El 10 de abril de 1912, el Transatlántico inició su viaje inaugural partiendo desde Southampton (Inglaterra) con destino a Cherburgo, Queenstown, y finalmente a Nueva York. El 14 de abril, a las 23:40 el buque chocó con un iceberg al sur de las costas de Terranova, y se hundió a las 2:20 de la mañana del 15 de abril.
A la mítica historia no le falta ningún condimento: un “monstruo” marítimo, calificado en aquel momento como indestructible, se hunde en las aguas del océano en el marco de intensas diferencias sociales, historias de amor y misteriosas coincidencias.
Cineastas, literatos, periodistas y expertos en Marketing y venta explotaron la leyenda y transformaron la historia del Titanic en material de conocimiento y venta.
Tal vez la más famosa, sea la película protagonizada por Leonardo Di Caprio y Kate Winslet y producida por James Cameron, que hace 15 años atrás fue un éxito de taquilla mundial.
En el centenario de su hundimiento y en el marco de un mes cargado de homenajes y negocios, sus realizadores anunciaron el reestreno en 3D del film que en 1997 fue premiado con 11 premios Oscar. Además Numerosas revistas armaron ediciones especiales, surgieron libros inéditos, nuevas producciones documentales o noveladas en TV sobre el trágico viaje.
Mientras los restos del transatlántico pasan automáticamente a integrar el patrimonio cultural subacuático protegido por Naciones Unidas (ONU) al cumplir un siglo bajo las aguas, otras piezas recuperadas son subastadas por sumas millonarias con motivo de los cien años del hundimiento.
Desde el domingo, el Titanic estará al amparo de la Convención de la ONU para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), que protege todo rastro de existencia humana que esté bajo las aguas -parcial o totalmente- y tengan carácter cultural o histórico.
La increíble historia de la enfermera Argentina que sobrevivió al Titanic
La misma trágica jornada en que el “Titanic” se llevó su mote de “insumergible” al fondo del mar, una argentina, camarera a bordo, comenzó a sospechar que gozaba de una suerte o un destino a prueba de naufragios. Violeta Constanza Jessop había nacido el 1 de octubre de 1887 en Buenos Aires, hija de una familia numerosa de inmigrantes irlandeses.
Era tan bella que solía recibir propuestas espontáneas de matrimonio: una argentina de 25 años en aquél momento, grandes ojos azul-grisáceos, cabello castaño y acento irlandés, trabajaba como camarera en el “Titanic”.
Era una de las 23 mujeres entre la tripulación de casi 900 personas. De las muchas historias de vida que salieron a la luz con el hundimiento del “Titanic”, la suya es especial: sobrevivió a tres grandes naufragios, y así y todo, no tenía miedo a embarcarse de nuevo.
En 1911, había sobrevivido al choque del “Olimpic”, hermano del “Titanic”, con un crucero Britanico. El 15 de abril de 1912, fue una de las 705 personas rescatadas, y en 1916, se salvó del hundimiento del “Britannic”, otro mellizo del transatlántico, usado como hospital en la Primera Guerra Mundial, en el que revistaba como enfermera.
En el “Titanic”, Jessop, entonces de 25 años y asistente de la primera clase, recibió la orden de subir a cubierta cuando la emergencia se declaró tras el choque con el témpano, según relató ella misma a los diarios de la época.
Su función consistía en mostrar a los pasajeros cómo subir a los botes salvavidas de la mejor manera para evitar los riesgos. Luego atestiguaría que estaba con otras camareras, “mirando a las mujeres que abrazaban a sus esposos antes de ingresar en los botes con sus hijos”.
Pero a último momento, un oficial le ordenó subirse a uno de los botes y le puso un bulto en el regazo. Era un bebé cuya madre había desaparecido en el caos de la evacuación.
Ella se quedó sentada en la precaria embarcación durante las siguientes horas, tratando de abrigar al bebé entre sus brazos y su chaleco salvavidas de corcho, mientras a su alrededor la tragedia se desplegaba en toda su magnitud.
Finalmente, siempre con el bebé en sus brazos, fue rescatada por el “Carpathia”, a bordo del cual una mujer se acercó, en tal estado de conmoción, que la arrancó la criatura sin siquiera darle las gracias, y se alejó corriendo.
“Yo tenía mucho frío y estaba demasiado aturdida para pensar en lo extraño de aquel episodio”, diría más tarde.
Jessop pasó en total 42 años en servicio en alta mar hasta que se retiró en 1950 y se estableció en Suffolk, Inglaterra, donde murió el 5 de mayo de 1971, a los 83 años, de una falla cardiaca.