El 2 de abril es el día en el que no me importa que las Malvinas sean argentinas. No me importa en lo más mínimo. Ni un poquito.
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El 2 de abril es el día en el que no me importa que las Malvinas sean argentinas. No me importa en lo más mínimo. Ni un poquito.
Cada exclamación patriótica que leo o escucho ese día me da náuseas. Me revuelve el estómago. Y no la entiendo, a esta altura.
Asociar el reclamo argentino por la soberanía de Malvinas a esa fecha lo torna ilegítimo porque, queriéndolo o no, celebra uno de los hechos más trágicos de nuestra historia. El 2 de abril fue el día en el que una dictadura perversa y genocida, comandada en aquellos días por un general alcohólico, bruto, asesino y ladrón de bebés, decidió invadir un par de islas olvidadas porque creyó que así podría perpetuarse en el poder, apelando a la locura patriotera que la guerra sabe producir. Hasta la razón perdimos ese día: cualquier persona cuerda de cualquier lugar del mundo hubiese apoyado en aquel momento a los habitantes ingleses de las islas que, con toda razón, no querían quedar bajo la jurisdicción política de Leopoldo Fortunato Galtieri y sus cómplices.
A los pibes que murieron en Malvinas, adolescentes y jóvenes sin entrenamiento ni ropa ni equipamiento ni nada, no los mataron los ingleses: los mató la dictadura. La dictadura que los mandó cobardemente y de prepo a morir al pedo. La dictadura que se robó todo lo que los argentinos donaron para apoyar a sus soldados. La dictadura cuyos cuadros —como el torturador profesional y asesino de niños, madres de Plaza de Mayo y monjas francesas Alfredo Astiz— se rindieron ante los ingleses sin disparar un tiro. La dictadura que luego trajo a los sobrevivientes de manera vergonzante y los condenó al olvido. La dictadura que le mintió al pueblo, diciéndole hasta el último día que íbamos ganando, significara lo que significara esa primera persona del plural. La dictadura que después quiso autoamnistiarse antes de devolver el poder.
Fue la misma dictadura que desapareció 30 mil personas, que asesinó, que torturó, que robó bebés. Creyeron que tomar por asalto un par de islas olvidadas en el fin del mundo, que estaban en manos de los ingleses desde 1833, les serviría para mantenerse en el poder. Creyeron —¿lo habrán creído realmente?— que podían ganarle una guerra a Gran Bretaña y sus aliados. Cientos de personas fueron condenadas a muerte por esas islas que a los milicos les importaban menos que a nadie. La dictadura creyó que Malvinas era su pasaporte y que le permitiría esconder sus crímenes abajo de la alfombra del patrioterismo pelotudo que pareció anestasiar y robarles la memoria a muchos. La dictadura creyó que podía ganarles la guerra a los ingleses y, así, ganársela también a los argentinos.
Y lo más triste es que por unos minutos funcionó. Miles de personas llenaron la Plaza de Mayo para aplaudir al asesino que usurpaba la Casa Rosada y agitar banderitas, cantando “Galtieri, Galtieri…”, mientras la televisión mostraba al dictador asomándose al balcón, y eso debería darnos vergüenza. Muchísima vergüenza.
El 2 de abril es un día trágico. No hay nada que reivindicar el 2 de abril. Ni las Malvinas ni la guerra, ni nada.
Deberíamos, sí, recordar con respeto a los muertos, acordarnos de los que sobrevivieron y pagar la deuda que tenemos con ellos, y rescatar del olvido las voces de los pocos que tuvieron la dignidad de oponerse a la guerra, como el ex presidente Raúl Alfonsín y el filósofo y escritor León Rozitchner.
Y repetir, una vez más, que no debe haber olvido ni perdón.
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*Bruno Bimbi (33) es periodista, profesor de portugués, máster en Letras por la Pontifícia Universidade Católica do Rio de Janeiro y doctorando en Estudios del Lenguaje en la misma universidad. Actualmente coordina la campaña por el matrimonio igualitario en Brasil. Es activista de la FALGBT y autor del libro “Matrimonio igualitario” (Planeta, 2010). Escribe el blog Tod@s en la web de TN.