Enfoque

Peronismo, 678 y el final de los mitos

Con el cierre del escrutinio definitivo se cierra tal vez el año electoral más largo de la historia nacional. Desde la primera elección provincial, celebrada en abril, hasta el 22 de noviembre, la Argentina vivió siete meses de campaña ininterrumpida. Los 678.774 votos que separaron a Mauricio Macri de Daniel Scioli parecieron ser una burla más del destino que selló no sólo la derrota del peronismo luego de 13 años ininterrumpidos en la Casa Rosada y 28 al frente de la gobernación bonaerense, principal distrito electoral del país, donde el justicialismo, sin distinción de raza, tribu ni color, se creía todopoderoso e invencible.

 

2015 será recordado como el año del fin de los mitos. A continuación, los más importantes:

 

a) Los barones del conurbano son invencibles.

 

b) El aparato da vuelta cualquier elección.

 

c) Un peronista vota peronistas, nunca radicales – PRO.

 

d) El peronismo no pierde por dos puntos: los recupera en el correo.

 

Mito a mito

 

Las PASO fueron la primera señal que el peronismo no vio o no quiso ver. Los caciques todopoderosos que se nuclearon detrás de la candidatura de Julián Domínguez y el intendente de La Matanza perdieron a manos de Aníbal Fernández, un hombre que se había retirado de las batallas electorales ya hacía muchos años y que Cristina Fernández había pasado a retiro efectivo enviándolo al Senado de la Nación en 2011, para reconvocarlo luego del estrepitoso fracaso del politólogo Juan Manuel Abal Medina (hijo) al frente de la Jefatura de Gabinete de Ministros y la salida necesaria del chaqueño Jorge Capitanich.

 

Dato complementario: Aníbal enfrentó las urnas secundado por Martin Sabbatella, un ex “anti barón” despreciado por el peronismo paladar negro del conurbano bonaerense.

 

Esta derrota les dejaba la ilusión a los “dueños” de los votos  de reacomodarse en la elección del 25 de octubre, seguros de su invencibilidad y de que esa fortaleza imprescriptible sería la garantía de triunfo a pesar de haber perdido sus territorios (Jesús Othacehé a manos de Gustavo Menéndez, Mariano West frente a Walter Festa, Jesús Cariglino contra Leonardo Nardini)  o, como en otros casos, de haber ganado muy justo ante candidatos del frente Cambiemos.

 

Lo que estaba claro –pero no vio el peronismo- era que el electorado se sentía libre de votar en una interna u otra, de usar su voto para castigar la vocación de perpetuidad de algunos o de elegir a cualquier otro candidato sin importar a qué fuerza representara.

 

Así fue: por dentro de la interna del FPV o votando a un candidato de Cambiemos para sacar a uno del Frente Renovador (Mario Meoni en Junín), o apoyando a uno de Cambiemos para sacar a uno que había vuelto al FPV (José Eseverri en Olavarría), en un día lluvioso, con un trozo de papel, el Soberano dijo basta.

 

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La ilusión de que el aparato y el voto arrastre servirían para que Aníbal Fernández cumpliera con el “trámite”, como él mismo describió a la elección del 25 de octubre, se fue deshilachando a medida que transcurría esa jornada que tendrá un capítulo destacado en los manuales de Historia. El silencio fue ganando todos y cada uno de los rincones de la política bonaerense y la sorpresa se apoderaba de los analistas más experimentados. Aníbal, refugiado en un bunker “secreto”, rodeado por la agrupación de ex jóvenes La Cámpora, se sumergió en el mutismo y dio su espectáculo más triste: terminó la noche sin reconocer la derrota y sin felicitar a la ganadora, María Eugenia Vidal, que dio por tierra al mito del aparato. Ni los votos de La Matanza ni la mesa 86 de Necochea pudieron salvarlo de la derrota.

 

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Creer que el peronismo es una religión o un juramento que los ciudadanos hacen cuando toman la primera comunión y que la lealtad es un dogma, y hacer afirmaciones del tipo “un peronista jamás votaría a un no peronista, es olvidar a todos los peronistas que votaron y accionaron contra el Pueblo trabajador peronista. Acaso el máximo exponente sea Carlos Saúl Menem, pero tampoco habría que despreciar los casos de intendentes que han terminado subordinados a los poderes locales (diarios, empresarios del transporte o de la recolección de la basura) y que condenan a miles y miles de trabajadores peronistas (o no) al abandono y al desgobierno en el conurbano bonaerense, donde la falta de obras, la precariedad del sistema de salud o el deterioro de la educación pública son moneda corriente . Lo que quedó claro, en definitiva, es que el ciudadano vota por las gestiones locales independientemente de las provinciales y nacionales.

 

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Tal vez el desmoronamiento del último mito sea el más saludable. El peronismo puede perder por dos  puntos porcentuales y no los da vuelta en el correo ni denuncia fraude. Esta tradicional bravuconada, que se solía escuchar entre los peronistas, quedó en la nada. La diferencia entre Macri y Scioli fue solo de 2,68 %, y, con un giño burlón, selló el fin de la década ganada con 678 mil votos de diferencia.

 

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El Peronismo tiene un desafío gigante por delante: reconstruir su vida partidaria, de la cual ya casi no quedaba nada más que formalismo. Hugo Moyano había renunciado a la presidencia del PJ bonaerense denunciando que el partido era una cáscara vacía, y la mismísima sobrina nieta de Eva Perón, Cristina Álvarez Rodríguez, casi sufre la caducidad de la personería jurídica partidaria por inacción.

 

A lo largo de todos estos años, el peronismo se cerró sobre sí mismo y pasó a tener prácticas de partido minoritario, casi sectario. Abusó del mecanismo de reelecciones indefinidas sin permitir el crecimiento de sus dirigentes hacia estructuras de representación provinciales o nacionales. Limitó la participación de los sindicatos y sus ramas de mujeres y movimientos sociales en las listas seccionales o de diputados nacionales. Mediante la argucia del trasvasamiento generacional, llenó las nóminas de los concejos deliberantes con militantes digitados desde la Casa Rosada o por supuestos designios de Máximo Kirchner. Usó el mecanismo de “extra territoriales” para colocar, como candidatos en las listas de legisladores seccionales, a dirigentes de otras regiones, impidiendo la real representación de las ciudades en la Legislatura provincial.

 

El peronismo asiste a una encrucijada: abordar un proceso de debate interno y de reactivación de su vida partidaria, o padecer la suerte del radicalismo, una fuerza centenaria que vive de interna en interna –el domingo 6/12 tendrá su interna partidaria– y va camino a convertirse en un apéndice de un partido que no tiene más de 10 años de vida.

 

No obstante, no todos los mitos están perdidos: una vez más, un gobernador de la provincia de Buenos Aires se quedó en la puerta de la Casa Rosada.

 

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