Después de horas de ataques con tanques y ametralladoras al palacio gubernamental, los sublevados exigieron la renuncia de Allende con el compromiso de enviarlo junto a su familia al exterior.
Después de dos horas de bombardeos, Allende ordenó la salida de sus asesores y, en su oficina, se disparó en el mentón con su fusil.
“Misión cumplida. Presidente muerto”, fue la comunicación que envío a sus superiores el general Javier Palacios, a cargo del ataque, cuando al entrar a La Moneda encontró al jefe del Estado.
El golpe echó a perder la ilusión del socialismo chileno de una “revolución” en medio de las entonces volátiles democracias de América latina, y, al mismo tiempo, inauguró una de las dictaduras más atroces de la región.
Augusto Pinochet fue, además, uno de los autores intelectuales e impulsores del Plan Cóndor, el esquema de colaboración represiva del que tomaron parte las dictaduras en la región para perseguir y asesinar a militantes políticos.
El régimen de Pinochet, dejó al menos 38.000 víctimas que sufrieron en carne propia tortura, secuestro, despojo o muerte.
La represión pinochetista, que llegó a nutrirse de policía e inteligencia propias, entre ellas la célebre Dirección de Inteligencia Nacional (Dina), se practicó incluso con el uso de armas químicas, como gas sarín y toxinas botulínicas, según una reciente revelación de funcionarios de entonces, y hasta con atentados terroristas en Washington, Buenos Aires y Roma para terminar con opositores que habían logrado exiliarse.
El plan de exterminio interno fue sistemático y planificado, tal como evidencian los entrenamientos de miles de represores desde 1974 en el campo de concentración de Tejas Verdes, en el puerto de San Antonio, bajo el mando del capitán Manuel Contreras, el primer jefe de la Dina.
Pero la profundidad de la represión, que incluyó el exilio de miles de personas y allanamientos masivos en los barrios pobres, sólo fue posible porque existieron amplios sectores civiles que respaldaron las acciones y que incluso fueron educados en esas lógicas.
Los propios archivos secretos del régimen revelan que cientos de funcionarios de ministerios políticos o sociales asistieron a cursos sobre guerra psicológica, poder naval o guerra nuclear en la Academia Nacional de Estudios Políticos Estratégicos.
Esta complicidad civil, en algunos casos, y la pasividad de líderes y sociedad en general, es la que encuentra aún hoy, en el 40mo. aniversario del golpe, divididos a los chilenos.