Despreocupados de su caída en las encuestas, Macri y sus lugartenientes avanzan en su plan de demolición acelerada de todo lo bueno que recibieron de herencia. Usan de pretexto la crisis económica, fiscal y social que están induciendo con sus acciones de gobierno.
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Una fuerte recesión promovida por la sumatoria de la devaluación, la caída de los salarios, la inflación desbocada, que no sólo multiplica los cierres de empresas y el creciente número de desocupados, sino que achica la recaudación. La promesa de una mejora en el segundo semestre ha sido postergada para el próximo año. Pero ningún pronóstico lo confirma.
Para ellos, esta crisis que están provocando, es la oportunidad de rediseñar en profundidad la estructura política, social y económica de Argentina para que no existan en el futuro condiciones de oportunidad para nuevas aventuras “populistas”, como la que encarnó el peronismo con la conducción de Néstor Kirchner y Cristina Fernández durante los primeros años del nuevo siglo.
Una acción central en esa dirección es demoler el salario promedio local. Con eso en simultáneo se deteriora el poder sindical. Otra, atar el futuro nacional, embretando al país en una reedición potenciada del ALCA. En Bogotá, días atrás, al sentarse como observador de la Alianza del Pacífico, Macri comenzó a recorrer ese camino.
Al mismo tiempo, las derechas encaramadas en los gobiernos de Brasil y el nuestro arremeten para firmar un acuerdo de libre comercio con la Unión Europea. Acuerdo en el que no entrarían de momento, por caso, las carnes o los combustibles renovables como el etanol o el biodiesel.
Brasil y Argentina los producen con la mayor eficiencia mundial, pero las convicciones europeas sobre las ventajas del libre comercio flaquean cuando les toca perder. En esos casos, prefieren cuidar sus economías y mantener altos aranceles a la importación. No es de esperar, de todos modos, que nuestros negociadores aprendan de sus maestros europeos. Como Melconian, negocian con los buitres en beneficio de ellos, porque también son buitres.
El déficit fiscal se agiganta con la política económica impulsada por el macrismo. La brecha apenas cierra en lo inmediato por el violento endeudamiento, inédito en décadas por el volumen y la velocidad, pero aún así el paquete de leyes que ahora mismo están tratando en el Congreso, proyecta ampliar el gasto, con el pago de deudas legítimas y jubilaciones de privilegio para una minoría, disminuyendo impuestos a los ricos y desfinanciando el sistema previsional. En ese debate parlamentario, el macrismo avanza con la complicidad sonriente del renovador Massa y de “sanguchito” Bossio.
Ya que de crisis hablamos, aprovechan la oportunidad que les brinda aquella en la que está sumida la principal fuerza de oposición desde su derrota electoral. La ausencia de una conducción aceptada y la multiplicidad de tácticas diferenciales frente a la intensa ofensiva demoledora del oficialismo, sume en la parálisis conceptual y política a un conglomerado que se ve además abrumado en estas horas por las patéticas imágenes de López y sus bolsos. El instinto individual de conservación llama a muchos a despegarse del réprobo y a otros, a endosar responsabilidades para arriba.
Por supuesto, todo eso lubrica el tránsito del gobierno, acompañado por los monopolios mediáticos. Macri de parabienes, pese a la derrota que sufrió en Río Cuarto su estrategia política. En todo caso, el descontento que generó Cambiemos lo capitalizó un amigo de la casa, que mucho aportó para la derrota del peronismo el año pasado.
Las fuerzas populares deberían intentar sacar algún provecho de tamaño desaguisado. La corrupción es un mal endémico del capitalismo. Pero no lo debilita, sino que lo explica. Para una construcción alternativa, deja de ser un problema moral o penal y pasa a ser una cuestión política. El poder económico concentrado siempre utilizará la corrupción como una herramienta para deslegitimar los procesos de cambio. Y siempre saben de lo que hablan, porque los que corrompen son ellos.