Y no es para menos. Es que 2015 fue el año en el que Martín Lanatta, condenado por los asesinatos de Forza, Ferrón y Bina, denunció ante el periodista Jorge Lanata que, detrás del plan criminal y del negocio de la efedrina, estaba ni más ni menos que Aníbal Fernández.
El contexto de esa denuncia tampoco fue menor. El programa donde Lanatta, condenado a perpetua por el triple crimen, vinculaba al ex jefe de Gabinete de la Nación con ese acto criminal, fue en pleno proceso electoral para definir quién iba a ser gobernador de la provincia. Aníbal terminó perdiendo y María Eugenia Vidal se convirtió en la jefa del Estado bonaerense.
Con el resultado electoral, el ministro coordinador del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner no tardó en vincular la denuncia de Lanatta en la tele como parte de un armado entre Cambiemos y el Grupo Clarín para hacerlo perder la elección.
Lo cierto es que, durante la causa y luego en el juicio que se hizo por la masacre de General Rodríguez, no se había mencionado directamente a Aníbal con esa historia criminal. Es cierto que se hablaba de un hombre apodado “La Morsa”. Pero Martín Lanatta fue quien terminó vinculando ese apodo con el ex jefe de Gabinete.
Tras la nota en televisión, Martín Lanatta ratificó en Tribunales parte de su relato mediático y volvió a vincular a Aníbal Fernández con el tráfico de efedrina.
Así las cosas y en ese contexto, Martín Lanatta, su hermano Cristian y Víctor Schillaci se fueron llamativamente de la Unidad 30 de General Alvear, en el centro de la provincia de Buenos Aires, donde purgaban perpetua.
El modo de escape despierta dudas. Todo parece muy fácil, muy burdo, hasta de película berreta. Según el relato oficial, los tres estaban en el área de Sanidad de la cárcel como parte de resguardo o aislamiento que habían pedido tras la denuncia televisiva.
Allí, a punta de una pistola de juguete o madera, tomaron como rehén a un penitenciario, a quien golpearon y encerraron en la celda que dejaban.
Lo que sigue también es burdo. Caminaron por el penal como si nada. Tomaron dos rehenes más, uno en la guardia externa y otro en el puesto 1, y se fueron tras atarlos y robar un arma.
En el medio y antes de salir del penal, recorrieron parte del presidio en un 128 que terminaron empujando porque se les quedaba.
Allí, uno de los penitenciarios tomados como rehén les escuchó decir: “Tolosa nos cagó”.
Por esos dichos, Tolosa, quien era uno de los responsables de la seguridad del penal, terminó detenido acusado de favorecer la fuga. Lo cierto es que, en menos de 24 horas y porque no encontró pruebas en su contra, el fiscal de Azul lo terminó liberando.
El sumario administrativo del Servicio Penitenciario Bonaerense (SPB) revelaba que Tolosa podía tener connivencia con la fuga y que su rol era levantar la barrera final, camino a la libertad. Pero si la frase que escuchó otro agente tomado como rehén fue “Tolosa nos cagó”, también se puede inferir que Tolosa no estuvo en connivencia con la fuga y, de hecho, “cagó” a los reos a último momento. Es decir, prometió y no cumplió.
Desde el día 1, la gobernadora Vidal subió la vara.
Acusó al SPB de tener complicidad en la fuga y advirtió que “la lucha contra el narcotráfico no es gratis”, al tiempo que contextualizó que la evasión se daba cuando se aprestaba a anunciar la emergencia penitenciaria en toda la provincia.
El mismo día, Franco Schillaci, hermano de uno de los fugados y cuya casa fue allanada en busca de una camioneta, vinculó la fuga con Aníbal Fernández y disparó: “Los dejaron ir para matarlos afuera y que no declaren nada contra Aníbal”.
El ex jefe de gabinete salió a contestarle y dijo: “La fuga es un favor del Grupo Clarín a los evadidos por la denuncia que me hizo perder la elección”.
Así, en este fuego verbal, Vidal y el nuevo ministro de Seguridad bonaerense, Cristian Ritondo, le dijeron a Fernández que se callara y que era el menos indicado para hablar sobre el caso.
Lo cierto es que, sea con armado conspirativo de un lado o de otro, o simplemente con apoyo de algún penitenciario corrupto, los tres presos que jamás debían escapar de un penal escaparon, o los dejaron ir.
En el medio de la fuga se los acusa de haber acribillado a tiros a dos policías que los quisieron parar en un control rutero en Ranchos.
Como si le faltara “berretada” al asunto, en pleno escape, Cristian Lanatta fue dos veces a la casa de su ex suegra (lunes y jueves) para exigir dinero y robar una camioneta cuando supuestamente lo buscada toda la policía.
Si esto fue así, la casa de la ex suegra de Cristian Lanatta no estaba monitoreada por el personal policial, lo que debía ser básico. Cada vez que un preso se escapa, lo primero que se controla son los domicilios de familiares y amigos, y se los cerca, para que el preso no pueda acercarse.
De hecho, el mismo día del escape, y como si nada también, los evadidos fueron a la casa de su amigo Alejandro Melnik, y se hicieron de armas y dinero. Melnik terminó detenido.
En el medio, apareció una camioneta incendiada en Varela, se anunció que tenían acorralados a los fugados y, más tarde, se dijo que no era para tanto.
Mientras, a una semana, los fugados se ríen de todos, y la interna política no deja de atravesar el caso. Final abierto.