vean menos.
Sin embargo, en este contexto que combina crisis económica y ampliación de las posibilidades de consumir cine “en casa” y, por ende, más barato, la asistencia a salas sobrevive, incluso con números recientes que mejoran los del año pasado. Esto pasa a pesar de que “ir al cine” sea tal vez una de las salidas más costosas, porque demanda desplazarse a las (pocas) zonas de las ciudades donde se aglomeran las salas y comprar entradas cuyos valores se incrementan con la inflación o por encima (a pesar de algunas promociones, políticas de 2x1, etcétera). Esto habilita la pregunta: ¿la recesión alcanza a los cines?
LA FOTO (2019). Los números de 2019 para este sector exponen indicadores de crecimiento. Aun en el marco de una recesión muy sostenida, la comparación con el año pasado resulta positiva. En 2018 se comercializaron un total de 46.547.069 entradas de cine. En los primeros seis meses de este año se vendieron más de 23 millones de tickets. Es probable que, de continuar la tendencia, supere al año anterior.
Este tipo de éxitos viene de la mano de los grandes tanques de Hollywood. Este año “Toy Story 4” superó los 6,5 millones y “Avengers: Endgame” acaricia los cuatro millones de entradas. La suma de estos dos films explicaría el 25% del total de entradas para un año.
En cuanto a las producciones locales, asomó un fenómeno de convocatoria: “La Odisea de los Giles”. Como demuestra Diego Batlle, el film dirigido por Sebastián Borensztein, producido por la firma de los Darín (padre e hijo) y basada en una novela de Eduardo Sacheri, superó el millón de espectadores y durante varias semanas lideró el ránking de películas más vistas en el país. Sin embargo, la buena performance de la película elegida para competir por el Oscar no logró modificar el “flojo año para el cine nacional”, según Batlle.
Durante los últimos años la crisis económica venía afectando de modo significativo al sector cinematográfico. Pero el rendimiento de las películas nacionales expone datos que parecen despegados de la variable del bolsillo: si hay buena oferta consiguen público. Así, en 2016 se vendieron 50.972.286 entradas en el país, una cifra muy inferior a los 52.230.747 del año 2015. La caída es de algo más de 1,2 millón de tickets, un 2,4% en la comparación interanual. Sin embargo, en ese momento las películas de origen nacional tuvieron uno de los mejores años de su historia: las 200 películas argentinas (con las coproducciones) sumaron una taquilla conjunta de 7.347.371 entradas y consiguieron superar el 14% del total de los asistentes a las salas.
Por su parte, 2017 terminó con 49.402.057 espectadores. El 13,16% eligió películas de origen nacional (6.502.811 espectadores). En primer lugar, se vendieron casi 1,5 millón menos en general, una caída que supera el 3% respecto del año anterior. En cuanto a la oferta, se estrenaron 473 largos, 220 de producción o coproducción nacional.
LA PELÍCULA (DIEZ AÑOS VISTA). La continuidad en la política de cine se relaciona también con los números del mercado. Uno de los aspectos a destacar es que el INCAA difunde históricamente los números del sector. De este modo se pueden reconocer indicadores como asistencia a salas, concentración de la oferta o curvas temporales. Los rasgos permanentes se perciben en períodos que incluyen cambios políticos significativos, como la suma de siete años de gobiernos kirchneristas y los primeros tres años de gestión de Cambiemos.
Los números que expone el instituto permiten identificar los vaivenes del consumo del cine en las salas en Argentina, vinculados a crisis económicas y retracciones tanto como a aspectos vinculados a la oferta. Y también los resultados comparados entre cine argentino y extranjero, que operan como variables independientes.
Los números de los últimos diez años revelan que la asistencia a salas para ver cine local crece o decrece de acuerdo a la oferta. Cuando un film se vuelve atractivo para el público, cuenta con difusión masiva y está sostenido en un sistema de estrellas, convoca público. La convocatoria, en general, está más vinculada a los avatares de la economía nacional. Mientras que la de la producción local expone una caída muy marcada de 2009 a 2010, o en la recuperación notable de 2013 que casi llega a duplicar la cantidad de espectadores de 2012, los cambios en el total de asistentes en general resultan menos bruscos y exponen una parábola que comienza bien abajo de los 30 millones de tickets en 2009 (poco más de 27 millones, de hecho), para superar los 40 millones a mitad del recorrido y terminar apenas por debajo de ese indicador en 2018.
En definitiva, la política de cine en Argentina garantiza condiciones de producción local a niveles significativos, se completa con condiciones algo precarias de estreno y continuidad de los films en las salas, pero no logra incidir en rasgos estructurales: la distribución y exhibición están concentradas en manos extranjeras. A pesar de esto, y de la multiplicidad de opciones para “ver” cine, la práctica de asistencia a salas sobrevive, quizá como un recurso, pero claramente identificado en un segmento acotado de la población.