El pasado jueves, por la mañana, en uno de los modernos rincones del restó “Pizza Cero”, en Capital Federal, se sentaron a la mesa, el jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta; la gobernadora bonaerense, María Eugenia Vidal, y el titular de la Cámara de Diputados de la Nación, Emilio Monzó.
El encuentro, resultaba necesario, para calmar la pelea, que desde hace un tiempo, sostienen ambos dirigente macristas.
Vidal no lo quiera cerca a Monzó, y lo dejó en evidencia, cuando prescindió de su gente, en los puestos clave del Ejecutivo y el legislativo.
La única dote bonaerense que puede mostrar hoy el monzonismo, es la futura presidencia de la comisión de presupuesto, que quedará en manos del diputado provincial, Marcelo Daletto.
Pero la disputa no es reciente, y no surge del reparto de poder obligado, tras la victoria electoral, aunque se acreciente con esta situación.
La pelea comenzó durante la campaña, que de forma laboriosa inició Vidal, en el verano de 2014, con la intención de posicionarse como la candidata macrista a la gobernación.
En ese momento, Monzó era su adalid político, y quien organizaba la tarea proselitista. Pero el escenario era de transición, y recién se comenzaban a tantear los posibles aliados electorales.
En ese contexto, el entonces Ministro de Gobierno, siguió su lógica habitual de operación, y abrió el juego a diferentes opciones. Esa decisión molestó a la candidata, y provoco un distanciamiento irreparable entre ambos dirigentes.
La disputa, que se agigante con el correr de las semanas, amenaza con calentar la interna del PRO, que en pocas semanas, disputará sus elecciones partidarias en la provincia.
En el medio, está además el intendente de Vicente López, Jorge Macri, uno de los operadores territoriales de peso en la primera sección, y en buena parte del interior bonaerense.
Por eso, el almuerzo y la charla. Y la intención de congelar esa enemistad.