Esta es la gira papal con más ingredientes políticos: en Cuba y en los Estados Unidos, Francisco encarnó la imagen del amable visitante, y a la vez la del hábil mediador y exigente árbitro.
Propone nuevas perspectivas para las relaciones internacionales, para la justicia social, para el ejercicio de las libertades, para el cuidado de la naturaleza, para una economía de rostro humano. Se define de manera tajante en contra de la pena de muerte y de las armas nucleares. Advierte sobre lo que implica el narcotráfico como fuente de muerte y de esclavitud. No esconde las graves situaciones de conflicto en el mundo. Defiende a los que denomina “descartados” de la sociedad, entre los que se encuentran los migrantes. Aboga por la familia, por los derechos de la mujer, por los jóvenes, por los ancianos. Es intransigente frente a los terribles delitos de los abusos sexuales a menores por parte de miembros del clero. Insiste en una Iglesia pobre y abierta, dispuesta a llegar a las periferias existenciales y dar claro testimonio de austeridad.
Es de notar que se movilizó en automóviles nada lujosos y no aceptó almuerzos o cenas protocolares. Antes de hacer uso de la palabra ante la asamblea de las Naciones Unidas, en castellano, saludó en inglés a los empleados y funcionarios estables de la organización.
Quizá lo que más sorprende es el magnetismo de su personalidad, capaz de conmover a las personas más dispares independientemente de su origen, condición, credo o color político. El fervor popular de su recepción en La Habana, la visible atención que le brindaba el presidente Raúl Castro, las repetidas ovaciones tanto en el Capitolio de Washington como en la sede de la ONU en Nueva York, dan cuenta de ello. Así también las plegarias en Ground Zero con otros líderes religiosos, los espontáneos saludos a las multitudes que acompañan sus trayectos, los encuentros con los sin techo o con los presos, el festivo encuentro con los chicos de Harlem.
La corrupción ocupa un puesto central en sus denuncias: todos somos pecadores pero no todos corruptos. La corrupción es un delito contra la sociedad. Sorpresas también depararon las lágrimas de algunos congresistas, la emoción de enfermos y niños, el coro que entonó la popular canción de cuna “Duerme Negrito”, la permanente dificultad de la guardia de seguridad ante las ocurrencias imprevisibles de un Papa que demuestra gozar del contacto con la gente, los saludos desde los balcones a las multitudes que se congregan a su paso, las improvisadas palabras en castellano o en inglés. Y siempre impresiona la seguridad con que se mueve, como si el cargo que ocupa fuera desde siempre el propio.
Si bien es una personalidad que delega poco y que improvisa según su olfato político en cada momento, no hay que desconocer el fino trabajo de la diplomacia vaticana. En La Habana su gran referente fue el cardenal Jaime Ortega, esmerado negociador que supo tejer relaciones con Raúl Castro y llevar a la liberación de muchos detenidos políticos. En los Estados Unidos la confianza depositada en el secretario de estado John Kerry, demócrata y católico militante, le permitió afianzar su relación con el presidente Barack Obama y avanzar en las tratativas con Cuba. Siempre lo acompaña su secretario de estado, el cardenal Pietro Parolin, experto en relaciones internacionales y ex nuncio en Caracas. Además, un detalle: no sólo deslumbró como un ciudadano argentino ejemplar sino que introdujo en las Naciones Unidas los versos del Martín Fierro.