CRISIS EN LA CGT

Un triunvirato políticamente débil que juega con cancha inclinada en su contra

El Gobierno trabajó fino contra la medida de la central obrera los medios, en las redes y empezó la guerra del desprestigio sindical con viento a favor: economía saliendo y tensión en los sindicatos.

El 2016 fue el peor año de la economía en mucho tiempo. La industria y el consumo, que explican buena parte del PBI nacional, se desplomaron un 5% y 4,7%, respectivamente. La actividad, en tanto, redondeó una baja del 2,3%, según comunicó el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec). Paradójicamente, la situación actual de la economía en relación con un año negro es una herramienta que beneficia en la estrategia a un sector y perjudica con igual intensidad a otro, en plena puja por la centralidad del escenario político. En su breve y cuidado discurso en el acto en Plaza de Mayo, uno de los triunviros de la CGT, Juan Carlos Schmid, reclamó al Gobierno Nacional “por trabajo digno y salario justo”. Y adelantó que el próximo 25 de septiembre la central obrera debatirá si va o no a un paro general. Los sindicatos nucleados en la entidad marchan casi con el mismo ritmo cansino que mostraron en 2016, mientras dirimen internas feroces que ponen en riesgo la supervivencia del triunvirato. Pero el contexto, hoy, les es adverso.

 

El año pasado, con la recesión en su momento más descarnado, la CTA limó asperezas para presionar por una medida general, hubo marchas a principios de año, hasta que el 6 de abril los “Gordos” decidieron ir al paro tras una serie importante de idas y vueltas. Vaivenes que incluyeron repudio de las bases a la postergación de definiciones y hasta críticas en las líneas internas al accionar. Fue Pablo Moyano, titular del gremio de choferes de Camiones, quien entonces jugó fuerte contra las medidas de Cambiemos y contra la conducción de CGT.

 

Los números avalaban la desesperación: la parte inicial del ajuste que aplicó el presidente Mauricio Macri cambió las tarifas, derrumbó el consumo básico, descontroló el ingreso de importados en sectores estratégicos complicando hasta el cierre a las industrias, generó pérdidas de puestos de trabajo en el sector privado y en el público y produjo una devaluación post salida del cepo cambiario que afectó de manera notable el poder de compra de los salarios.

 

 

Desde la CTA que conduce Hugo Yasky y la disidente de Pablo Micheli renegaron hasta el hartazgo por lo que consideraban insuficiente en la calle. Casi al mismo ritmo que el bancario Sergio Palazzo, el radical puro que por fuera de la CGT combatió las políticas de Cambiemos y que hoy ya se anotó para impulsar un paro general.

 

Para el Gobierno, y a la luz de indicadores públicos y privados, la escena hoy no amerita medidas de fondo. No porque la economía haya entrado en una etapa expansiva, sino más bien porque en lo numérico sí hay cifras que muestran cierto despegue lento. “Si no había razones antes, es extraño por qué las habría ahora”, deslizó con cierta ironía un funcionario nacional en diálogo con Letra P. En el Ejecutivo nacional apuntan a que ya la industria lleva dos meses consecutivos de alza; la construcción con cinco mejoras en línea; el consumo levantando de forma heterogénea; y una economía con un trimestre de crecimiento en torno al 5%.

 

“El relato de algunos sindicalistas de que el modelo no funciona según las estadísticas oficiales no tiene asidero”, expresaron. La foto es una media verdad: la comparación es contra un año nulo en todos los niveles, pero sí refleja un contexto con algunos brotes verdes que en el Gobierno creen que son sólo una muestra de una tendencia que puede consolidarse de aquí a octubre. De todos modos, el empleo sigue hoy muy resentido y la situación de las pymes es crítica.

 

La coyuntura en cuestión le inclina la cancha al sindicalismo contra el arco propio, siendo además tiempos donde la CGT navega un mar de dudas que derivarán, tarde o temprano, en una fractura del esquema de conducción tripartita. Se percibió eso en la foto del escenario en la Plaza, púlpito que compartieron Schmid, Moyano, Carlos Acuña, el canillita Omar Plaini; el "Centauro" Andrés Rodríguez, de UPCN, y el jefe de Alimentación, Rodolfo Daer. Pero faltaron buena parte de los Gordos, como el titular de la Unión Obrera de la Construcción (UOCRA), Gerardo Martínez; el propio Héctor Daer, de Sanidad y miembro del triunvirato; el dirigente del agua, José Luis Lingeri; y el titular de Comercio, Armando Cavallieri.

 

Muchos de los que no estuvieron se quejaron además de la llegada de cuadros del kirchnerismo duro a la manifestación. Consideraron que la presencia del ex ministro de Economía Axel Kicillof y el diputado Héctor Recalde son funcionales al discurso del Gobierno de que la marcha tuvo ribetes políticos.

 

Un problema más en el marco de la crisis de representación que afronta la CGT, en la que Pablo Moyano jugará fuerte para posicionarse de cara al futuro, quizás en tándem con uno de los triunviros con los que mantiene muy buenas migas. En charlas informales, operadores sindicales no creen que los Gordos peguen un portazo, pero sí vislumbran movimientos sísmicos de alta intensidad.

 

La dinámica del río revuelto le vino de perillas a Cambiemos, que ya venía trabajando fino para esmerilar no ya la marcha, sino la imagen pública de la dirigencia gremial. Con muñeca colaron en los medios el elevado nivel de cuestionamiento de la clase media a la CGT y al sindicalismo en general. Y hasta hubo encuestadores que salieron a ponerle números al fenómeno.

 

Desde hace tiempo que el Gobierno busca el momento para tomar las riendas en la relación con el sindicalismo, una relación que hoy difiere según la marcha del rubro del que se trate.

 

En las redes sociales, ni bien concluido el acto, algunos funcionarios salieron a reforzar la idea. El radical Mario Negri, presidente del Interbloque Cambiemos en la Cámara de Diputados, escribió en su cuenta de Twitter que “los gremios peronistas paran por los 14.000.000 de pobres que dejó el último gobierno peronista”. Y Luis Petri, diputado por la UCR con línea directa con Casa Rosada, publicó que “quieren convocar un paro que costó $15.000 millones y después dicen que quieren defender a los trabajadores". "Sinceren sus actos de campaña”, agregó.

 

Días antes, el ministro de Trabajo, Jorge Triaca, había tratado a la marcha de extemporánea y con características políticas. Incluso en la víspera, el funcionario comió un asado con dirigentes de las 62 Organizaciones, polo gremial que tenía como símbolo al fallecido Gerónimo “Momo” Venegas.

 

 

 

En este marco de disputa pública, todo quedó supeditado a qué reacción tendrán los gremios en la próxima reunión de septiembre. Básicamente, la cosa se resume a un sólo aspecto: Si habrá o no habrá paro general. Y, si lo hay, si será antes o después de las legislativas del 22 de octubre. También servirá como termómetro cómo seguirá la economía, el gran condicionante de la relación entre el Gobierno y la CGT. En este punto en particular, también afecta el temor que existe sobre la hipotética aplicación de un plan de flexibilización laboral “a la brasileña”, de concretarse un triunfo del oficialismo en las urnas.

 

 

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