Francisco, constructor de puentes y destructor de muros

Llegué al Vaticano el 7 de diciembre y la primera información que recibí, pocos días después, fue que el Papa Francisco acababa de terminar una mediación entre Estados Unidos y Cuba. La noticia nos dejó a todos conmocionados.  Por supuesto, había que ver si iba a tener éxito.

 

Loss distintos embajadores de América Latina y el Caribe, que estamos reunidos en el Grulac, empezamos a conversar sobre el tema entre nosotros. Encontramos que el Papa Francisco, cuando era el cardenal Jorge Bergoglio, escribió un libro que se llamó “Diálogo entre Juan Pablo II y Fidel Castro”, en el año 1998. Es decir, la relación entre Cuba y el Vaticano era un tema sobre el cual sabía bastante.

 

En aquel momento, cuando Juan Pablo II fue a Cuba, le había pedido a Bergoglio que lo acompañara y le trabajara el viaje. Por cuestiones de salud, Francisco no pudo viajar pero continuó estudiando el tema. Después escribió ese libro. A ese hecho hay que sumarle cuánto significa que los hermanos Castro se hayan educado en colegios jesuitas. Sin dudas, algo tuvieron que ver los jesuitas también en ese acercamiento.

 

Alguna vez hablando con el Papa le pregunté sobre el tema y él me contó que el éxito de esta mediación residía en que los dos países se lo habían pedido. Tanto Cuba como Estados Unidos tenían la voluntad de restablecer sus relaciones. Por eso tuvo éxito.

 

El punto culminante de esa gestión fue, sin lugar a dudas, cuando Raúl Castro visitó el Vaticano, en el mes de mayo. El Papa lo recibió en una audiencia que duró 58 minutos, hasta entonces la reunión más larga con un jefe de Estado (después lo supera Cristina Fernández de Kirchner, que está 108 minutos en el mismo sitio con el Sumo Pontífice). Después de la reunión, Raúl Castro dijo: “Como que este hombre siga hablando así, yo voy a volver a rezar”. Esas palabras me causaron mucha emoción.

 

Sin dudas, esa fue una de las tantas acciones que ha llevado Francisco en estos dos años y medio como Papa, cuando tomó, para alegría del mundo, el papel de ser el Sumo de los Pontífices: el mayor constructor de puentes y destructor de muros.

 

Francisco sigue planteando permanentemente esa política. En algunas oportunidades le va mejor, en otros casos todavía no tuvo éxito. Es esa política la que pone en práctica cuando reza la misa con los armenios y se plantea como puente en la frontera con Turquía, cuando va a Corea del Sur mirando cómo acercarla a Corea del Norte, cuando viaja a Israel y Palestina acompañado por el rabino Abraham Skorka y el musulmán Omar Abboud, invitado por Shimon Peres y por Mahmud Abás. En esa oportunidad, sin embargo, fracasó porque a los pocos días de que dejara Tierra Santa se desató una balacera. Pero siguió insistiendo. En el mes de mayo invitó al presidente de Palestina y lo caratuló como “ángel de la paz”. Al día siguiente por primera vez canonizó a dos religiosas palestinas y nombró por primera vez un nuncio en Palestina. Francisco se convirtió en un militante activo de la paz del mundo.

 

Como latinoamericano nunca pensé que iba a estar vivo cuando se resolviera esto. Me encanta que este enfrentamiento entre Cuba y Estados Unidos se haya terminado. Me imagino lo que va a ser Cuba cuando el 19 de septiembre el Papa pise la Habana, en el viaje que después va hacia Estados Unidos. Ese puente le salió completo. Va a hacer el recorrido del puente que él construyó. Como argentino obviamente estoy doblemente orgulloso.

 

En el Vaticano nos emocionamos todos los días cuando el padre Lombardi nos comunica las nuevas cosas que van a suceder, de las cosas que piensa hacer Francisco. Ayer mismo nos enteramos de su viaje a África, que va a hacer en noviembre. Son hechos que no nos imaginábamos. El Papa se anima a ponerle el cuerpo. No se escabulle en ninguno de los conflictos que se plantea. 

 

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