Enfoque

Simulacro de comunicación

El autor marca las dificultades del macrismo para pasar del discurso proselitista a la gestión de gobierno. Los contrastes entre una y otra fase y las dos caras de Marcos Peña, el estratega PRO.

A cinco meses de haber asumido el gobierno nacional, el dispositivo de comunicación de Mauricio Macri se reconoce desequilibrado. La destreza sobresaliente que el macrismo desarrolló en distintos procesos electorales contrasta ahora con las exigencias, que son políticas antes que comunicacionales, en la conducción de la agenda pública a escala nacional.

 

Cuando un gobierno alega problemas de comunicación, y la historia reciente argentina es prolífica en este sentido, lo que admite en el fondo es un problema de carácter político. La comunicación electoral, que funciona como simulacro discursivo de la acción política, al definir los contornos de lo posible cuando se accede al gobierno, aún guía los movimientos del elenco que dirige el Estado y que ganó las elecciones en diciembre. El problema está ubicado entre sus formas discursivas y su gestión de gobierno.

 

El desequilibrio quedó expuesto esta semana en dos intervenciones del jefe de Gabinete de Ministros, Marcos Peña. La primera refiere al alegato que, a modo de “aclaraciones” sobre la comunicación gubernamental, Peña publicó en su muro de Facebook el domingo 24. La segunda, a su primer informe de gestión en la Cámara de Diputados el miércoles 27. La incongruencia entre las dos piezas discursivas del mismo protagonista ofrece material para la reflexión.

 

Mientras que el escrito en Facebook se inscribe en la retórica de las buenas ondas que el PRO/Cambiemos desplegó con gran eficacia en sucesivas contiendas electorales, y en particular en la última presidencial que catapultó a Macri a la presidencia, la presentación de Peña en Diputados exhibió un estilo agresivo y chicanero -que enmarcaron respuestas que por su sustancia merecían mayor impacto- que lo ubica en el lugar de aquello con lo que el marketing electoral de su formación política antagoniza. Ese lugar es el que el macrismo identifica con el kirchnerismo.

 

El muro de Facebook de Peña es una plegaria consensualista matizada con valoraciones sobre la mutación de las formas clásicas de producción y circulación de comunicación en el espacio público. Allí dice el alto funcionario que “buscamos conversar, no gritar ni imponer. Por eso evitamos los monólogos invitando constantemente al diálogo”. Por eso, cuesta ubicar al mismo ministro tres días más tarde lanzando un arsenal de sarcasmos y provocaciones a las preguntas y cuestionamientos de la oposición. Al consabido recurso testamental que pivotea sobre la herencia recibida como explicación a las decisiones del gobierno actual, Peña lo aderezó con frases que evocaron los modos aníbalfernandistas (“sé que les duele lo de Lázaro Baez”).

 

No obstante la diferencia en los discursos de Peña, ambos exponen la dificultad para tramitar la incorporación de otras perspectivas, diferentes a la propia, en una práctica que supere la mera transcripción de un manifiesto o la invectiva orientada por el afán de refutación. Si el diagnóstico de Peña en Facebook es que “la comunicación vertical entre quien emite el mensaje y quien lo recibe” agoniza a partir de la horizontalización de los flujos comunicacionales, sus representaciones no lo demuestran. La conversación del muro de Facebook es un simulacro cuando no se dialoga con otras posiciones (o se eliminan mensajes críticos) y las chicanas en el pleno de Diputados son paradójicas como invitación a parlamentar.

 

La incongruencia entre las dos piezas discursivas revela, en el fondo, las dificultades que tiene el gobierno nacional para conciliar las expectativas sociales con sus políticas, incluidas las que detonan malas noticias (tarifazos, despidos, inundaciones), reconociendo desde luego que éstas (como sucede en toda gestión) carecen de autoría única, puesto que reflejan “el arte de lo posible”. Las expectativas sociales tienen, a su vez, dos motores fundamentales: por un lado, sí, son herencia kirchnerista, pero en el sentido de expectativas construidas a partir del desempeño de los gobiernos anteriores, donde anida aún la contradicción entre deseos masivos de continuidad y deseos masivos de cambio incluso al interior de los mismos grupos sociales (lo que fue metabolizado por el temperamento moderado de los discursos de los presidenciables en 2015); por otro lado, las expectativas de mejora abiertas con las promesas realizadas por Macri cuando aún no era presidente respecto del horizonte en que la sociedad percibirá los “cambios” (el ya famoso segundo semestre).

 

La contradicción entre los discursos de Marcos Peña esta semana ilumina un problema que lo excede: la comunicación de Macri está lubricada para el ritmo electoral y, especialmente, para hacer de challenger. Su profesionalizado marketing, integrado por equipos con competencias técnicas en publicidad y en el uso de redes sociales digitales con lógica difusionista, fue muy eficaz cuando los focos se dirigían mayormente hacia otro polo productor de novedades (la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner) o cuando la campaña electoral dividía la atención entre distintos aspirantes, de los cuales Macri no era el que largaba en posición privilegiada.

 

El reto que tiene ahora el macrismo es reconocer el lugar de animador y troquelador protagonista de la agenda pública para lo cual no le basta con responder con el ingenio aforístico propio del discurso publicitario: gobernar es otra cosa. El desafío de reconocer que la “campaña política” en la gestión del gobierno nacional regula su vínculo con la sociedad de forma esencialmente distinta a la de la campaña electoral figura, para la cúpula del macrismo, como un aprendizaje pendiente de concreción. 

 

El autor es investigador de medios y políticas de comunicación. En Twitter: @aracalacana

 

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