El famoso Súper Martes de las primarias norteamericanas, día en el que una docena de estados elige sus delegados para las convenciones de los partidos Demócrata y Republicano y –por el volumen de delegados en disputa– se resuelve o empieza a resolverse la nominación de los candidatos de cada espacio, dejó bien posicionados a Hillary Clinton y Donald Trump (demócrata y republicano respectivamente) pero también les dio aire a Bernie Sanders (PD), a Ted Cruz y, en menor medida, a Marco Rubio en el bando opositor para seguir participando. En contrapartida, es probable que los otros dos precandidatos republicanos, Ben Carson y John Kasisch, se bajen de la carrera.
En lo formal, Clinton ganó ocho de los 12 estados en disputa (incluyendo el territorio con status especial de Samoa americana), mientras que Sanders se quedó con los otros cuatro. 453 delegados sumó la ex primera dama, que tiene ahora 1.001, y 284 consiguió el veterano socialista, que llega a 371. Ambos, lejos aún de los 2.382 necesarios para ser nominados como candidatos en julio próximo.
Cuando empezaron a proyectarse los resultados parecía que Clinton se sacaba definitivamente de encima a su inesperado rival, que la ha obligado a correr su discurso más a la izquierda de lo que necesita de cara a la elección general de noviembre, cuando deberá disputar el voto moderado e independiente con los republicanos.
Alabama, Arkansas, Georgia, Massachusetts, Tennessee, Texas y Virginia optaron por lo previsible, Hillary. Pero Vermont, Oklahoma, Minnesota y Colorado les dieron esperanza a Sanders y a los jóvenes que lo apoyan de que es posible ganarle al aparato partidario.
En su discurso post súper martes, la ex secretaria de Estado se mostró ya como candidata y, más que enfocarse en Sanders y sus críticas, apuntó, sin nombrarlo, al republicano Trump, quien hasta ahora sería su rival en la elección presidencial.
En línea con la prédica del papa Francisco, Clinton habló de construir puentes y no murallas y confrontó la idea de que Estados Unidos ya no es un gran país. Sobre el final, consciente de que, como dijo el filósofo paraguayo José Luís Félix Chilavert, “tú no has ganado nada”, le apuntó a la base electoral demócrata e insistió con la igualdad de oportunidades para todos y la defensa de los trabajadores, las mujeres y las minorías.
Sanders, por su parte, insistió con lo suyo, que horroriza a la elite partidaria, pero entusiasma a los sub 30, muchos de los cuales no solo no eran demócratas, sino que ni siquiera elegían votar en las anteriores elecciones. “Vamos a llevar nuestra lucha por la justicia económica, la justicia social, la cordura respecto al medio ambiente y la paz mundial a cada uno de los estados", afirmó el senador, al que muchos analistas norteamericanos emparentan con Donald Trump en la cada vez más fuerte categoría de “populistas”. Uno de izquierda (Sanders) y otro de derecha (Trump).
Precisamente, del lado republicano se dio un escenario similar. Los primeros resultados parecían consolidar la –hasta hace pocos días imposible– nominación del mediático multimillonario. Alabama, Arkansas, Georgia, Massachusetts, Tennessee, Virginia y Vermont le daban la mayoría de los delegados y parecía imparable, pero Texas primero, Oklahoma después y finalmente Alaska, en el cierre de la jornada, respaldaron mayoritariamente a Cruz y evitaron el “unicato”. Rubio –el candidato de la elite del partido– ganó solo en Minnesota, pero esa pequeña batalla resultó imprescindible para que pueda seguir participando. En números, Trump sumó 203 delegados y llegó a 285. Cruz obtuvo 144 y arribó a 161 y Rubio levantó 71 y llegó a 87. El número mágico es 1.237. Lejos de todos. Kasich y Carson tienen 25 y 8 delegados en total y es inminente su salida de la carrera.
También Trump eligió a Clinton como rival en su discurso y remarcó que es el único que puede ganarle a la –hasta ahora– favorita de las encuestas. Plenamente consciente de que, pese a las múltiples críticas que recibe, sigue ganando, Trump volvió a la carga con su idea del muro en la frontera con México, y matizó esa postura xenófoba con promesas de regulación de mercado para proteger el empleo en territorio norteamericano, propuesta inusual en una primaria de los conservadores.
Pero no parecen encontrar éstos una opción superadora de Trump, a quien muchos ven como un infiltrado en su partido (curiosamente, la misma calificación dan muchos demócratas a Sanders, quien hizo la mayor parte de su carrera política como independiente).
El que quedó en segundo lugar es Cruz, senador de origen hispano que representa al Tea Party, grupo extremista forjado al calor de las disputas contra las leyes progresistas del presidente Barack Obama, con una mirada religiosa cercana al misticismo y feroz crítico de “Washington”, concepto que engloba por igual a toda la elite política norteamericana, demócrata y republicana.
Ahí puede estar la clave de estas elecciones primarias. El hastío de parte de la sociedad norteamericana con sus dirigencias, que se expresa en los ascensos inesperados de Sanders y Trump.
El primero, que se declara “socialista” en un país donde ese término fue siempre políticamente incorrecto y “piantavotos” y, en todo caso, se lo reemplazaba por el más amigable (para el establishment) “liberal”.
Y el segundo, que ha generado una especie de “revolución” enarbolando las inquietudes de los sectores con menos formación (“amo los no educados”, dijo Trump recientemente), de los más xenófobos (recibió el apoyo del racista KKK), pero también de los más pobres, que ven en él un camino hacia la recuperación del american dream, perdido o al menos diluido tras décadas de políticas pro mercado que ampliaron la brecha entre los que más tienen y los que menos.
En definitiva, Trump encontró una conexión con aquellos que se sienten fuera del sistema en lo económico, pero también en lo simbólico. Si lograse liderar esa demanda, todo es posible. La historia abunda en ejemplos.