Juicio a Dilma. ENFOQUE

La compleja trama de razones de una caída muy anunciada

La pérdida de poder experimentada por la presidenta brasileña creó las condiciones para la embestida de los que la querían afuera. La crisis económica, los medios, la corrupción y el rol de Lula.

Más allá de las consideraciones puntuales sobre su legalidad y, sobre todo, su legitimidad, el avance del proceso de Juicio Político (o Impeachment) contra la presidenta brasilera, Dilma Rouseff, es producto de que la mandataria hace ya tiempo que perdió el poder político en su país. Nunca la oposición, los medios, los sectores más conservadores de EE.UU. e incluso sus ex aliados del PMDB (hoy en la oposición) la quisieron en el Planalto. ¿Por qué ahora la sacan? Porque antes no podían y ahora sí.

 

¿Por qué Dilma perdió el poder político? Por errores propios y porque las negras también mueven, por supuesto. La combinación de crisis económica, funcionarios del gobierno detenidos por casos de corrupción, falta de conducción política y un triunfo ajustado en un país dividido casi por mitades iguales es letal para cualquier gobierno y el de Dilma parece que no será la excepción.

 

Luis Ignacio “Lula” Da Silva fue muy elogiado por propios y ajenos cuando en 2010 -pese a que era, en palabras de Barack Obama, “el hombre más popular del mundo”– decidió no modificar la Constitución brasilera para permitir y permitirse una segunda reelección. En lugar de eso, apostó y prácticamente hizo ganar a una casi desconocida ministra de su gabinete llamada Dilma Rouseff.

 

Pero claro además de ser magnánimo, Lula tomó sus recaudos. Eligió a Dilma porque sabía que no iba a opacar su liderazgo dentro y fuera del PT, entre otras razones, porque no tenía ni tiene el carisma del ex obrero metalúrgico ni su ductilidad para moverse en las arenas del poder.

 

Y ahí empezaron los problemas políticos de la Presidenta. Poco habituada al diálogo, a los consensos, a los acuerdos con aliados y adversarios, Dilma le dio una impronta propia a su gobierno que rápidamente llevó a Lula a correrse de escena y a gran parte de Brasil a añorar su retorno. Primer problema.

 

La crisis económica es otra cosa. Su origen, como el de toda la región, se remite a la caída del precio de los productos primarios, eterno azote de nuestra América, pero tiene la particularidad de que Rouseff busco solucionarla apelando a las políticas pro-mercado que en campaña había criticado porque eran la base programática de su principal oponente, Aecio Neves. El resultado es conocido: no solo la crisis se profundizó, sino que, con las medidas que tomó, no conformó a propios ni a extraños. El Mercado siguió apostando a su salida para profundizar esas políticas y la base del oficialismo solo respaldó fuerte a Dilma cuando sintió que se los llevaban puestos a todos ellos.

 

La arista judicial es la más difícil de explicar para el PT. De hecho, uno de los principales argumentos que se escuchan en el oficialismo es que hay también muchos dirigentes opositores involucrados, entre ellos nada menos que el presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha, convertido en el principal impulsor, al menos en esta instancia, del juicio político a la Presidenta.

 

Pero el “todos roban” no es un argumento muy fuerte para embanderarse en Brasil ni en ningún lado. Tampoco lo es el otro argumento de defensa de los petistas, el de las necesidades de financiamiento de la política, que, a grosso modo, sería algo así como decir que “para evitar la extorsión de las empresas privadas, elegimos financiar la política con el dinero de la estatal Petrobras”. Todo suena comprensible hasta que aparece la plata que se quedan en el camino los intermediarios de la financiación.

 

Por último, no menos importantes son los movimientos que hicieron y hacen los opositores internos y externos a Dilma para vaciarle el poder político y finalmente correrla del sillón presidencial con argumentos legales, pero de dudosa legitimidad, como es el de “dibujar” las cuentas fiscales, con el que se sostiene el camino al Impeachment.

 

Hemos mencionado en este espacio cómo se vieron afectados intereses de sectores del poder económico norteamericano con el avance económico de Brasil en la región y en el mundo, en el marco de los llamados Brics y/o países emergentes. Seguramente, aquellos que perdieron negocios o influencia debido al crecimiento de Brasil buscaron y buscan recuperar ambos.

 

Tampoco es posible obviar el espionaje al que se sometió a la presidenta Rouseff y nada menos que a la empresa Petrobras de parte de la NSA, la agencia de seguridad norteamericana cuya “patriótica” labor nos reveló el ex espía Edward Snowden.

 

Ni hablar de la elite brasileña. Los gestos son visibles, desde la Bolsa de Valores que subía desembozadamente a cada paso que daba el proceso de destitución de Dilma a los muñecos de Dilma y Lula con trajes de presidiarios amablemente donados por importantes empresarios a los manifestantes anti Dilma que desbordaron las calles de Brasil en diferentes oportunidades.

 

Y este último es otro punto importante para explicar por qué cae Dilma. La votación de este domingo tuvo ribetes bizarros y escandalosos que horrorizaron al minúsculo sector de la población con alta dosis de politización que siguió de cerca la situación en Brasil (en Argentina solo lo transmitió Canal 26 y con el streaming del congreso brasileño). Pero, en Brasil, la mayoría de los brasileros apoya la salida de Dilma y ahí se sustenta también su eventual salida.

 

¿Es culpa de los medios que la mayoría de los brasileños de clase media repudien a Dilma y a Lula y la mayoría de los pobres miren para el costado? ¿La parcialidad de O Globo y las otras cadenas de noticias sintetizan el escaso 10% que registra Dilma en las encuestas? Seguramente son un factor determinante pero no el único. Lula logró, durante sus mandatos, un acuerdo con O Globo que no le ahorraba críticas, pero le garantizaba una presencia estelar en el noticiero de las 20, el más visto en el extenso Brasil.

 

Dilma no supo, no pudo o no quiso hacerlo. 

 

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